domingo, 9 de septiembre de 2018

Comentario al Evangelio del XXIII Domingo 2018 (Tiempo Ordinario- Ciclo B)


CURAR LA SORDERA
Ábrete

La curación de un sordomudo en la región pagana de Sidón está narrada por Marcos con una intención claramente pedagógica. Es un enfermo muy especial. Ni oye ni habla. Vive encerrado en sí mismo, sin comunicarse con nadie. No se entera de que Jesús está pasando cerca de él. Son otros los que lo llevan hasta el Profeta.

También la actuación de Jesús es especial. No impone sus manos sobre él como le han pedido, sino que lo toma aparte y lo lleva a un lugar retirado de la gente. Allí trabaja intensamente, primero sus oídos y luego su lengua. Quiere que el enfermo sienta su contacto curador. Solo un encuentro profundo con Jesús podrá curarlo de una sordera tan tenaz.

Al parecer, no es suficiente todo aquel esfuerzo. La sordera se resiste. Entonces Jesús acude al Padre, fuente de toda salvación: mirando al cielo, suspira y grita al enfermo una sola palabra: "Effetá", es decir,
"Abrete". Esta es la única palabra que pronuncia Jesús en todo el relato. No está dirigida a los oídos del sordo sino a su corazón.

Sin duda, Marcos quiere que esta palabra de Jesús resuene con fuerza en las comunidades cristianas que leerán su relato. Conoce bien lo fácil que es vivir sordos a la Palabra de Dios. También hoy hay cristianos que no se abren a la Buena Noticia de Jesús ni hablan a nadie de su fe. Comunidades sordomudas que escuchan poco el Evangelio y lo comunican mal.

Tal vez uno de los pecados más graves de los cristianos de hoy es esta sordera. No nos detenemos a escuchar el Evangelio de Jesús. No vivimos con el corazón abierto para acoger sus palabras. Por eso, no sabemos escuchar con paciencia y compasión a tantos que sufren sin recibir apenas el cariño ni la atención de nadie.

A veces se diría que la Iglesia, nacida de Jesús para anunciar su Buena Noticia, va haciendo su propio camino, olvidada con frecuencia de la vida concreta de preocupaciones, miedos, trabajos y esperanzas de la gente. Si no escuchamos bien las llamadas de Jesús, no pondremos palabras de esperanza en la vida de los que sufren.

Hay algo paradójico en algunos discursos de la Iglesia. Se dicen grandes verdades, pero no tocan el corazón de las personas. Algo de esto está sucediendo en estos tiempos de crisis. La sociedad no está esperando "doctrina social" de los especialistas, pero escucha con atención una palabra clarividente, inspirada en el Evangelio de Jesús cuando es pronunciada por una Iglesia sensible al sufrimiento de las víctimas, y que sabe salir instintivamente en su defensa invitando a todos a estar cerca de quienes más ayuda necesitan para vivir con dignidad.

Ábrete.

La soledad se ha convertido en una de las plagas más graves de nuestra sociedad. Los hombres construyen puentes y autopistas para comunicarse con más rapidez. Tienden cables para asegurar la comunicación telefónica. Lanzan satélites para transmitir toda clase de ondas entre los continentes. Pero las personas están cada vez más «solas en su propia choza».

El contacto humano se ha enfriado en muchos ámbitos de nuestra sociedad. La gente no se siente demasiado responsable de los demás. Cada uno vive su mundo. No es fácil el regalo de la verdadera amistad.

Hay quienes han perdido la capacidad de llegar a un encuentro cálido, cordial, sincero. Se sienten demasiado extraños a los demás. No son ya capaces de entender y amar sinceramente a nadie, y no se sienten comprendidos ni amados por nadie.

Quizás se relacionan cada día con mucha gente. Pero en realidad no se encuentran con nadie. Viven aislados. Con el corazón bloqueado. Cerrados a Dios y cerrados a los demás.

Cuántos hombres y mujeres no necesitan hoy escuchar las palabras de Jesús al sordomudo: «Ábrete». No es casualidad que se narren en los evangelios tantas curaciones de ciegos y sordos. Son una invitación a que abramos nuestros ojos y nuestros oídos para acoger la buena noticia de Jesús y la salvación que se nos ofrece desde Dios.

También a nosotros se nos hace una invitación a abrirnos. Sin duda, las causas de la incomunicación, el aislamiento y la soledad creciente entre nosotros son muy diversas. Pero, casi siempre tienen su raíz en nuestro pecado.

Cuando actuamos egoístamente, nos alejamos de los demás, nos separamos de la vida y nos encerramos en nosotros mismos. Queriendo defender nuestra propia libertad e independencia con celo exagerado, caemos en un aislamiento y soledad cada vez mayor.

Tenemos que aprender, sin duda, nuevas técnicas de comunicación en la sociedad moderna. Pero debemos aprender antes que nada a abrirnos a la amistad y al amor verdadero.

El egoísmo, la desconfianza y la insolidaridad son también hoy lo que más nos separa y aísla a unos de otros. Por ello la conversión al amor es camino indispensable para escapar de la soledad. El que se abre al amor al Padre y a los hermanos, no está solo.

(P. José A. Pagola)

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