1 Mujer judía. Atea
Edith Stein nace en la ciudad
prusiana de Breslau, el 12 de octubre de 1891, en el seno de una familia judía
de fuerte tradición religiosa, que marcará toda su existencia y hasta su propia
muerte. Su nacimiento coincide con la solemne celebración del Día de la
Reconciliación o Yom Kippur:
“Ese día tenía para mí una
significación especial: yo había nacido el día de la Reconciliación, y mi madre
consideraba siempre la fiesta de la Reconciliación como el día de mi
cumpleaños. (…) Este hecho lo valoraba mi madre extraordinariamente, y a mí me
parece que su actitud, más que otras cosas, ha sido la causa de serle tan
querida su hija más pequeña”.
Sancho Fermín, indica que este
hecho es el “resumen profético de toda su existencia y del binomio que en ella
encuentra una profunda unidad: judaísmo-cristianismo”, que alcanzará su punto culminante al morir en
Auschwitz, asumiendo la muerte con profundo sentido expiatorio, al que llegará
luego de un arduo recorrido humano, por no contentarse con las metas
alcanzadas, sino fiel a sus intuiciones, continuar buscando el sentido profundo
de las cosas, la verdad.
A medida que fue creciendo, su
preocupación se centró en el problema de la existencia humana, el sentido de la
vida del hombre. Luego de abandonar la escuela porque no enseñaban a resolver
los problemas humanos, retomará sus estudios para acceder a la Universidad, con
el firme deseo de prepararse para servir a la humanidad. Al perder su fe infantil,
se convertirá en una humanista práctica, “estamos para servir a la humanidad
(…) esto se consigue mejor si se hace aquello a lo que nos inclinan nuestras
peculiares aptitudes”.
Detrás de su estudio, trabajo e
investigación están las “ansias viscerales por descubrir cuál es la
verdad”, la verdad que de sentido a la
vida, al misterio que encierra en sí el hombre.
Los años en Gotinga, luego de
haber conocido a Husserl y la fenomenología “son la base sólida de su
pensamiento, y de su modo de acercarse a la realidad con un talante
fenomenólogico-objetivo”, se
convierte
en una de las discípulas más aventajadas de Husserl, que más tarde la nombra su
asistente. Y cuando su maestro se orienta al idealismo, ella permanecerá fiel a
la fenomenología más pura, la que “realiza una profunda purificación
intelectual en ella”, que influye más
allá del estricto pensamiento filosófico. No sólo es la influencia de Husserl,
sino también de quienes formaban aquel círculo fenomenológico. Ella misma lo
cuenta, destacando a Max Scheler:
“Tanto para mí como para otros
muchos, la influencia de Scheler en aquellos años fue algo que rebasaba los
límites del campo estricto de la filosofía. Yo no sé en qué año volvió a la
Iglesia Católica. No debió ser mucho más tarde de por aquel entonces. En todo
caso era la época en que se hallaba saturado de ideas católicas, haciendo
propaganda de ellas con toda la brillantez de su espíritu y la fuerza de su
palabra. Este fue mi primer contacto con este mundo hasta entonces para mí
desconocido. No me condujo todavía a la fe, pero me abrió a una esfera de
fenómenos ante los cuales ya nunca más podía ser ciega. No en vano nos habían
inculcado que debíamos tener todas las cosas ante los ojos sin prejuicios y
despojarnos de toda anteojera. Las limitaciones de los prejuicios racionalistas
en los que me había educado sin saberlo cayeron, y el mundo de la fe apareció
ante mí. Personas con las que trataba diariamente y a las que admiraba vivían
en él…Por el momento no pasé a una dedicación sistemática sobre las cuestiones
de la fe (…) me conformé con recoger sin resistencia las incitaciones de mi
entorno, y –casi sin notarlo-, fui transformada poco a poco”.
La fenomenología era más que una
nueva teoría, definía su actitud existencial, su apertura a toda la realidad,
sin prejuicios, con capacidad de análisis y confrontación constante entre
realidad y pensamiento, una apertura que le permitía - aunque sea de forma
mediata- acceder a esa verdad que buscaba, en la que comienza a ser fundamental
la vida, testimonio e ideas propuestas, percibiendo como síntoma de verdadero
aquello que se entiende, se vive y se propone.
Al inicio de la Primera Guerra
Mundial, la disponibilidad y el servicio que surgía en ella, era algo que
compartía con su círculo, esto lo demuestra Edith al recordar y escribir
textualmente la conversación y el encuentro en casa de Reinach para el curso
filosófico que él les dictaba, que lógicamente quedaba en un segundo plano,
dado que la situación les exigía nuevas y comprometidas respuestas:
“aquella tarde ya no se habló de
filosofía. Se trató solamente de lo que iba a suceder. ¿Usted también tiene que
ir, señor doctor?, preguntó Kaufmann. Yo no tengo, yo debo, replicó Reinach.
Aquella respuesta me llenó de satisfacción; coincidía perfectamente con mis
sentimientos”.
Evidencia el espíritu inquieto,
crítico, sensible, atento a la realidad, y comprometido con ella, que tuvo
Edith originalmente y que con la formación intelectual, la apertura filosófica
y religiosa, se irá acrecentando día a día, hasta que el compromiso se
configure como entrega total. Destaca en sus escritos autobiográficos, detalles
pormenorizados de lo que generaba en ella, y en sus compañeros universitarios
el inicio de la guerra, lo que no hace más que confirmarnos su preocupación y
ocupación efectiva por el destino de su pueblo, y de la humanidad. La situación en Gotinga era más segura que en
Breslau, por la cercanía con la frontera rusa, y por ser un baluarte del este,
ello fue el elemento clave para discernir que debía marchar inmediatamente para
Breslau. Ya en su casa materna, a pesar de la tensión que se respiraba en todo
el país, contemplaba la realidad serenamente y se posicionaba con firmeza:
“Ahora ya no tengo una vida propia, me dije a mi misma. Todas mis energías
están al servicio del gran acontecimiento. Cuando termine la guerra, si es que
vivo, podré pensar de nuevo en mis asuntos personales”.
Para servir a la humanidad
sufriente entonces, decidió realizar el curso de enfermería para estudiantes
universitarias que la capacitara para colaborar en la guerra. Durante el mismo
se declaró a disposición de la Cruz Roja, tanto para actuar en el territorio,
como fuera. En pocas palabras nos pone en conocimiento de su estado interior:
“Naturalmente, me ofrecí sin condiciones. No deseaba otra cosa que salir cuando
antes y lo más lejos posible, prefiriendo sobre todo un hospital de campo en el
frente”. Esa respuesta se repetirá y
tomará nuevas dimensiones ante cada situación que la invita a salir de sí
misma, y nos muestra que esos deseos no fueron sólo impulsos juveniles, sino
que con la madurez y la experiencia de fe en Cristo, fueron ahondándose y
renovando su profundo sentido. Salir de sí implicó en un primer momento dejar
de lado sus exámenes, “el examen me parecía algo ridículamente sin importancia
en comparación con los acontecimientos de entonces”, luego las renuncias serán cada vez más
exigentes.
Los desastres de la guerra, las
realidades de dolor que conoció, palpó y acompañó con esmero y delicadeza,
profundizaron sus interrogantes existenciales, y la urgieron aún más a
encontrar las respuestas al sentido de la vida, desde su clara conciencia
femenina. “Su experiencia ratificaba que ni la política, ni la ciencia, ni la
humanidad misma eran todavía capaces de dar una respuesta al hombre como
problema, o al problema del hombre”.
Podemos sintetizar que en esta
parte del camino recorrido, a pesar de perder la fe infantil y familiar, fue
descubriendo que el darse, entregarse por los demás, le permitía encontrar el
sentido buscado, aunque sea temporalmente, dado que luego se veía empujada a
una búsqueda superadora.
Realizará con Husserl su tesis
doctoral, Sobre el problema de la Empatía, con la que obtiene el doctorado en
filosofía. Lo más importante para ella, es que la empatía, no es sólo un acto
del conocimiento humano, sino que ha comprendido a través de ella, de forma más
profunda y objetiva a la persona: como ser espiritual, trascendente, abierto,
llamado a realizarse en lo más profundo de sí pero sin dejar de confrontarse
con el otro. Un paso que la dispondrá a encontrarse con el Otro, por ello
creemos que es un elemento a destacar en su proceso vocacional.
2 Encuentro con Cristo, a través
del misterio de la Cruz
El cambio determinante en su
búsqueda existencial se da cuando descubre a Cristo, único sentido de la vida y
de la historia, “el sacrificio eucarístico acuna en nuestra alma el misterio
central de nuestra fe, que a la vez es el eje central de la historia universal:
el misterio de la Encarnación y de nuestra salvación”.
Para su conversión todo señala
como causa inmediata, el encuentro con la viuda de Reinach, así lo atestigua
uno de sus confesores, Hirschmann en una carta inédita a la priora del Carmelo
de Colonia, del 13 de mayo de 1950:
“Ella misma distinguió el motivo
de su conversión al cristianismo, del motivo de su entrada en la Iglesia
católica. El motivo decisivo de su conversión al cristianismo fue, como ella
misma me contó, el ver como la Señora Reinach fue capaz de asumir, por medio de
la fuerza del misterio de la cruz, la muerte de su marido, caído en el frente
durante la Primera Guerra Mundial.”
Es fundamental para entender la
vida y vocación de Teresa Benedicta de la Cruz, destacar que desde que comenzó
a acercarse al cristianismo, comprende que el centro de la fe es el proceso
pascual, que la crueldad y dureza de la muerte en Cruz, tiene un sentido,
aunque este sea incomprensible para la mayoría de los seres humanos.
A partir del encuentro con Ann
Reinach, se acerca empática y fenomenológicamente al cristianismo, cambiando su
percepción del mismo, descubriendo que allí puede encontrar las respuestas que
tanto ha buscado.
Es la época en que está
escribiendo Causalidad Psíquica, año 1918, en el que describe la quietud en
Dios:
“existe un estado de reposo en Dios, de
completa relajación de toda actividad espiritual, en el que no se hace ninguna
clase de planes, no se adoptan resoluciones, y menos aún se actúa, sino que
todo el futuro se deposita en manos de la voluntad divina, uno se abandona por
completo al destino. (…) El descansar en Dios, frente al fracaso de la
actividad por carencia de energía vital, es algo completamente nuevo y
singularísimo”.
El texto anterior está inserto en
una clara explicación fenomenológica de la motivación y el contenido causal de
los actos. En el mismo destaca el valor de la actividad espiritual –entendida
en sentido amplio o filosófico- y elabora esta explicación de la contemplación
y el abandono en Dios, la confianza en la providencia, describe la experiencia
mística, cuatro años antes de su bautismo, denotando así la apertura
intelectual que se ha efectuado en ella.
Es relevante la carta que escribe
a Ingarden el 10 de octubre de 1918, en la que destaca su inclinación por un
cristianismo positivo, y como a partir de éste puede comprender y asumir las
dificultades y contrariedades de la vida, con esperanza:
“Jamás vuelva a desearme la
felicidad, según usted la concibe. Pero en otro sentido, hoy mismo. No sé si de
mis comunicaciones anteriores ha deducido ya que tras larga reflexión más y más
me he decidido por un cristianismo positivo. Esto me ha librado de la vida, que
me había tirado por tierra y al mismo tiempo, me ha dado fuerza para retomar
otra vez, agradecida, la vida. Por tanto puedo hablar, en el sentido más
profundo de un renacimiento. Pero para mí, la nueva vida está tan íntimamente
ligada con los acontecimientos del último año, que ya en cierto sentido nunca
me desligaré de ellos; para mí serán siempre presencia muy viva. En ello no puedo
ver ninguna desdicha, todo lo contrario, forman parte de mi patrimonio más
valioso”.
Tanto en Causalidad Psíquica,
como en esta carta, insiste con la idea cristiana de vida nueva, renacimiento,
resurgir luego de la dificultad, que en lenguaje del Nuevo Testamento, equivale
a la categoría hombre viejo-hombre nuevo, que tan claramente queda descripta en
la Carta a los Efesios: “despojaos en cuanto a vuestra vida anterior, del
hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencia, renovad
el espíritu de vuestra mente, y revestíos del Hombre Nuevo, creado según Dios,
en la justicia y santidad de la verdad”.
Ante el agotamiento, o el fracaso por falta de energía, el silencio de
muerte, en la relación con Dios es reemplazado “por el sentimiento de sentirse
acogido, de estar liberado de toda preocupación y responsabilidad y obligación
de actuar”, lo único necesario para que
esto ocurra es “cierta capacidad receptiva”.
Por todo esto no se puede colocar
la fecha de su conversión en 1921 a partir de la lectura del Libro de la Vida
de Santa Teresa de Jesús, -que confirmó a Edith que la Iglesia Católica poseía
los medios de salvación necesarios, permitiendo a todos los que los asuman alcanzar la unión con
Cristo-. Esto no significa menospreciar la inmensa influencia de Santa Teresa
que es determinante en su vocación, no sólo para que Edith pida el bautismo en
la Iglesia Católica, sino que hará germinar en ella el deseo de la entrega
total, en el Carmelo Descalzo. Luego de aquella lectura, exclama Edith: “puso
fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe”,
y al tiempo fue bautizada en la Iglesia Católica, e1 de enero de 1922.
El misterio de Cristo crucificado
como camino de expiación por los pecados del pueblo, permitirá a Edith
encontrar el sentido que tanto buscaba. Para ello pesó de sobremanera su lejana
pero profunda comprensión de la fe materna, haciendo experiencia de lo
expresado por San Pablo, con quien comparte el origen judío, la conversión al
cristianismo, más tarde el amor sin límites por la cruz de Cristo, y el poseer
ambos una ciencia de la Cruz, que Edith reconoce y afirma del Apóstol: “Él
posee una desarrollada ciencia de la cruz, una Teología de la Cruz desde la
experiencia más íntima”, y nosotros sin
temor aplicamos sus palabras no sólo al Apóstol de los gentiles, sino a la
misma Santa, porque mirando sus vidas, resuena de modo especial el texto de la
Primera Carta a los Corintios:
“la predicación de la cruz es una
locura para los que se pierden; más para los que se salvan —para nosotros— es
fuerza de Dios. Porque dice la
Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia
de los inteligentes. ¿Dónde está el
sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el intelectual que se ciñe a simples criterios
humanos? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo, mediante su propia
sabiduría, no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los
creyentes mediante la locura de la predicación.
Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, locura
para los gentiles; más para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un
Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la locura divina es
más sabia que las personas, y la debilidad divina, más fuerte que los hombres”.
La apropiación vital que hizo
Edith Stein del texto, le permitió encontrar en el misterio de la cruz, que
luego comprenderá y elaborará como ciencia de la cruz, las respuestas que desde
siempre buscaba, al descubrir que la cruz es “locura para quienes están en vías
de perdición, pero poder de Dios para quienes están en vías de salvación”. Si la cruz es vista desde la fe “comunica una
fuerza salvadora a quienes (…) la abrazan con fe, al reconocer que la sabiduría
del mundo no los lleva a conocer a Dios”,
es el instrumento que “colma y supera las aspiraciones: es el poder y la
sabiduría divina por excelencia”.
Esa sabiduría y poder divino, se
vuelven misterio para el hombre, le muestra su pequeñez en relación con la
grandeza de Dios, lo introduce en la corriente de vida que brota de la Cruz de
Cristo, que no hay palabras para describirla, que sólo se puede contemplar.
Edith Stein afirma sin titubeos
que “la palabra de la Cruz es el Evangelio de Pablo (…) es un testimonio
sencillo, sin adorno en la palabra, sin pretensión alguna de convencer con
argumentos racionales. Saca toda su fuerza del testimonio de lo que anuncia”.
Dos meses antes de su Bautismo,
escribe a su amigo Roman Ingarden,
“no le falta algo de razón en lo
referente a mi extrañeza del mundo, pero creo que es un sentido totalmente
distinto del que pensaba usted. Estoy a punto de pasarme a la Iglesia Católica
(…) en los últimos años he vivido mucho más que he filosofado. Mis trabajos son
sólo posos de aquellos que me ha ocupado en la vida, pues ahora estoy
construida de tal modo, que debo reflexionar”.
Sancho Fermín es contundente al
expresar los motivos que llevaron a Edith Stein a fundamentar su opción
cristiana en la Iglesia: “Todo el pensamiento antropológico anterior y
posterior a su decisión de entrar en la Iglesia católica es lo que mejor da
razón del porqué de su opción”.
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