En los últimos decenios, los países de antigua
cristiandad en Europa están sufriendo una fuerte crisis de identidad. A nivel
político se ha pretendido arrancar a Europa de sus raíces cristianas. Además de
constituir una traición a la verdad de la historia, este hecho constituye un
intento de crear una Europa secularizada, sin referencia alguna a Dios en los
estamentos, y en la vida pública de los ciudadanos. Es innegable, como decía
Juan Pablo II, que “Europa ha sido impregnada amplia y profundamente por el
cristianismo” (Ecclesia in Europa, 24).
Pero aún más que las dificultades exteriores,
deben preocuparnos las dificultades que experimenta la misma
Iglesia en su
interior. Por desgracia, muchos bautizados en Europa no conocen ni viven su fe
católica que parece haberse asfixiado al respirar esa atmósfera de secularidad.
En el mismo documento, anteriormente citado, los Padres constataban “la pérdida
de la memoria y de la herencia cristianas, unida a una especie de agnosticismo
práctico y de indiferencia religiosa, por lo cual muchos europeos dan la
impresión de vivir sin base espiritual y como herederos que han despilfarrado
el patrimonio recibido a lo largo de la historia” (Ecclesia in Europa, 7).
Pero por encima de todas las dificultades
reales que existen, Jesucristo sigue siendo nuestra esperanza. Vivir sin Dios
trae como causa la falta de esperanza. Por eso, la Iglesia tiene la convicción
y la apasionada certeza de debe anunciar a Jesucristo a sus contemporáneos.
Las dificultades que la Iglesia experimenta en
medio de una sociedad secularizada son también una llamada a la coherencia y a
la autenticidad. Es claro que el Evangelio resulta convincente allí donde
realmente se vive. No podemos dejarnos invadir por el miedo ante los ataques,
ante las preguntas que cuestionan la fe. Como dice el apóstol Pedro en su
primera carta: “No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad
culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar
respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”(1Pt 3, 14-15).
Jesucristo sigue siendo la única fuente de esperanza para todos los hombres, y
la Iglesia el canal por donde llega a nuestros contemporáneos la gracia que
mana de su costado abierto.
El Papa Benedicto XVI en su peregrinación a
Santiago de Compostela (España) recordaba cómo, sobre todo en el s. XIX, se ha
pretendido presentar a Dios como antagonista y enemigo de la libertad del
hombre. Se pretendía así ensombrecer la fe bíblica en Dios que ha enviado su
Hijo al mundo para que no perezca. El Papa se preguntaba: “¿cómo es posible que
se haya hecho silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida
humana? ¿Cómo lo más determinante de ella puede ser recluido en la mera
intimidad o remitido a la penumbra? Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin
ver la luz del sol. Y, entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol
de las inteligencias, fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el
derecho de proponer esa luz que disipa toda tiniebla? Por eso, es necesario que
Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa; que esa palabra
santa no se pronuncie jamás en vano; que no se pervierta haciéndola servir a
fines que le son impropios. Es menester que se profiera santamente. Es
necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del
trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo”.
(Homilía de la Santa Misa, Santiago de Compostela, 6/11/2010)
No hemos elegido nacer en este momento de la
historia. El Señor nos ha colocado aquí y ahora para ser testigos de su amor
por los hombres. No debemos caer en la tentación del activismo, sino que a
imitación de María debemos cultivar la vida interior y la unión con Cristo. Los
sarmientos no pueden producir fruto si no están unidos a la vid.
Pablo VI afirmaba que el hombre de hoy escucha
de mejor gana a los testigos que a los maestros, y si escucha a los maestros es
porque también son testigos. Que el Espíritu Santo nos haga testigos valientes
y creíbles de nuestra fe en esta Europa tan necesitada, para proclamar que
Jesucristo es el único que tiene palabras de vida eterna.
(Fuente:
Agencia fides)
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