A esta fiesta la solíamos llamar antiguamente -quiero decir,
antes del Concilio- la Candelaria o Fiesta de la Purificación de la Virgen.
Venía considerada como una de las fiestas importantes de Nuestra Señora. Lo más
llamativo era la procesión de las candelas. De ahí el nombre de
. Era una procesión clásica, tradicional, atestiguada ya en
antiguos documentos romanos. En concreto, el Liber Pontificalis nos asegura que
fue el Papa Sergio I, a finales del siglo VII, quien dispuso que se
solemnizaran con una procesión las cuatro fiestas marianas más significativas
por su antigüedad: la Asunción, la Anunciación, la Natividad y, por supuesto,
la Purificación. Éste sería seguramente el origen de la procesión de las
candelas.
Esta fiesta había sido importada de Oriente. Su nombre
original -hypapante-, de origen griego, así lo indica. Esa palabra, que
significa , nos desvela el sentido original de esa fiesta: es
la celebración del encuentro con el Señor, de su presentación en el templo y de
la manifestación del día cuarenta. Los más antiguos libros litúrgicos romanos
aún siguieron conservando durante algún tiempo el nombre original griego para
denominar esta fiesta.
Todo esto ya quedó aclarado en el volumen anterior en que se
intentó, con toda lógica, vincular esta fiesta al ciclo navideños de la
manifestación del Señor. Allí quedó señalado que esta fiesta, tal como ha
quedado diseñada en el actual calendario de la Iglesia a raíz del Concilio
Vaticano II, recuperando de este modo su sentido original, no es precisamente
una fiesta de la Virgen, sino del Señor.
Sin embargo, hay que reconocer el carácter tradicional de la
Candelaria, cercana además a la fiesta de San Blas, de indudable raigambre
popular y rodeada de importantes elementos tradicionales de carácter cultural y
floklórico, como la bendición de los roscos de San Blas, y en algunas regiones
la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones. Este hecho nos invita a
diseñar, aunque sea de forma esquemática, la evolución histórica de la fiesta
que, ya a partir de la Edad Media, se reviste de un carácter marcadamente
mariano. Eso lo demuestra el contenido de las viejas oraciones y antífona,
recogidas en el viejo Misal Romano, para ser utilizadas en la bendición y
procesión de las candelas y que aparecen por vez primera en libros litúrgicos
de los siglos XIII y XIV. El protagonismo de la Virgen en casi todos esos
textos es altamente significativo y responde, sin duda, al carácter mariano que
la fiesta adquiere en esa época.
El nuevo calendario litúrgico, establecido a raíz de la
reforma del Vaticano II, considera de nuevo esta solemnidad como fiesta del
Señor. Sin embargo, sin renunciar a este carácter fundamental de la fiesta, la
piedad popular bien puede alimentar su devoción mariana y seguir celebrando a
María, íntimamente vinculada al protagonismo de Jesús, en este acontecimiento
emblemático de la presentación en el Templo, por el que Jesús es reconocido
como Salvador y Mesías por los dos ancianos Simeón y Ana, representantes
singulares del pueblo elegido.
(Fuente: "Nuevo Año Cristiano", Ed. Edibesa, 2001,
José Manuel Bernal Llorente)
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