“Que contemplar a Cristo Transfigurado nos llene de
esperanza y nos impulse a descubrir su rostro en los hermanos.”
Daniel 7,9-10. 13-14: “Su vestido era blanco como la
nieve”
Salmo 96: “Reina el Señor, alégrese la tierra”
2 Pedro 1,16-19: “Nosotros escuchamos esta voz
venida del cielo”
San Mateo 17,1-9: “Mientras oraba, su rostro cambió
de aspecto”
Hace algunos días, pedí a niños pequeñitos de una comunidad
que iluminaran con colores algunas láminas bíblicas. Pusimos a su disposición
una variedad grande de lápices. Algunos de ellos casi no tienen costumbre de
usar los colores y les resulta difícil combinarlos. Cada quien con más
entusiasmo que pericia, con más rapidez que cuidado, empezó la tarea de
rellenar los dibujos. Uno de ellos tomó un color muy oscuro y empezó a rellenar
el rostro de Jesús. Cuando terminó era imposible reconocer entre los rayones
el rostro del maestro sentado en medio de sus discípulos. Él lo hacía en
su ingenuidad y con orgullo mostraba su trabajo. Y me hizo reflexionar cómo
nosotros, borramos y oscurecemos el rostro de Jesús cuando por nuestras
ambiciones y egoísmos lo cubrimos con los colores que nos proporciona
nuestro capricho.
La Trasfiguración es todo lo contrario: manifestar el
verdadero rostro de Jesús para que sus discípulos que lo verán velado por el
dolor y la cruz, no se olviden de ese rostro resplandeciente. Es difícil
reconocer el rostro de Jesús en muchas ocasiones, pero al mismo tiempo que ese
rostro resplandeciente se nos manifiesta nos recuerda que sigue presente en el
rostro de todos y cada uno de los hermanos. Los rostros de los campesinos
desilusionados con sus labores que no son reconocidas en su justo valor; los
rostros de las mujeres despreciadas, abusadas y violentadas; los rostros de los
niños que miran con incertidumbre el futuro; los rostros cansinos de los
adolescentes con sus ilusiones muertas antes de tiempo; los rostros de miles de
obreros que han perdido la esperanza; los rostros de las familias destrozadas
por la migración y los egoísmos; en fin miles de rostros que hoy nos hacen
presente el rostro de Jesús.
Transfigurarse, transformarse… es el reto de este día.
Contemplemos a Jesús acercándose a la hora final. Buscando descubrir el sentido
de la cruz, queriendo dar a conocer a sus discípulos el camino de la salvación,
un camino que no sigue la senda de los triunfos mundanos, un camino que se aleja
del poder y de los lugares de opresión, un camino que se sustenta en el
servicio, en la entrega, en una palabra: en la cruz. ¿Dónde encontrar fuerzas
para seguir ese camino? Los discípulos no acaban de entender la gran misión que
tienen, mucho menos pueden entender que Cristo les empiece a hablar de
sacrificios, de sufrimiento y de muerte. Para alentarlos, Cristo toma a tres de
ellos, los lleva aparte y sube al monte con ellos. Entonces se transfigura en
su presencia. Vestidura blanca, rostro resplandeciente y Moisés y Elías
conversando con Él. Todo tiene su gran símbolo y para los discípulos es una
belleza que nunca podrían imaginar. Además los dos grandes “personajes” del
pueblo de Israel vienen a dar testimonio de Jesús. Por eso Pedro puede
exclamar: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí” y propone hacer tres
tiendas, olvidándose por completo de hacer una para ellos.
Pero falta lo mejor: la voz del Padre que dice: “Éste es mi
Hijo, muy amado… escúchenlo”. Así a los testimonios del resplandor y de los
personajes se añade la voz del Padre, pero con una clara indicación, escuchar
a Jesús. Es la clave para superar las dificultades en su seguimiento, es
la fortaleza para continuar en su camino. La transfiguración da aliento a los
apóstoles para poder seguir a Jesús. También nosotros debemos mirar a Jesús y
escuchar su palabra. Si lo contemplamos en lo que hace, en lo que dice, en su
muerte, pero sobre todo en su resurrección, encontraremos motivos de esperanza
para continuar en el camino. La contemplación de Jesús nos debe alentar y abrir
los ojos para poder también nosotros transformarnos y transformar nuestro
mundo. Pero no podemos quedarnos en contemplación. Jesús baja con sus
discípulos del monte y les habla de su muerte y resurrección. Que también
nosotros, junto con Cristo caminemos en la vida diaria hacia la muerte y
resurrección del Señor.
En el dolor del camino, en la oscuridad de cada día, tenemos
ahora una luz que nos señala el sendero y nos abre nuevos horizontes. La
manifestación del rostro de Jesús en este día nos dé valor para descubrirlo,
limpiarlo y tratarlo con dignidad en los rostros deformados de los despreciados
y descartados. El rostro resplandeciente nos ayude a llenar de luz, la
oscuridad de nuestros caminos. El rostro en comunión con la ley y los profetas,
nos aliente en nuestra búsqueda de verdadera justicia. Que la Palabra del Padre
que resuena en este acontecimiento, nos lleve a descubrir y a escuchar a Jesús
en cada uno de los rostros de nuestros hermanos.
Hoy, nos acercamos también hasta la montaña, hoy nos
dejamos seducir por la belleza y el esplendor de Jesús, no para vivir en el
embelesamiento y la nostalgia de un cielo, sino para descubrir el camino hacia
donde nos dirigimos. También para nosotros es la voz y nosotros queremos
acogerla y hacerla realidad: mirar a Jesús como el Hijo de Dios, escuchar su
palabra e imitar su ejemplo. No somos errantes fugitivos que no conocemos
nuestro destino final, no aceptamos el dolor y el reto que nos impone la vida,
confiando en nuestras propias fuerzas. Sabemos hacia dónde nos dirigimos y hoy
lo tenemos a la vista. Jesús es nuestro camino, es nuestra luz y también se
hace compañero nuestro en la senda de la vida.
Padre Bueno, que nos pides escuchar a tu amado Hijo,
despiértanos de nuestras indiferencias y purifica nuestros ojos para que al
contemplar a Cristo glorioso, podamos descubrir su rostro en cada uno de
nuestros hermanos. Amén (Fuente: zenit.org)
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