martes, 7 de abril de 2020

Reflexión del Martes Santo con Sta Teresita del Niño Jesús



En el evangelio de hoy (Jn 13, ,21-33.36-38)  vemos nuevamente a Jesús sentado a la mesa, pero esta vez con sus discípulos; es la mesa de la amistad, una última cena, íntima, de despedida, cena de entrega de su voluntad, de revelaciones y de últimas enseñanzas… Tanto, compilado en una comida especial, una celebración litúrgica, de marco religioso. El texto nos habla del preanuncio que hace el Señor de dos traiciones, una la de Judas y otra la de Pedro.

Llama la atención su gesto “se estremeció y habló” ¿por qué se estremece? Porque está a punto de revelar un hecho doloroso, la “traición” de uno de sus discípulos, de sus seguidores, uno de los hombres de su confianza. Y posteriormente la revelación a Pedro, uno de sus tres discípulos más queridos, que lo negará 3 veces antes del canto del gallo. Prestemos atención a los sentimientos del Maestro, el evangelio sólo nos dice que se estremeció, punto; esto indica que no permitió que otras emociones lo habitasen, ni la cólera, ni la ira, ni el resentimiento, ni los deseos de venganza…Jesús se estremeció y a continuación se dejó guiar por un sentimiento, el más profundo y divino, aquel que necesitamos aprender para que la vida se torne más sencilla y llevadera “la misericordia”. De ahí en más Jesús sólo se mostró en actitud de misericordia con los suyos durante lo que quedaba de la última cena.

¿Con cuál de estos sentimientos podemos quedarnos hoy? Con el del “estremecimiento” del Señor, generalmente nos sucede eso ante el miedo, el dolor, la angustia. En esta ocasión Jesús se estremece ante el dolor de la traición, está comunicando que conoce a su grupo de amigos, que sabe que uno de ellos lo entregará y desea que todos lo sepan… No busca señalar al culpable del grupo sino revelar la fragilidad de sus elegidos, hacerles saber que los conoce tanto que incluso cuenta con esas miserias personales para llevar a cumplimiento el proyecto de Dios. No podemos olvidar que el preanuncio de las negaciones de Pedro también causa un profundo dolor al Señor… Dios se vale hasta de nuestros pecados para que su plan se consume. También podemos tener presente otro sentimiento, el de la “misericordia”, la única capaz de mirar a los demás con corazón de Dios, olvidando las ofensas ante el arrepentimiento, comprendiendo las fragilidades humanas, contando con ellas para que ganemos nuestra salvación, etc.


Podemos preguntarnos:
1-¿Cuál es mi actitud ante el estremecimiento y dolor que me produce la traición de alguien querido, cercano, en quien he puesto mi confianza?
2-¿Soy capaz de perdonar a quien me traiciona siendo consciente que yo mismo/a soy muchas veces traidor/a?
3-¿ Con quiénes necesito practicar la misericordia en este momento de mi vida?¿soy consciente de mi necesidad del sacramento de la reconciliación para pedir perdón al Señor por mis traiciones y negaciones?
4- Te ofrecemos esta oración de Sta Teresita del Niño Jesús para que la hagas tuya:


(Oración a Jesús en el Sagrario)
Jesús +
16 de julio de 1895
“¡Oh Dios escondido en la prisión del sagrario!, todas las noches vengo feliz a tu lado para darte gracias por todos los beneficios que me has concedido y para pedirte perdón por las faltas que he cometido en esta jornada, que acaba de pasar como un sueño...

¡Qué feliz sería, Jesús, si hubiese sido enteramente fiel! Pero, ¡ay!, muchas veces por la noche estoy triste porque veo que hubiera podido responder mejor a tus gracias... Si hubiese estado más unida a ti, si hubiera sido más caritativa con mis hermanas, más humilde y más mortificada, me costaría menos hablar contigo en la oración.

Sin embargo, Dios mío, lejos de desalentarme a la vista de mis miserias, vengo a ti confiada, acordándome de que «no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos». Te pido, pues, que me cures, que me perdones, y yo, Señor, recordaré que «el alma a la que más has perdonado debe amarte también más que las otras...» Te ofrezco todos los latidos de mi corazón como otros tantos actos de amor y de reparación, y los uno a tus méritos infinitos.
Y te pido, divino Esposo mío, que seas tú mismo el Reparador de mi alma y que actúes en mí sin hacer caso de mis resistencias; en una palabra, ya no quiero tener más voluntad que la tuya.
Y mañana, con la ayuda de tu gracia, volveré a comenzar una vida nueva, cada uno de cuyos instantes será un acto de amor y de renuncia.

Después de haber venido así, cada noche, al pie de tu altar, llegaré por fin a la última noche de mi vida, y entonces comenzará para mí el día sin ocaso de la eternidad, en el que descansaré sobre tu divino Corazón de las luchas del destierro... Amén”.

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