EL CAMINO DE LA MUERTE ES UNA
SENDA DE ESPERANZA
En estos días se visita el cementerio
para rezar por los seres queridos que nos han dejado; es como ir a visitarlos
para expresarles, una vez más, nuestro afecto, para sentirlos todavía cercanos,
recordando también, de este modo el artículo del Credo: en la comunión de los santos hay un estrecho vínculo entre
nosotros, que aún caminamos en esta tierra, y los numerosos hermanos y hermanas
que ya han alcanzado la eternidad.
El hombre desde siempre se ha
preocupado de sus muertos y ha tratado de darles una especie de segunda vida a
través de la atención, el cuidado y el afecto. En cierto sentido se quiere
conservar su experiencia de vida; y de modo paradójico, precisamente desde las
tumbas, ante las cuales se agolpan recuerdos, descubrimos cómo vivieron, qué
amaron, qué temieron, qué esperaron y qué detestaron. Las tumbas son casi un
espejo de su mundo.
¿Por qué es así? Porque, aunque
la muerte sea con frecuencia un tema casi prohibido en nuestra sociedad, y
continuamente se intenta quitar de nuestra mente el sólo pensamiento de la
muerte, esta nos concierne a cada uno de nosotros, concierne al hombre de toda
época y de todo lugar. Ante este misterio todos, incluso inconscientemente,
buscamos algo que nos invite a esperara, un signo que nos proporcione
consolación, que abra algún horizonte, que ofrezca también un futuro. El camino
de la muerte, en realidad, es una senda de esperanza; y recorrer nuestros
cementerios, así como leer las inscripciones sobre las tumbas, es realizar un
camino marcado por la esperanza de eternidad.
La solemnidad de Todos los Santos
y la Conmemoración de todos los fieles difuntos nos dicen que solamente quien
puede reconocer una gran esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a
partir de la esperanza. Si reducimos al hombre exclusivamente a su dimensión
horizontal, a lo que se puede percibir empíricamente, la vida misma pierde su
sentido profundo. El hombre necesita eternidad, y para él cualquier otra
esperanza es demasiado breve, es demasiado limitada. El hombre se explica sólo
si existe un Amor que supera todo aislamiento, incluso el de la muerte, en una
totalidad que trascienda también el espacio y el tiempo. El hombre se explica,
encuentra su sento profundo, solamente si existe Dios. Y nosotros sabemos que
Dios salió de su lejanía y se hizo cercano, entro en nuestra vida y nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no
morirá para siempre” (Jn 11, 25-26).
(Fuente: “La alegría de la fe” Benedicto XVI)
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