lunes, 24 de agosto de 2009

SILENCIO III


A parte del Señor y su Madre podemos mirar el testimonio de nuestros santos hermanos carmelitas, aprender de su experiencia y lanzarnos al abismo insondable del silencio de Dios, que es “silencio de amor”

San Juan de la Cruz
Para nuestro querido santo Dios es silencioso, pero vuelto hacia el ser humano en iniciativa permanente de diálogo, deseoso de hablar al hombre y de ser escuchado por él. San Juan nos dirá:

“El callar y obrar recoge y da fuerza al espíritu”

El silencio es indispensable para abrirse al encuentro con Dios. No se trata de una simple ausencia de palabras sino de una actitud que va impregnando el exterior y el interior de la persona que desea insertar su vida en un abrazo de amor con Dios. Más aún, es una realidad que va penetrando la vida del hombre que es buscado por Dios:

“la llevaré al desierto y le hablaré al corazón” (Os 2,16)

Dice el Señor por medio de nuestro santo:

“Si el alma busca a Dios, mucho más la busca su Amado a ella” (C 1, 3.28)

“El alma que le ha de hallar (a Dios) conviénele salir de todas las cosas según la afección y voluntad y entrarse en sumo recogimiento en el interior de sí misma”( C 1,6)


Sí, el silencio es necesario, es una disposición de la persona que quiere escuchar a Dios.
Se trata de un silencio para el encuentro, un silencio de todo lo que no es Dios:

“Amar es obrar en despojarse y desnudarse por Dios de todo lo que no es Dios” (2S 5,7)

El silencio es condición indispensable para una correcta escucha y audición de la Palabra de Dios, pues:

“como dice el sabio, las palabras de la Sabiduría
óyense en silencio”( LIB 3,67)


Cristo, Palabra eterna del Padre, condensa en sí todo lo que Dios quiere comunicar a los hombres:

“porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar” (S 2, 22,3)

Oír, escuchar, acoger la Palabra con todo nuestro ser, sólo es posible desde el silencio, pues:

“Una Palabra habló el Padre, que fue su hijo, y esta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”( Av 2,21)


(...Continuará)

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