1 Re 19,4-8: Con la fuerza de aquel alimento, caminó hasta el
monte de Dios
Salmo responsorial 33: ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Ef 4,30–5,2: Sigan el camino del amor, a ejemplo de Cristo
Jn 6,41-51: Yo soy el pan de la vida, bajado del cielo
La narración del primer libro de los Reyes está sumamente
cuidada y llena de detalles que hacen de esta simple huida algo más profundo y
simbólico. Para empezar, las alusiones al desierto, a los padres, a los
cuarenta días y cuarenta noches de camino, al alimento, al monte de Dios, son
demasiado claras y numerosas como para no reconocer en el camino de Elías el
camino inverso al que realizó Israel en el éxodo.
No se trata sólo de una
huida; también hay una búsqueda de las raíces que terminará en un encuentro con
Dios. También los grandes héroes como Elías y Moisés (cf. Num 11,15) han
sentido nuestra debilidad. Elías, desanimado del resultado de su ministerio
huye porque «no es mejor que sus padres» en el trabajar por el reino de Dios y
es mejor reunirse con ellos en la tumba (v.4). Cuando el hombre reconoce su
debilidad, entonces interviene la fuerza de Dios (2Cor 12,5.9). Con el pan y el
agua, símbolos del antiguo éxodo, Elías realiza su propio éxodo (símbolo de los
cuarenta días, v.8) y llega al encuentro con Dios. Tal
como está narrado este
episodio de Elías nos habla del camino, de los empeños, de las tareas demasiado
grandes para hacerlas con las propias fuerzas y de la necesidad de caminar
apoyados en las fuerzas del alimento que nos mantiene.
La segunda lectura es la continuación de esta exhortación
apostólica que desciende a detalles hablando de aquello que el cristiano debe
evitar (aspecto negativo) o debe hacer (aspecto positivo). Así, el cristiano
puede trabajar en la edificación de la iglesia y no entristecer al Espíritu
rompiendo la unidad (4,25-32a; 4,3). Este modo de vivir encuentra su fundamento
en aquello que Cristo ha realizado o el Padre ha cumplido por Cristo. Vivir de
manera cristiana y vivir en el amor como Cristo y el Padre (cf. Mt 5,48). Como
el Padre perdona, así debe hacer el cristiano (v. 32b); Mt 6,12.14-15). Como
Cristo ama y se dona en sacrificio, así hace el cristiano. La unidad es fruto
del sacrificio personal. El tema de la imitación de Dios, consecuencia y
expresión de ser hijos suyos, revela la referencia evangélica de esta
exhortación de Efesios (cf. Mt 4,43-48). El Espíritu es el elemento determinante
del comportamiento cristiano. En línea con otros pasajes paulinos sobre el
Espíritu, en éste su recepción se vincula (indirectamente) al bautismo y se le
considera como sello/marca que identificará en la parusía a cuantos pertenecen
a Cristo.
El evangelio de Juan que hoy leemos comienza con el
escándalo que se produce en los judíos porque Jesús se equipara al pan; pero
más aun porque dice que ha “bajado del cielo”. Para ellos esto no tiene
explicación, puesto que conocen a Jesús desde su infancia y saben quiénes son
sus padres. Para ellos su vecino Jesús, visto en su sola dimensión humana, no
guarda relación alguna con las promesas del Padre y con su proyecto de justicia
revelado desde antiguo.
Juan utiliza esta figura del escándalo y del no poder ver
más allá de la dimensión humana de Jesús, para dar a conocer la dimensión que
encierra la persona y la obra del Maestro. En primer lugar, la adhesión a Jesús
es obra también de Dios; es él mismo quien suscita la fe del creyente y lo
atrae a través de su hijo.
Conocer a Jesús es apenas un primer paso en el cual se
encuentran sus paisanos; pero adherir la propia fe a él es el siguiente paso,
que exige un despojarse totalmente para poder encontrar en él el camino que
conduce al Padre. Sólo este segundo momento permite descubrir que Dios se está
revelando en Jesús tal cual es; esto es, un Dios íntimamente comprometido con
la vida del ser humano y su quehacer.
Jesús propone asumir el paso de la vida humana con un total
compromiso. El alimento, que es indispensable para vivir, es utilizado como
metáfora para hacer ver que más allá de la dimensión humana de cada persona hay
otra dimensión que requiere también ser alimentada. El ser humano, llamado a
trascenderse a sí mismo, tiene que esforzarse también continuamente para que su
ciclo de vida no se quede sólo en lo material.
Así pues, el conocimiento y aceptación de la propuesta de
Jesús alimenta esa dimensión trascendente del ser humano, que es la entrega
total y absoluta a la voluntad del Padre; y la voluntad del Padre no es otra
que la búsqueda y realización de la Utopía de la Justicia en el mundo en todos
los ámbitos (Reinado de Dios), para que haya «vida abundante para todos» (Jn
10,10).
Para la revisión de vida
¿Busco a Dios? ¿Vivo hambriento de sabiduría? ¿O me
entretengo con alimentos que no sacian?
¿Comulgo con la esperanza cierta de que Dios quiere que
todas sus criaturas tengan vida y vida en abundancia? ¿Enseño a otros esta gran
noticia?
(Fuente: lecturadeldia.org)
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