viernes, 20 de diciembre de 2013

María Ssma. ante dos proposiciones! (Reflexiones del padre Ignacio Larrañaga para este Adviento)



Primeramente se le anuncia que será Madre del Mesías. Ese había sido el sueño dorado de toda mujer en Israel, particularmente desde los días de Samuel. Entre los saludos del ángel y esta fantástica proposición, la joven quedó «turbada», es decir, confusa, como la persona que no se siente digna de todo eso; en una palabra, quedó dominada por una sensación entre emocionada y extrañada.

Pero la extrañeza de María debió ser mucho mayor todavía con la segunda notificación: que dicha maternidad mesiánica se consumaría sin participación humana, de una manera prodigiosa. Se trascendería todo el proceso biológico y brotaría una creación original y directa de las manos del Omnipotente, para quien todo es posible (Le 1,37).

Frente a la aparición y a estas inauditas proposiciones uno queda pensando cómo esta jovencita no
quedó trastornada, cómo no fue asaltada por el espanto y no salió corriendo.
La joven quedó en silencio, pensando. Hizo una pregunta. Recibió la respuesta. Siguió llena de dulzura y serenidad.

Ahora bien, si una joven envuelta en tales circunstancias sensacionales es capaz de mantenerse emocionalmente íntegra, significa que estamos ante una criatura de equilibrio excepcional dentro de un normal parámetro psicológico. ¿De dónde le vino tanta estabilidad?

El hecho de ser Inmaculada debió influir decisivamente, porque los desequilibrios son generalmente resultado perturbador del pecado, es decir, del egoísmo. Y, sobre todo, se debe a la profunda inmersión de María en el misterio de Dios, como veremos en otro momento.

A mí me parece que nunca nadie experimentó, como María en este momento, la sensación de soledad bajo el enorme peso de la carga impuesta por Dios sobre ella y ante su responsabilidad histórica. Para saber exactamente qué experimentó la Señora en ese momento, vamos a explicar en qué consiste la sensación de soledad.

Sentirse solo

Todos nosotros llevamos en nuestra constitución personal una franja de soledad en la que y por la que unos somos diferentes de los otros. Hasta esa soledad no llega ni puede llegar nadie.

En los momentos decisivos estamos solos.

Solamente Dios puede descender hasta esas profundidades, las más remotas y lejanas de nosotros mismos.

La individualización o tener conciencia de nuestra identidad personal, consiste en ser y sentirnos diferentes los unos a los otros. Es la experiencia y la sensación de «estar ahí» como conciencia consciente y autónoma.

Vamos a imaginarnos una escena: Yo estoy agonizando en el lecho de muerte. Vamos a suponer que, en este momento de agonía, me rodean las personas que más me quieren en este mundo, que con su presencia, palabras y cariño tratan de acompañarme a la hora de hacer la travesía de la vida a la muerte. Tratan de «estar conmigo» en este momento.

Pues bien, por muchas palabras, consuelos y cariño que me prodiguen esos seres queridos, en ese momento yo «me siento» solo, solo. En esa agonía nadie está conmigo ni puede estar. Las palabras de los familiares llegarán hasta el tímpano, pero allá donde yo soy diferente a todos, allá lejos, yo estoy completamente solitario, nadie está «conmigo». El cariño llegará hasta la piel, pero en las regiones más remotas y definitivas de mí mismo nadie está conmigo. Nadie puede acompañarme a morir, es una experiencia insustituiblemente personal y solitaria.

Esa soledad existencial que se trasluce claramente en el ejemplo de la agonía, aparece también con la mis ma claridad a lo largo de la vida. Si sufres un enorme disgusto o fracaso, vendrán seguramente tus amigos y hermanos, te confortarán y te estimularán. Cuando se ausenten esos amigos, te quedarás cargando, solo y completamente, el peso de tu propio disgusto. Nadie —excepto Dios— puede compartir ese peso. Los seres humanos pueden «estar con nosotros» hasta un cierto nivel de profundidad. Pero, en las profundidades más definitivas, estamos absolutamente solos.

Repito: en los momentos decisivos, estamos solos.

Esa misma soledad existencial la experimentamos vivamente a la hora de tomar decisiones, a la hora de asumir una alta responsabilidad, en un momento importante de la vida. Sentir que se está solo, aunque se tenga un montón de asesores al lado, lo experimentan un padre de familia, un obispo, un médico, un superior provincial, un presidente de república...

Me parece que la persona más solitaria del mundo es el Santo Padre. El podrá pedir asesoramiento, convocar reuniones, consultar a peritos..., mas a la hora de tomar una decisión importante, ante Dios y la historia, está solo. Un matrimonio, a la hora de asumir la responsabilidad de traer una persona a este mundo, está solo.


Cualquiera de nosotros, que tiene diferentes grados de obligatoriedad ante grupos de personas encomendadas a nuestra conducción, experimenta vivamente que el peso de la responsabilidad es siempre el peso de la soledad: en una parroquia, en la gerencia de una fábrica, al frente de un movimiento sindical...

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