Textos:
2 Re 4, 8-11.14-16; Rom 6, 3-4.8-11; Mt 10, 37-42
P. Antonio
Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en
el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en
Monterrey (México).
Idea principal: El que no toma su cruz y sigue al
Señor, no es digno de Él.
Resumen del mensaje: Hoy el lenguaje de Cristo en el
evangelio es duro de oír y de vivir. El seguimiento de Cristo comporta
renuncias y sacrificios. En tantas ocasiones de la vida nos encontramos ante la
encrucijada de opciones contradictorias: aceptar o no la cruz, optar por los
valores del evangelio o por los más fáciles de este mundo. Hoy Cristo nos dice
que debemos optar
por él, por encima de intereses económicos o de lazos familiares, si queremos alcanzar la vida.
por él, por encima de intereses económicos o de lazos familiares, si queremos alcanzar la vida.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, la cruz era en tiempo de
Jesús la más abyecta de las ejecuciones capitales, que los romanos aprendieron
de los cartagineses y éstos de los bárbaros sometidos a las satrapías
orientales; torturas exclusivas de esclavos. Tanto que al esclavo se le llamaba
“portador de la cruz” (furcifer). En la comedia Miles gloriosus, de
Plauto, sale un esclavo y dice: “Sé que la cruz será mi sepulcro; allí
están colgados mis antecesores: padre, abuelo, bisabuelo, tatarabuelo” (2,
4, 372-373). Le temblaban las carnes a cualquiera con sólo oírlo. Ni idea puede
tener el hombre del siglo XXI de la descarga eléctrica –miedo, repugnancia,
escándalo- que les corrió por la espalda a los apóstoles cuando por primera vez
le oyeron a Jesús decir: “El que no toma su cruz y me sigue, no es
digno de mí”.
En segundo lugar, sabemos que hay cementerios de
guerra en Centroeuropa con 2.000, 8.000 cruces idénticas a tresbolillo. ¡Qué
pesadilla onírica! Nuestro mundo es una plantación de cruces morales,
familiares, sociales, matrimoniales, políticas, diarias, físicas, espirituales.
Y en cada cruz, un Cristo: el prisionero sin esperanza, el revolucionario
derrotado, el condenado a muerte, el mártir de las estructuras injustas sin
posibilidad de revolucionarlas, la mujer con la lanza de la traición clavada en
el costado, el moribundo por un mal diagnóstico, el hijo muerto por sobredosis
de droga, ese muchacho víctima de un pedófilo o pederasta. Los 15 millones de
leprosos, los 800 millones de analfabetos, los 1.500 millones sin derechos
humanos, los 4.650 millones de hambrientos, etc. Esto es un oleaje sin fin de
sangre, sudor y lágrimas, dolor, tristeza y miedo, desesperación. ¿Por qué,
para qué, por qué yo, precisamente yo y ahora, qué sentido tiene, a qué viene…?
Y un eco místico en la tarde rebota por valles, almas y siglos: “El que
no toma mi cruz y me sigue…”.
Finalmente, preguntémonos, ¿por qué nos
da tanto miedo la cruz? ¿Y por qué San Francisco Javier al acercarse en 1542 a
las costas de la actual Kenia, al ver en la altura la columna que en 1498
levantó Vasco de Gama, una cruz de piedra roja, escribió: “En verla,
sólo Dios sabe cuánta consolación recibimos, viéndola así sola y con tanta
victoria entre tanta morería”. Al contemplar este mundo, este campo de
cruces, se nos debería ensanchar el corazón porque estamos viviendo lo que dice
Jesús en el evangelio de hoy: “El que no toma su cruz y me sigue…”. Estamos
por buen camino. No hay que buscar la cruz, sino soportarla, como hizo Jesús.
Más que soportarla, hay que combatirla, como Jesús hizo con sus milagros. Más
que combatirla hay que transfigurar la cruz por la aceptación y diálogo con
Jesús. Más que transfigurarla hay que liberar la cruz, como Jesús: con ella a
cuestas pero no abrumado, clavado pero no desesperado, muerto pero resucitado.
Para reflexionar:
¿Qué estoy haciendo con mi cruz,
con esa astilla de la cruz que Cristo me ha participado de su enorme cruz?
¿La
he tirado a la cuneta y cargado en los hombros de los demás ?
¿Refunfuño y la
lleva a regañadientes?
¿Me he abrazado a ella, uniéndola a la cruz de Cristo
para darle valor redentor y expiatorio?
Para rezar:
No te pido Señor,
que me quites la cruz,
sino que me des una
espalda fuerte para llevarla,
un corazón generoso para amarla
y una sonrisa para aceptarla.
Llevar la cruz con dignidad,
no sólo llevarla con paciencia.
Sólo así mi vida podrá llamarse
verdaderamente cristiana porque
se transformará en ti y llegaré
a ser otro Cristo.
Amen.
que me quites la cruz,
sino que me des una
espalda fuerte para llevarla,
un corazón generoso para amarla
y una sonrisa para aceptarla.
Llevar la cruz con dignidad,
no sólo llevarla con paciencia.
Sólo así mi vida podrá llamarse
verdaderamente cristiana porque
se transformará en ti y llegaré
a ser otro Cristo.
Amen.
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