martes, 29 de mayo de 2018

Semana Vocacional con Edith Stein: "Una mujer judía buscadora del sentido de la vida"


1 Mujer judía. Atea

Edith Stein nace en la ciudad prusiana de Breslau, el 12 de octubre de 1891, en el seno de una familia judía de fuerte tradición religiosa, que marcará toda su existencia y hasta su propia muerte. Su nacimiento coincide con la solemne celebración del Día de la Reconciliación o Yom Kippur:
“Ese día tenía para mí una significación especial: yo había nacido el día de la Reconciliación, y mi madre consideraba siempre la fiesta de la Reconciliación como el día de mi cumpleaños. (…) Este hecho lo valoraba mi madre extraordinariamente, y a mí me parece que su actitud, más que otras cosas, ha sido la causa de serle tan querida su hija más pequeña”.

Sancho Fermín, indica que este hecho es el “resumen profético de toda su existencia y del binomio que en ella encuentra una profunda unidad: judaísmo-cristianismo”,  que alcanzará su punto culminante al morir en Auschwitz, asumiendo la muerte con profundo sentido expiatorio, al que llegará luego de un arduo recorrido humano, por no contentarse con las metas alcanzadas, sino fiel a sus intuiciones, continuar buscando el sentido profundo de las cosas, la verdad.
A medida que fue creciendo, su preocupación se centró en el problema de la existencia humana, el sentido de la vida del hombre. Luego de abandonar la escuela porque no enseñaban a resolver los problemas humanos, retomará sus estudios para acceder a la Universidad, con el firme deseo de prepararse para servir a la humanidad. Al perder su fe infantil, se convertirá en una humanista práctica, “estamos para servir a la humanidad (…) esto se consigue mejor si se hace aquello a lo que nos inclinan nuestras peculiares aptitudes”.
Detrás de su estudio, trabajo e investigación están las “ansias viscerales por descubrir cuál es la verdad”,  la verdad que de sentido a la vida, al misterio que encierra en sí el hombre.

Los años en Gotinga, luego de haber conocido a Husserl y la fenomenología “son la base sólida de su pensamiento, y de su modo de acercarse a la realidad con un talante fenomenólogico-objetivo”,  se
convierte en una de las discípulas más aventajadas de Husserl, que más tarde la nombra su asistente. Y cuando su maestro se orienta al idealismo, ella permanecerá fiel a la fenomenología más pura, la que “realiza una profunda purificación intelectual en ella”,  que influye más allá del estricto pensamiento filosófico. No sólo es la influencia de Husserl, sino también de quienes formaban aquel círculo fenomenológico. Ella misma lo cuenta, destacando a Max Scheler:
“Tanto para mí como para otros muchos, la influencia de Scheler en aquellos años fue algo que rebasaba los límites del campo estricto de la filosofía. Yo no sé en qué año volvió a la Iglesia Católica. No debió ser mucho más tarde de por aquel entonces. En todo caso era la época en que se hallaba saturado de ideas católicas, haciendo propaganda de ellas con toda la brillantez de su espíritu y la fuerza de su palabra. Este fue mi primer contacto con este mundo hasta entonces para mí desconocido. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de fenómenos ante los cuales ya nunca más podía ser ciega. No en vano nos habían inculcado que debíamos tener todas las cosas ante los ojos sin prejuicios y despojarnos de toda anteojera. Las limitaciones de los prejuicios racionalistas en los que me había educado sin saberlo cayeron, y el mundo de la fe apareció ante mí. Personas con las que trataba diariamente y a las que admiraba vivían en él…Por el momento no pasé a una dedicación sistemática sobre las cuestiones de la fe (…) me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi entorno, y –casi sin notarlo-, fui transformada poco a poco”.

La fenomenología era más que una nueva teoría, definía su actitud existencial, su apertura a toda la realidad, sin prejuicios, con capacidad de análisis y confrontación constante entre realidad y pensamiento, una apertura que le permitía - aunque sea de forma mediata- acceder a esa verdad que buscaba, en la que comienza a ser fundamental la vida, testimonio e ideas propuestas, percibiendo como síntoma de verdadero aquello que se entiende, se vive y se propone.
Al inicio de la Primera Guerra Mundial, la disponibilidad y el servicio que surgía en ella, era algo que compartía con su círculo, esto lo demuestra Edith al recordar y escribir textualmente la conversación y el encuentro en casa de Reinach para el curso filosófico que él les dictaba, que lógicamente quedaba en un segundo plano, dado que la situación les exigía nuevas y comprometidas respuestas:
“aquella tarde ya no se habló de filosofía. Se trató solamente de lo que iba a suceder. ¿Usted también tiene que ir, señor doctor?, preguntó Kaufmann. Yo no tengo, yo debo, replicó Reinach. Aquella respuesta me llenó de satisfacción; coincidía perfectamente con mis sentimientos”.

Evidencia el espíritu inquieto, crítico, sensible, atento a la realidad, y comprometido con ella, que tuvo Edith originalmente y que con la formación intelectual, la apertura filosófica y religiosa, se irá acrecentando día a día, hasta que el compromiso se configure como entrega total. Destaca en sus escritos autobiográficos, detalles pormenorizados de lo que generaba en ella, y en sus compañeros universitarios el inicio de la guerra, lo que no hace más que confirmarnos su preocupación y ocupación efectiva por el destino de su pueblo, y de la humanidad.  La situación en Gotinga era más segura que en Breslau, por la cercanía con la frontera rusa, y por ser un baluarte del este, ello fue el elemento clave para discernir que debía marchar inmediatamente para Breslau. Ya en su casa materna, a pesar de la tensión que se respiraba en todo el país, contemplaba la realidad serenamente y se posicionaba con firmeza: “Ahora ya no tengo una vida propia, me dije a mi misma. Todas mis energías están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que vivo, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales”.
Para servir a la humanidad sufriente entonces, decidió realizar el curso de enfermería para estudiantes universitarias que la capacitara para colaborar en la guerra. Durante el mismo se declaró a disposición de la Cruz Roja, tanto para actuar en el territorio, como fuera. En pocas palabras nos pone en conocimiento de su estado interior: “Naturalmente, me ofrecí sin condiciones. No deseaba otra cosa que salir cuando antes y lo más lejos posible, prefiriendo sobre todo un hospital de campo en el frente”.  Esa respuesta se repetirá y tomará nuevas dimensiones ante cada situación que la invita a salir de sí misma, y nos muestra que esos deseos no fueron sólo impulsos juveniles, sino que con la madurez y la experiencia de fe en Cristo, fueron ahondándose y renovando su profundo sentido. Salir de sí implicó en un primer momento dejar de lado sus exámenes, “el examen me parecía algo ridículamente sin importancia en comparación con los acontecimientos de entonces”,  luego las renuncias serán cada vez más exigentes.
Los desastres de la guerra, las realidades de dolor que conoció, palpó y acompañó con esmero y delicadeza, profundizaron sus interrogantes existenciales, y la urgieron aún más a encontrar las respuestas al sentido de la vida, desde su clara conciencia femenina. “Su experiencia ratificaba que ni la política, ni la ciencia, ni la humanidad misma eran todavía capaces de dar una respuesta al hombre como problema, o al problema del hombre”.  
Podemos sintetizar que en esta parte del camino recorrido, a pesar de perder la fe infantil y familiar, fue descubriendo que el darse, entregarse por los demás, le permitía encontrar el sentido buscado, aunque sea temporalmente, dado que luego se veía empujada a una búsqueda superadora.
Realizará con Husserl su tesis doctoral, Sobre el problema de la Empatía, con la que obtiene el doctorado en filosofía. Lo más importante para ella, es que la empatía, no es sólo un acto del conocimiento humano, sino que ha comprendido a través de ella, de forma más profunda y objetiva a la persona: como ser espiritual, trascendente, abierto, llamado a realizarse en lo más profundo de sí pero sin dejar de confrontarse con el otro. Un paso que la dispondrá a encontrarse con el Otro, por ello creemos que es un elemento a destacar en su proceso vocacional.


2 Encuentro con Cristo, a través del misterio de la Cruz
El cambio determinante en su búsqueda existencial se da cuando descubre a Cristo, único sentido de la vida y de la historia, “el sacrificio eucarístico acuna en nuestra alma el misterio central de nuestra fe, que a la vez es el eje central de la historia universal: el misterio de la Encarnación y de nuestra salvación”.
Para su conversión todo señala como causa inmediata, el encuentro con la viuda de Reinach, así lo atestigua uno de sus confesores, Hirschmann en una carta inédita a la priora del Carmelo de Colonia, del 13 de mayo de 1950:
“Ella misma distinguió el motivo de su conversión al cristianismo, del motivo de su entrada en la Iglesia católica. El motivo decisivo de su conversión al cristianismo fue, como ella misma me contó, el ver como la Señora Reinach fue capaz de asumir, por medio de la fuerza del misterio de la cruz, la muerte de su marido, caído en el frente durante la Primera Guerra Mundial.”

Es fundamental para entender la vida y vocación de Teresa Benedicta de la Cruz, destacar que desde que comenzó a acercarse al cristianismo, comprende que el centro de la fe es el proceso pascual, que la crueldad y dureza de la muerte en Cruz, tiene un sentido, aunque este sea incomprensible para la mayoría de los seres humanos.
A partir del encuentro con Ann Reinach, se acerca empática y fenomenológicamente al cristianismo, cambiando su percepción del mismo, descubriendo que allí puede encontrar las respuestas que tanto ha buscado.
Es la época en que está escribiendo Causalidad Psíquica, año 1918, en el que describe la quietud en Dios:
 “existe un estado de reposo en Dios, de completa relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hace ninguna clase de planes, no se adoptan resoluciones, y menos aún se actúa, sino que todo el futuro se deposita en manos de la voluntad divina, uno se abandona por completo al destino. (…) El descansar en Dios, frente al fracaso de la actividad por carencia de energía vital, es algo completamente nuevo y singularísimo”.

El texto anterior está inserto en una clara explicación fenomenológica de la motivación y el contenido causal de los actos. En el mismo destaca el valor de la actividad espiritual –entendida en sentido amplio o filosófico- y elabora esta explicación de la contemplación y el abandono en Dios, la confianza en la providencia, describe la experiencia mística, cuatro años antes de su bautismo, denotando así la apertura intelectual que se ha efectuado en ella.
Es relevante la carta que escribe a Ingarden el 10 de octubre de 1918, en la que destaca su inclinación por un cristianismo positivo, y como a partir de éste puede comprender y asumir las dificultades y contrariedades de la vida, con esperanza:
“Jamás vuelva a desearme la felicidad, según usted la concibe. Pero en otro sentido, hoy mismo. No sé si de mis comunicaciones anteriores ha deducido ya que tras larga reflexión más y más me he decidido por un cristianismo positivo. Esto me ha librado de la vida, que me había tirado por tierra y al mismo tiempo, me ha dado fuerza para retomar otra vez, agradecida, la vida. Por tanto puedo hablar, en el sentido más profundo de un renacimiento. Pero para mí, la nueva vida está tan íntimamente ligada con los acontecimientos del último año, que ya en cierto sentido nunca me desligaré de ellos; para mí serán siempre presencia muy viva. En ello no puedo ver ninguna desdicha, todo lo contrario, forman parte de mi patrimonio más valioso”.

Tanto en Causalidad Psíquica, como en esta carta, insiste con la idea cristiana de vida nueva, renacimiento, resurgir luego de la dificultad, que en lenguaje del Nuevo Testamento, equivale a la categoría hombre viejo-hombre nuevo, que tan claramente queda descripta en la Carta a los Efesios: “despojaos en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencia, renovad el espíritu de vuestra mente, y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad”.  Ante el agotamiento, o el fracaso por falta de energía, el silencio de muerte, en la relación con Dios es reemplazado “por el sentimiento de sentirse acogido, de estar liberado de toda preocupación y responsabilidad y obligación de actuar”,  lo único necesario para que esto ocurra es “cierta capacidad receptiva”.
Por todo esto no se puede colocar la fecha de su conversión en 1921 a partir de la lectura del Libro de la Vida de Santa Teresa de Jesús, -que confirmó a Edith que la Iglesia Católica poseía los medios de salvación necesarios, permitiendo a  todos los que los asuman alcanzar la unión con Cristo-. Esto no significa menospreciar la inmensa influencia de Santa Teresa que es determinante en su vocación, no sólo para que Edith pida el bautismo en la Iglesia Católica, sino que hará germinar en ella el deseo de la entrega total, en el Carmelo Descalzo. Luego de aquella lectura, exclama Edith: “puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe”,  y al tiempo fue bautizada en la Iglesia Católica, e1 de enero de 1922.
El misterio de Cristo crucificado como camino de expiación por los pecados del pueblo, permitirá a Edith encontrar el sentido que tanto buscaba. Para ello pesó de sobremanera su lejana pero profunda comprensión de la fe materna, haciendo experiencia de lo expresado por San Pablo, con quien comparte el origen judío, la conversión al cristianismo, más tarde el amor sin límites por la cruz de Cristo, y el poseer ambos una ciencia de la Cruz, que Edith reconoce y afirma del Apóstol: “Él posee una desarrollada ciencia de la cruz, una Teología de la Cruz desde la experiencia más íntima”,   y nosotros sin temor aplicamos sus palabras no sólo al Apóstol de los gentiles, sino a la misma Santa, porque mirando sus vidas, resuena de modo especial el texto de la Primera Carta a los Corintios:
“la predicación de la cruz es una locura para los que se pierden; más para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios.  Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el intelectual que se ciñe a simples criterios humanos? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo?  De hecho, como el mundo, mediante su propia sabiduría, no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la locura de la predicación.  Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es más sabia que las personas, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres”.

La apropiación vital que hizo Edith Stein del texto, le permitió encontrar en el misterio de la cruz, que luego comprenderá y elaborará como ciencia de la cruz, las respuestas que desde siempre buscaba, al descubrir que la cruz es “locura para quienes están en vías de perdición, pero poder de Dios para quienes están en vías de salvación”.  Si la cruz es vista desde la fe “comunica una fuerza salvadora a quienes (…) la abrazan con fe, al reconocer que la sabiduría del mundo no los lleva a conocer a Dios”,  es el instrumento que “colma y supera las aspiraciones: es el poder y la sabiduría divina por excelencia”.
Esa sabiduría y poder divino, se vuelven misterio para el hombre, le muestra su pequeñez en relación con la grandeza de Dios, lo introduce en la corriente de vida que brota de la Cruz de Cristo, que no hay palabras para describirla, que sólo se puede contemplar.
Edith Stein afirma sin titubeos que “la palabra de la Cruz es el Evangelio de Pablo (…) es un testimonio sencillo, sin adorno en la palabra, sin pretensión alguna de convencer con argumentos racionales. Saca toda su fuerza del testimonio de lo que anuncia”.
Dos meses antes de su Bautismo, escribe a su amigo Roman Ingarden,
“no le falta algo de razón en lo referente a mi extrañeza del mundo, pero creo que es un sentido totalmente distinto del que pensaba usted. Estoy a punto de pasarme a la Iglesia Católica (…) en los últimos años he vivido mucho más que he filosofado. Mis trabajos son sólo posos de aquellos que me ha ocupado en la vida, pues ahora estoy construida de tal modo, que debo reflexionar”.

Sancho Fermín es contundente al expresar los motivos que llevaron a Edith Stein a fundamentar su opción cristiana en la Iglesia: “Todo el pensamiento antropológico anterior y posterior a su decisión de entrar en la Iglesia católica es lo que mejor da razón del porqué de su opción”.


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