San Pablo realizó un total de 4 viajes, tres misioneros y uno en cautividad de Jerusalén a Roma donde fue acusado y decapitado. La mayoría de las tierras visitadas por San Pablo durante sus peregrinaciones se encuentran en Anatolia. Las razones que motivaron a San Pablo a realizar estos viajes fue la de convertir a las gentes al cristianismo y la predicación de su religión. En estos viajes hay tres lugares importantes a destacar:
- Yalvac (Antioquia de Psidia), lugar donde dejó de convertir a los seguidores de la religión judía para dedicarse a convertir a las gentes idólatras de Anatolia.
- Èfeso, lugar donde San Pablo residió más tiempo (2 años), fue aquí donde encontró más resistencia por parte de los idólatras siendo expulsado de la ciudad.
- Mileto, aquí es donde San Pablo pronuncia su discurso de despedida a los éfesos.
Después de su “conversión”, en el camino de Damasco, Pablo atraviesa parte del Asia menor (la actual Turquía), de Siria y de Arabia (la actual Jordania), hasta Jerusalén, antes de dirigirse a Europa, primero a Grecia y luego a Roma. Razonablemente podemos fechar sus viajes en un intervalo de algunos años en torno al año 50.
Primer Viaje Misionero (Cf. Hch 13,3 - 14,28):
Pablo y Bernabé fueron “separados” por el Espíritu Santo para esta misión evangelizadora, que duró aproximadamente tres años. Parten de Antioquía de Siria, visitan Seleucia, Chipre; pasan también por Pafos, Perge, luego llegan a Antioquía de Pisidia, después a Iconio, Listra y Derbe. Desde allí emprenden el retorno: Listra, Iconio, Antioquía de Pisidia y Perge de Panfilia hasta concluir de regreso en Antioquía de Siria.
El método apostólico seguido es siempre el mismo: primero predican en las sinagogas, a los judíos, pero pronto, ante el rechazo de éstos, abren el horizonte de su anuncio al mundo pagano, es decir, a los no judíos. El Espíritu Santo corrobora la denodada empresa evangelizadora haciendo surgir esperanzadores frutos: los apóstoles dejan tras de sí comunidades bien organizadas y animadas en la fe (Cf. Hch 14,23), pero su entusiasmo misionero no los exime de tener que afrontar peligros, persecuciones y dificultades de todo tipo (Cf. 2 Tm 3,11).
Pablo ante el problema: ¿Una Iglesia Cristiana-Judía o una Iglesia Nueva?:
Las primeras conversiones de los no judíos, o gentiles, plantearon un serio problema a la naciente Iglesia: ¿Los paganos convertidos tenían que circuncidarse? ¿Deberían cumplir o no ciertas prescripciones de la Ley de Moisés? La encrucijada que se presentaba no era fácil de solucionar, si se piensa que Jesús mismo era judío y había observado las leyes judías, así como sus apóstoles y primeros discípulos. ¿La Comunidad Cristiana tendría que ser simultáneamente judía, como continuación de toda la historia antigua, o, más bien, tendría que abrirse a una realidad nueva para encarnarse en las nuevas culturas distintas de la judía?
Cuando Pablo y Bernabé regresaron a Antioquía, el conflicto entre los cristianos provenientes del judaísmo y los cristianos convertidos del paganismo había tomado características preocupantes (cf. Hch 15,1-2). Ante tales circunstancias, Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén para tratar la cuestión con los otros apóstoles y presbíteros, y así se instaló el primer concilio de la Iglesia (cf. Hch 15,3-21).
Después de un amplio debate y discernimiento, el colegio de los apóstoles y presbíteros, bajo la guía del Espíritu Santo, encuentra el camino de la concordia y la comunión que les permite dictar las resoluciones necesarias: no se obliga a la circuncisión a quienes querían adherir a Cristo y se establece claramente la autonomía, libertad y novedad de la Iglesia, respecto de las tradiciones judías. Así se allana el camino para el apostolado universal que encuentra en Pablo su más entusiasta abanderado (cf. Gál 2,1-10).
El regreso.- Al fin, los misioneros bajaron de estos terrenos altos a la costa, y navegaron a Antioquia, de donde habían salido. Cansados con el trabajo y los sufrimientos, pero llenos de gozo por su buen éxito, aparecieron entre aquellos que los habían enviado y que sin duda los habían seguido con sus oraciones. Como exploradores que volvían de encontrar un nuevo mundo, relataron los milagros de la gracia que habían presenciado en el mundo desconocido de los paganos.
Segundo Viaje Misionero (cf. Hch 15,36 - 18,22):
En su primer viaje, se puede decir que Pablo tan sólo probó sus alas porque dicho viaje, aunque venturoso, se limitó enteramente a un círculo alrededor de su provincia natal. En el segundo, hizo una expedición mucho más larga y peligrosa. En verdad, este viaje fue no solamente el más grande que llevó a cabo, sino tal vez el más importante de los registrados en los anales de la raza humana.
También este segundo viaje comprende aproximadamente tres años, del 49 al 52. Pablo partió de Antioquía, en compañía de Silas, visitó las comunidades de Siria, Cilicia y de otras regiones del Asia Menor; después pasó a Europa, donde predicó el Evangelio en Filipos, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto, y allí permaneció por un año y medio, trabajando fructuosamente, gracias a la valiosísima colaboración de Áquila y Priscila. Finalmente regresó a Antioquía, después de haber visitado también las comunidades de Èfeso y Cesarea.
Por donde va pasando, Pablo respalda con su ejemplo y con su paterno amor, la semilla de la Buena Nueva que siembra en el corazón de sus comunidades; por eso, su anuncio no es una simple transmisión verbal de una doctrina, sino la comunicación de una Palabra con poder de salvación para quien la recibe con fe (cf. Rm 1,16).
Tercer Viaje Misionero (cf. Hch 18,23 - 21,17):
Este tercer viaje debemos ubicarlo al rededor de los años 54 a 57; durante esta misión apostólica Pablo predicó en regiones que había ya visitado precedentemente, pero el centro de su actividad en esta etapa fue Efeso, donde permaneció más de dos años (cf. Hch 19,1-2). En aquel mismo período, el Apóstol visitó Macedonia y Grecia, y tuvo que ir al menos dos veces a Corinto, por dificultades surgidas en aquella comunidad; precisamente en su última estadía en Corinto, en el invierno del año 57, escribió su Carta a los Romanos.
Entretanto, regresó a Jerusalén para entregar a los pobres de aquella comunidad la colecta hecha en las varias iglesias (cf. 1 Cor 16,1-4; 2 Cor 8,1ss y 9,1ss). Proyectaba llegar hasta Roma y, sobre todo, visitar España, pero los judíos de Asia alborotaron al pueblo e hicieron encarcelar a Pablo (cf. Hch 21,27).
Cautiverio de Pablo y último viaje como prisionero (cf. Hch 21,28 - 28,31):
Habiendo sido encarcelado en Jerusalén, san Pablo fue enviado por el tribuno romano a Cesarea, para que compareciera ante el procurador Felix. En Cesarea estuvo dos años prisionero hasta que él mismo quiso apelar al César, a lo cual tenía derecho por ser “ciudadano romano” (cf. Hch 25,11-12). Y por tanto debía ser remitido a Roma, a donde llegó después de un dramático naufragio, hacia el año 61.
En Roma fue sometido al arresto domiciliario durante dos años, gozando en todo caso de una relativa libertad, lo cual le permitió continuar su tarea evangelizadora (cf. Hch 28,16). Durante este tiempo pudo también escribir sus cartas a los Colosenses, a Filemón y a los Efesios.
Cumplimiento de la misión y martirio por el Evangelio:
Infortunadamente, la última parte de la vida de Pablo no se encuentra relatada en los Hechos de los Apóstoles; sin embargo, según el testimonio de escritores cristianos antiguos, el Apóstol habría sido dejado en libertad, luego habría ido a predicar en Creta y en España, antes de sufrir una segunda cautividad, más rigurosa que la primera, referida en la segunda carta a Timoteo (cf. 2 Tm 1,8.12; 2,9). Ya por este tiempo Pablo se preparaba al sacrificio supremo de la muerte (cf. 2 Tm 4,6-8).
Vamos al taller del “Maestro”…
*Acércate a los textos bíblicos propuestos en cada viaje de San Pablo, léelos y elabora tu propia ficha descriptiva de dichos viajes.
*Describe tus experiencias misioneras, características, circunstancias, recorrido, temática, conclusiones.
Y así llegó para Pablo la ocasión de sellar con el broche de oro de su sangre el testimonio de fidelidad a Cristo y al Evangelio: fue martirizado hacia el año 67, durante la persecución provocada por Nerón.
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