La vida se acrecienta dándola y se
debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de
la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión
de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir que un
cuidado enfermizo de la vida propia atenta contra la calidad humana y cristiana
de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para
darlo todo: “Quién aprecie su vida la perderá” (Jn 12, 25). Aquí descubrimos
otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que
se la entrega para dar la vida a los otros. Eso en definitiva es la misión.
El proyecto de Jesús es instaurar el
Reino de su Padre. Por eso pide a sus discípulos: “¡Proclamen que está llegando
el Reino de los cielos!” (Mt 10,7). Se trata del reino de la Vida. Porque la
propuesta de Jesucristo a nuestros pueblos, el
contenido fundamental de esta
misión es la oferta de una vida plena para todos. Por eso, la doctrina, las
normas, las orientaciones éticas, y toda la actividad misionera de la Iglesia,
debe dejar transparentar esta atractiva oferta de una vida más digna, en
Cristo, para cada hombre y para cada mujer de América Latina y el Caribe.
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