Una misma caridad
fraterna en el Señor une a los que, peregrinos aún en la tierra, viven en obsequio
de Jesucristo y a los que, salidos ya de este mundo, esperan la visión gloriosa
de Dios, como antes los congregó aquí abajo un idéntico amor a Cristo y un
mismo servicio a la Virgen María.
En esta conmemoración
de Todos los Difuntos Carmelitas, recordamos a todas estas personas y su
contribución en la herencia que se ha transmitido hasta nosotros. Estos
hermanos nuestros, hombres y mujeres, quizás no fueron famosos escritores
espirituales ni destacaron por sus experiencias extraordinarias de oración,
pero sí dejaron su marca en la Orden y en cada uno de nosotros a través de sus
propios esfuerzos para vivir en obsequio de Jesucristo al servicio de la Orden
y de la Iglesia. Ya sea como
sacerdotes o hermanos, monjas o religiosas, laicos
consagrados o miembros de la Tercera Orden, ellos llevaron el espíritu del
Carmelo a su vida diaria y a todos los que les rodearon. Algunos no fueron
miembros oficiales de la Orden, pero a través de su generosidad, tiempo,
talento y apoyo, nos animaron a nosotros Carmelitas a una fidelidad cada vez
más profunda a nuestra vocación.
La plegaria común de la
Orden implora del Señor misericordia para todos los hermanos difuntos, a fin de
que, por intercesión de María, signo de esperanza cierta y de consuelo, lleguen
cuanto antes a la casa del Padre.
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