¡Ojalá todo el pueblo
del Señor fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor!
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Nm 11,25-29:
¡Ojalá todo el pueblo fuera profeta!
Salmo responsorial 18:
Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón
Sant 5,1-6: Su
riqueza está corrompida
Mc 9,38-43.45.47-48:
El que no está contra nosotros está a nuestro favor
Clave de comprensión para las lecturas de este domingo:
«Nadie puede ser excluido del servicio que se realiza en nombre de Dios».
En medio de las tradiciones del pueblo israelita por el
desierto, el libro de los Números nos presenta el relato del «reparto» del espíritu
de Moisés, entre setenta miembros del pueblo. La intención es que Moisés no
tenga que llevar la carga solo. Con esta decisión de Yavé, la responsabilidad
queda repartida: cada uno de quienes han recibido parte del espíritu que estaba
en Moisés debería ser profeta en el pueblo. Ahora bien, tendríamos que
atenernos al contexto para intuir qué características implicaba la tarea de
estos personajes.
El capítulo 11 del libro de los Números nos da cuenta de las
etapas de la marcha por el desierto; la narración se centra en una dificultad
que tiene el pueblo: llevan varios meses comiendo maná y ya se encuentran
hastiados: «tenemos el alma seca» (v. 6), «no vemos más que maná» (v. 6b), y
con esto viene la tentación de añorar el tiempo de abundancia de comida en
Egipto. Por aquí podemos intuir la grave dificultad en que se halla Moisés,
¿cómo hacer para que el pueblo no siga pensando en Egipto? El desierto es el
gran desafío. Detrás está Egipto, con su abundancia, pero también con su
esclavitud. Hacia delante está la promesa de una tierra, una libertad, una vida
digna, pero que hay que conquistar a precio de privaciones, sacrificios,
esfuerzos.
El relato causa admiración porque Yavé monta en cólera... Es
un recurso literario para introducir la preocupación de Moisés, que se expresa
en una bella oración de intercesión por el pueblo. La solución que plantea Yavé
es la adecuada: reunir setenta representantes del pueblo para repartir entre
ellos el espíritu que estaba en Moisés; de esa manera la dirección, orientación
y concientización del pueblo sería obligación de muchos y no sólo de Moisés.
El espíritu que se dona a todas estas personas viene a ser,
entonces, profético; es decir, está en función de profetizar. Hay que asumir
que esta actividad profética está orientada a ayudar al pueblo a tomar más y
más conciencia del plan de Dios con ellos, a entender lo que hay realmente
detrás: Egipto y su abundancia de comida pero con su esclavitud que es lo
contrario al plan divino, y lo que está por delante: un desierto inevitable,
desafiante, mortal, pero al fin y al cabo, un medio que es necesario asumir
para poder llegar a la tierra de la libertad, tierra de promisión. A cualquier
persona del pueblo que, entendiendo las cosas así, «catequizara» a sus hermanos
en este sentido había que verlo como profeta «autorizado» no porque hubiera
estado necesariamente en la tienda del encuentro, sino por estar en comunión
con el ideal de Yavé.
Ese parece ser el caso de Eldad y Medad. Ellos no estuvieron
en el momento del reparto del espíritu y sin embargo estaban profetizando.
Viene la reacción de Josué, el mismo que más tarde se encargará de guiar a su
pueblo en los trabajos de conquista y ocupación de la tierra prometida. Josué
no entiende todavía que todo el que influya de manera positiva en la conciencia
del ser hermano, debe ser considerado profeta, y por eso aconseja a Moisés que
lo prohíba (v. 28). Por su parte, Moisés ha captado muy bien que en el trabajo
de liberación del pueblo, todos y todas tienen una gran tarea, y responde a Josué
con palabras aparentemente duras, pero que en definitiva buscan también abrir
la conciencia de su ayudante: «ojalá todo el pueblo fuera profeta» (v. 29);
ojalá cada uno asumiera con verdadero empeño la tarea de concientizarse y
concientizar a su semejante, a su prójimo, ¿no es eso justamente lo que Dios
quiere y espera? A Josué pues, no le preocupaba mucho la necesidad de que cada
miembro del pueblo tuviera una conciencia bien formada para continuar hacia
adelante por el desierto; le preocupaba más defender lo «oficial», lo
«autorizado» por Dios en la tienda del encuentro, es decir lo «instituido», la
defensa de «los derechos de Dios».
En la misma línea, nos presenta el evangelio de Marcos para
este domingo, una situación semejante con los discípulos de Jesús. Apenas
transmitida por Jesús la lección sobre quién es el mayor (Mc 9,33-37), se
produce un incidente que tiene que ver con la exclusividad de los miembros del
grupo seguidor de Jesús. Juan le cuenta a Jesús que le han impedido a un hombre
expulsar demonios en su nombre porque no se trataba de uno de los miembros del
grupo (v. 38). No hay una pregunta, cómo hacer en casos semejantes, qué
posición asumir, etc. La respuesta de Jesús es sabia, «nadie que obre un
milagro en mi nombre puede después hablar mal de mí» (v. 39), y «el que no está
contra nosotros, está con nosotros». En la tarea de construcción del reino
nadie tiene la exclusiva. Tal vez los discípulos no tenían claro o no
recordaban que su pertenencia al grupo de Jesús fue un don de pura gratuidad;
ninguno de ellos presentó ante Jesús un concurso de méritos para ser elegido;
fue Jesús quien se presentó ante ellos, se les atravesó a cada uno por su
camino y los llamó, aun a sabiendas de que no eran ni los mejores ni lo más
representativo de su sociedad. En ese sentido también otros y otras pueden
seguir siendo llamados. En cada hombre y en cada mujer Dios ha sembrado las
semillas del bien; cómo y cuándo esas semillas comienzan a germinar y dar
frutos, eso es decisión de cada uno. A veces nos parecemos a Juan y al resto de
discípulos, nos ponemos celosos de quienes sin pertenecer a la institución
hacen obras mejores que las nuestras. Y sale inevitablemente la frase: «pero
ése o ésa es de tal o cual religión, o de tal o cual grupo». Anteponemos a la vocación
universal de hacer el bien y a la práctica del amor, unos intereses mezquinos y
unos criterios de autoridad y de exclusividad absolutamente rechazados por
Jesús (cf. Mc 9,39)
El diálogo de Jesús con sus discípulos refleja la situación
de la comunidad para la cual Marcos escribe su evangelio. Una comunidad quizás
muy consciente de lo que eran las exclusiones, pero al mismo tiempo en peligro
de ser exclusivista, con una excusa quizás aparentemente sana: «ser o no ser de
los nuestros», «ser o no ser del camino», «estar o no estar en el proceso.», y
en fin otras talanqueras que pretendidamente intentan justificarse con la
excusa de defender la «pureza» de la fe o del «credo» o del «orden» o, en
definitiva, de «defender los derechos» de Dios.
Pues bien, cuando se cae en el extremo de «defender» a Dios,
o los «derechos» de Dios, lo que se logra en definitiva es minimizar a Dios,
ponerlo en ridículo ante el mundo, y la consecuencia más inmediata, la que
previó Jesús y quizás la que ya se veía en la primera comunidad, era la del
escándalo a los más pequeños. A Jesús le preocupan los «pequeños», no sólo los
menores de edad, sino los que apenas empiezan a intuir la dinámica del reino
con la subsiguiente imagen de Dios que él propone.
Con todo, a través de los siglos, los peligros de la
comunidad primitiva se convierten en hechos reales: cuántos creyentes
promotores del bien, de la justicia y de la paz excluidos o en entredicho sólo
porque «no eran de los nuestros», cuántos Josués y Juanes empeñados todavía en «defender»
una pretendida exclusividad que, por supuesto, nadie posee, con lo cual lo
único que logran es escandalizar cada vez más a muchos, haciéndoles creer que
Dios es tan pequeño, que puede reducirse a los estrechos límites de un grupo o
de una institución, aunque sus adeptos se cuenten por millares.
Si logramos tomar conciencia de que Dios es más grande que
un grupo o una institución y que en ningún momento nuestra vocación es la de
defender unos supuestos derechos de Dios, sino simplemente servir, ponernos en
función de construir el Reino con y desde las múltiples posibilidades que ello
implica dada la insondable riqueza del mismo espíritu, entonces jamás se nos
ocurrirá pensar si éste o aquél es o no es «de los nuestros», sino mejor. ¡como
cooperar más y mejor con aquél o aquélla que tan bien están luchando por
construir aquí el Reino!
Para la revisión de
vida
Reviso mis actitudes respecto al trabajo de los demás
(personas y grupos) y me confronto con la reacción de Josué (primera lectura) y
con la de Santiago y Juan (evangelio). Enumero las semejanzas y diferencias y
me trazo un propósito práctico de vida.
(Fuente: lecturadeldia.org)
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