En el Evangelio de este Domingo, Jesús dirige la palabra a los discípulos y al pueblo para denunciar la conducta de escribas y fariseos y prevenirlos de su mala influencia. San Mateo, inmediatamente después del presente relato, recoge la invectiva que pronuncia Jesús directamente contra los escribas y fariseos (vv. 13-36). Los escribas y fariseos no se sentaron en la cátedra de Moisés por iniciativa propia y llevados de su ambición. Pues ellos eran aceptados por Israel como maestros legítimos de la Ley, encargados de estudiarla y explicarla al pueblo. Por eso Jesús reconoce su magisterio y ordena al pueblo que cumpla con lo que ellos dicen. Claro, no todo lo que ellos dicen, ya que muchas cosas las dicen por su cuenta y no tienen que ver nada con la letra y el espíritu de la Ley de Dios. En efecto, escribas y fariseos habían creado un fárrago legislativo en torno a la Ley para regularla hasta los más mínimos detalles. Esto constituía una carga insoportable que ni ellos mismos cumplían. Jesús denuncia la hipocresía de estos "maestros" que no ayudan en absoluto a llevar la carga que imponen a los demás indebidamente, y contrapone a esa carga innecesaria el "yugo suave y la carga ligera" del Evangelio (11. 30).
La vanidad y el orgullo desmedido, el afán de aumentar su prestigio ante el pueblo, era el motivo de una serie de prácticas exteriores de estos escribas y fariseos. Acostumbraban a llevar sobre la frente y en el brazo izquierdo unos pergaminos enrollados y guardados en unas bolsas de cuero sujeto por medio de unas cintas y en los que estaban escritas palabras del Éxodo (13. 1-10/11-16) y del Deuteronomio (6. 4-9; 11. 13-12). Colgaban del borde de su manto unas orlas que debían recordarles todos los preceptos de la Ley (cf. Nm 13. 39). Se hacían llamar "rabí", es decir, "maestro mío"; un título que llegó a conferirse solemnemente. También se hacían llamar "padre" y "preceptores".
Jesús critica todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y, todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza literalmente a todo clericalismo, también, de nuestros días, cuyo deseo de prestigio y poder presenta siempre los mismos síntomas. Eminentísimos, excelentísimos y reverendísimos padres y doctores... todos esos títulos y todas esas filacterias no parecen convenientes a la fraternidad cristiana.
(Fuente: lecturadeldia.com)
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