lunes, 27 de agosto de 2012

UN CORAZÓN LLENO DE DIOS Y LOS HERMANOS


El alma contemplativa sabe que lleva consigo de manera indecible tanto la presencia del Dios, con quien establece una silencio relación de amor, como la presencia y urgencia de cuanto constituye el cerco de su propia vida en la tierra. Nada puede serle ajeno. De nada puede ni quiere desprenderse cómodamente y como si fueran intereses que tampoco e importan al Dios de su personal relación.


El contemplativo lleva en las manos un mundo que debe ser salvado, que clama por una luz para sus pasos, que busca la paz y el sosiego de una razonable maner de entenderse las criaturas entre sí y la voluntad del Señor. Si la Palabra de Dios se hizo carne cuando llego la plenitud de los tiempos, el contemplativo descubre y adora ahora que esa misma Palabra sigue necesitando encarnaciones nuevas,puestas a punto que sólo en la fecundidad del silencio y de la soledad contemplativa puede encontrar seno y desarrollo. 
En el desierto de la contemplación, a sólas con la dinámica activa de esta oración-entrega, es donde se escucha mejor la Palabra, donde se la recibe con mayor humildad y agradecimiento y donde se da tiempo para que la Palabra se fecunde en sí misma y convierta en acción apóstolica toda su fuerza. Y sabe el contemplativo que esta eficacia de su escucha de la Palabra es la mejor prueba de que la relación oracional es viva y segura. Porque se ha escuchado la Palabra, no sólo para saborearla, sino también para liberar la generosidad con que se entregará a los demás el fruto y la luz de esa Palabra contemplada.

(Fuente: "Revista Orar")

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