Ciclo A – Textos: 1 Re 3, 5.7-12; Rm 8, 28-30; Mt
13, 44-52
P. Antonio
Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor de Humanidades Clásicas en
el Centro de Noviciado y Humanidades y Ciencias de la Legión de Cristo en
Monterrey (México).
Idea principal: Pedir a Dios la verdadera
sabiduría.
Resumen del mensaje: Hoy Cristo nos invita a ser
buenos negociantes no sólo en las cosas materiales, sino también y sobre todo
en las espirituales (evangelio). Para eso necesitamos el don de la sabiduría (primera
lectura). El mejor negocio que podemos llevar a cabo en nuestra vida es
reproducir en nosotros la imagen de Cristo (segunda lectura). El hombre
necesita la sabiduría, como Salomón, para discernir dónde están los
verdaderos valores, trabajar por conseguirlos e invertir en ellos.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, lo importante es que los
seguidores de Jesús tengamos la auténtica sabiduría y seamos
lo suficientemente listos para descubrir que los valores del espíritu (la
virtud, la honradez, la
verdad, el trabajo, el amor, la justicia, la fidelidad,
la piedad, la fe, la esperanza…) son más importantes que todos los demás y
hacer una clara opción por ellos. Otros valores son externos y caducos: salud,
dinero, amor, como se cantaba en la España otrora: “Tres cosas hay en
la vida: salud, dinero y amor el que tenga estas tres cosas, que le dé gracias
a Dios”. El mundo nos encandila con cosas llamativas, con baratijas
superficiales que no salvan y no dan felicidad auténtica. Seguir estas
candilejas sería de necios, no de sabios.
En segundo lugar, para ello necesitamos pedir
a Dios que nos dé sabiduría, como pidió Salomón: “te pido
que me concedas sabiduría de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y
distinguir entre el bien y el mal”. Nosotros: “Señor, concédenos un
corazón sabio que sepa distinguir entre los verdaderos valores que Tú nos
entregaste y los oropeles de este mundo engañador”. Dios no puede
cerrar sus oídos ante semejante petición. Optar por los valores espirituales es
invertir bien. Es promesa de éxito y de alegría plena. El que apuesta por los
valores éticos y espirituales, que son seguros, no fracasa.
Finalmente, no debemos olvidar que estos
valores espirituales son caros. Son tesoros escondidos en el campo del mundo y
de la Iglesia, que nos exigen vender todo o mucho y comprar ese campo. Son
perlas finas –no hojalata- que no podemos rebajar en el mercado de la vida
mundana, sino vender las otras mil chácharas que escondíamos tontamente en el
cofre de nuestro interior, para poder adquirir esas joyas. No se trata de
renunciar a cosas por ascética o por masoquismo, sino porque eso que compramos
son tesoros y perlas que darán sentido pleno a nuestra vida. Muchas veces hay
que sacrificar algo para conseguir lo que vale más. Y el valor de los valores
es Jesucristo, por el que tenemos que dejar todo lo demás, si Él nos lo pide
para dedicarnos a Él y a su Reino en cuerpo y alma. San Agustín diría: “Ese
tesoro es el Verbo-Dios que está escondido en la carne de Cristo”. Cuando
san Pablo encontró este tesoro dijo que todo el resto es pérdida al lado de
Cristo. Esto es seguir la sabiduría divina.
Para reflexionar: ¿Puedo decir
con el salmista hoy: “Más estimo yo los preceptos de tu boca que miles
de monedas de oro y plata”? ¿Ya vendí todo para comprar esos tesoros de
Cristo que la Iglesia me ofrece: la doctrina santa salida de los labios del
mismo Jesucristo, la gracia divina infundida en los sacramentos y que hace de
nuestra alma otra perla preciosa, riquísima en virtudes, dones y sagrario del
Dios tres veces santo? ¿Quisiera recuperar lo que ya he vendido para comprar el
tesoro y la perla? Sería una especie de locura preferir las bagatelas al tesoro
y la perla de Cristo y su Iglesia. Seamos sabios según Dios.
Para rezar: con el Salmo 9, recemos:
9 Contigo está la sabiduría, que conoce tus obras
y que estaba presente cuando hiciste el mundo;
ella sabe lo que te agrada
y lo que está de acuerdo con tus mandamientos.
10 Envíala desde tu santo cielo,
mándala desde tu trono glorioso,
para que me acompañe en mi trabajo
y me enseñe lo que te agrada.
11 Ella, que todo lo conoce y lo comprende,
me guiará con prudencia en todas mis acciones
y me protegerá con su gloria…
17 Nadie puede conocer tus planes
sino aquel a quien das sabiduría
y sobre quien desde el cielo envías tu santo espíritu.
18 Gracias a la sabiduría
han podido los hombres seguir el buen camino
y aprender lo que te agrada:
fueron salvados gracias a ella.
( Fuente: zenit.org)
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