viernes, 21 de mayo de 2010

EVANGELIO DEL DOMINGO


Hemos ido recorriendo las grandes etapas de la vida del Señor al compás de la liturgia. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor. Impresiona sobremanera el ver que esta "última Palabra" que Dios envía, la de su Hijo, sea dicha con tanta precariedad. Porque no será este hablar postrero de Dios una Palabra apabullante y tumbativa, sino humilde y libre como todas las suyas. Acampó su Palabra en nuestras tierras condenadas a tantos exterminios, y abrió su Tienda para encontrarse con nosotros en el Encuentro más estremecedor y decisivo, a fin de estrenar la felicidad, la verdadera humanidad y la dicha bienaventurada de un amor sin precio ni ficción.

¿Podemos tener acceso a cuanto dijo Jesús en su arameo, en su oriente medio, hace tantos años ya? Aquí nos lo jugamos todo. Porque este «todo» se reduce a saber si aquello que ocurrió entonces, es posible que vuelva a suceder hoy, aquí y ahora. Y Pentecostés es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la Palabra y la Presencia de Jesús.

Así lo prometió Él: "os he dicho todo estando entre vosotros, pero mi Padre os enviará al Espíritu Santo para que os enseñe y os recuerde todo lo que yo os he dicho". Esta ha sido la promesa cumplida de Jesús. Y la historia cristiana ...(Click en el título para seguir leyendo)

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