Jeremías 20,
10-13: “El Señor ha salvado la vida de su pobre de la mano de los
malvados”
Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”
Salmo 68: “Escúchame, Señor, porque eres bueno”
Romanos 5, 12-15: “El don de Dios supera con mucho el delito”
San Mateo 10, 26-33: “No tengan miedo a los que matan el cuerpo”
¿Quién será más testarudo? Todos le dicen que está
jugando con fuego, pero él asegura que antes muerto que rendirse. Me explico:
tiene un pequeño negocio a la salida de la ciudad. Hasta hace algunos años, le
iba bastante bien y hasta para darse “algunos gustos de más”, le alcanzaba. Así
fue forjando el futuro de sus hijos, les dio estudios, y alguno ha puesto
también ya su negocito… pero de hace algunos años a la fecha, ha sufrido
asaltos, extorsiones, cobros de piso… y hasta graves amenazas de muerte. Todos
le dicen que se dedique a otra cosa, que busque otro lugar… pero él
insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir en la raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.
insiste que hacerlo sería rendirse. “Prefiero morir en la raya, antes que arrodillarme ante el miedo”.
Aunque quisiéramos disimular la realidad, el temor y la
inseguridad, como lo demuestran muchas encuestas, son el pan de cada día y una
de las mayores preocupaciones de nuestro tiempo. No podemos abandonar la casa,
no podemos caminar con seguridad, no podemos ni siquiera confiar en
los más
cercanos. De todos se duda, la desconfianza ha ganado un espacio en nuestro
corazón. Por eso me llama mucho la atención la insistencia del Evangelio de
este día: “No tengan miedo” Y se lo dice a sus apóstoles que
realmente corrían graves peligros. El pasaje evangélico que hoy leemos forma
parte de las instrucciones que Jesús da a sus discípulos cuando los envía a la
misión, como ya lo veíamos hace ocho días. Los exhorta a no dejarse vencer por
el desánimo, el temor o las críticas de los hombres. Incluso se percibe como
una advertencia a no temer a los grupos armados y a las fuerzas que de una y
otra parte surgían: Roma para mantener subyugados a los pueblos tributarios y
las innumerables rebeliones que buscaban atacar y dañar a Roma. Y, en medio de
los conflictos, los mensajeros del Evangelio. ¿Cómo no tener miedo?
El miedo paraliza, el miedo provoca equivocaciones, el
miedo nos ata. La invitación a no tener miedo se repite varias veces y recuerda
pasajes como el de Jeremías que tenía que proclamar un mensaje molesto para los
demás y peligroso para él. Pero en la primera lectura, el profeta aparece
confiado en las manos de Dios. Las enseñanzas de Jesús se dirigen a sus
discípulos y pretenden infundir fortaleza y valor ante el rechazo o la
persecución. Cada vez que se invita a no temer, se mencionan los motivos por
los cuales los testigos del Evangelio no deben temer miedo. Así, a cada una de
las expresiones: “No tengan miedo”, se suma una nueva razón. En
primer lugar el Evangelio posee una fuerza imparable y el mensaje que Jesús ha
encargado terminará por hacerse público. En segundo lugar, sitúa a los
discípulos ante el juicio final para hacerles comprender que el juicio de los
hombres no es definitivo, sino el de Dios. No dependen de la estima que tengan
los hombres por ellos, sino de su real fidelidad al amor y a la Palabra de
Dios. Por último se establece la mayor seguridad: estamos en manos Dios, Padre
providente, cuya solicitud llega a vencer extremos insospechados. El Evangelio,
la verdad y el amor de Dios-Padre, son las razones que Jesús ofrece para seguridad
de sus discípulos.
Nada más
peligroso que la incertidumbre y el temor. Pero, ¿nosotros en qué basamos
nuestra seguridad? Construimos fortalezas, ponemos nuevas cerraduras, doble
candado y alarma; y terminamos prisioneros de nosotros mismos y con el enemigo
dentro de nuestros hogares. Crece entre nosotros el miedo social, la sospecha
de todo, la inseguridad y la necesidad de defenderse y buscar cada uno la
salida a su propia vida. Pero muchas veces descuidamos lo esencial. Llevamos a
nuestros hogares la envidia y el orgullo, la valoración superficial de la
persona, se utiliza la mentira, se engaña y se prostituye… Tememos a los que
matan el cuerpo, pero llevamos con nosotros a los que matan el alma. El miedo
hace imposible la construcción de una sociedad más humana, el miedo destruye la
libertad, el miedo ata y empobrece.
Cristo no está
exento de peligros y es muy consciente de los que afrontarán sus discípulos,
pero también confirma la fuerza y la seguridad de la Buena Nueva que se
anuncia, de la verdad que se proclama y del amor en que confiamos. Me cuestiona
sobre todo por lo que hacemos todos los días y en especial en el nivel
educativo. No estamos educando en los verdaderos valores, en el servicio y en
amor. Desde la infancia se adquieren miedos y complejos, ansias y anhelos que
no son los que propone Cristo. Queremos salvar el árbol fumigando solamente las
ramas pero no vamos a la raíz, donde encuentra su sostén. Cuando un corazón
está vacío, ¿cómo podremos convencerlo que luche por grandes ideales? Cuando se
ha aprendido a depender en todo momento de las cosas materiales, ¿cómo pedir
que se entusiasmen por el proyecto de Jesús que nos pide amar a todos? Cuando
lo que importa es el que dirían, ¿cómo construir un corazón sincero y recto? La
fama, el dinero, el placer son los criterios que van aprendiendo los niños en
casa. Y después se sienten desprotegidos pues no hay dinero suficiente que
forje un verdadero hombre o una verdadera mujer, si no se han sembrado los
valores en su corazón.
Platiquemos
con Jesús cuáles son nuestros miedos, cuáles son nuestras seguridades, si
estamos dando más importancia a los que matan el cuerpo o a los que matan el
alma, si hemos entrado en la espiral de la violencia. ¿Qué pensamos cuando
Cristo nos dice que no tengamos miedo y nos ofrece como seguridad los brazos
amorosos de un Padre providente?
Padre misericordioso, que nunca dejas de tu
mano a quienes has hecho arraigar en tu amistad, concédenos vivir siempre
movidos por tu amor; ayúdanos a descubrir cuáles son los verdaderos peligros
que están destruyendo nuestras familias, nuestra sociedad y nuestra Iglesia; y
danos la fortaleza y sabiduría necesarias para afrontarlos. Amén.
(Fuente: zenit.org)
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