“Estos son los que mientras estuvieron
en la tierra con su sangre plantaron la Iglesia :
bebieron el cáliz del Señor y lograron
ser amigos de Dios”
Los dos Apóstoles en cadenas atestiguan que sólo es verdadero discípulo de Cristo el que sabe afrontar por Él las tribulaciones y persecuciones, y hasta el mismo martirio. Al mismo tiempo las vicisitudes de cada uno demuestran que Cristo no abandona a sus apóstoles perseguidos: interviene en su ayuda para salvarlos de los peligros – como cuando Pedro fue liberado de la cárcel- o para sostenerlos en sus dificultades, como declara Pablo: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas… el Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo”
¿Qué gracias les daremos, oh bienaventurados apóstoles, por tantas fatigas como por nosotros han soportado? Me acuerdo de ti, oh Pedro, y quedo atónito; me acuerdo de ti, oh Pablo y… me deshago en lágrimas. No sé qué decir, ni sé proferir palabra contemplando sus sufrimientos. ¡Cuántas prisiones han santificado, cuántas cadenas honrado, cuántos tormentos sostenido, cuántas maldiciones tolerado! ¡Qué lejos han llevado a Cristo! ¡Cómo han alegrado las iglesias con su predicación! Sus lenguas son instrumentos benditos; sus miembros se cubrieron de sangre por la Iglesia. ¡Han imitado a Cristo en todo!...
Gózate, Pedro, que se te concedió gustar del leño de la cruz de Cristo. Y a semejanza del Maestro quisiste morir crucificado, pero no erecto como Cristo el Señor, sino cabeza abajo, como emprendiendo el camino de la tierra al cielo. Dichosos los clavos que atravesaron miembros tan santos. Tú con toda confianza encomendaste tu alma a las manos del Señor, tú que le serviste asiduamente a él y a la Iglesia su esposa, tú que fidelísimo entre todos los apóstoles, amaste al Señor con todo el ardor de tu espíritu.
Gózate también tú, oh bienaventurado Pablo, cuya cabeza segó la espada y cuyas virtudes no se pueden explicar con palabras. ¿Qué espada pudo atravesar tu santa garganta, ese instrumento del Señor, admirado del cielo y de la tierra?...
Esa espada sea para mí como una corona, y los clavos de Pedro como joyas engastadas en una diadema (S. Juan Crisóstomo, Sermón de Metafraste, MG 59, 494)
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