En la ponencia de hoy se nos invitó a contemplar a Jesús en la Galilea
del siglo I y a observar cómo vivía la esperanza. Él es el fundamento de
nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. Este Jesús, cuyo núcleo de anuncio es el
Reino, presentó el Reino como un proyecto de humanización. Fue quien esperó en
un Dios diferente al que esperaba la gente de su tiempo y demostró que venía a
proponer una relación distinta con Dios y con los demás.
Para Jesús, lo innegociable fue la praxis de la misericordia como salvación, el corazón del Reino, y la defensa de la persona. Jesús pasó por el llanto, el grito y la muerte, pero su resurrección reivindica a la víctima, al inocente, a la vida y al porvenir. Hay un futuro, algo distinto. Cerramos la reflexión con un poema de Pedro Casaldáliga, que nos recuerda que la vida religiosa está invitada a cultivar la flor de la esperanza entre las llagas del crucificado. Mientras esperamos, podemos confiar y cultivar esa flor en medio de la noche y las dificultades, porque sabemos que la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida.