martes, 20 de noviembre de 2012

ÁBREME LA PUERTA



Ábreme la puerta, la puerta de tu corazón.
Ábreme quiero estar contigo.
 No tengas miedo.
No te importe que esté desordenada tu casa,
a oscuras o con frío.
 Ábreme, por favor.

Yo traigo leña y fuego,
haremos lumbre y el calor
romperá tu hielo y tu noche.
 Ya no habrá frío,
 se iluminará tu casa.
 Quemaremos en las llamas
 todo lo que sobre: basura,
que acumules en los rincones
 como si fuera un tesoro,
 pero que en el fondo
 sabes que no te puede llenar.


Cuéntame de tu vida, toda tu vida:
lo bueno y lo menos bueno,
 lo malo y lo peor.
Nada hay tan malo que no tenga solución,
 ni herida tan grave, que yo no pueda curar.

Dime lo que te llena y lo que te deja vacío.
Háblame de lo que te alegra
 y de lo que quisieras olvidar:
 tu entrega, tus triunfos, tus fracasos,
 tus resentimientos y temores,
 tus pecados y el orgullo herido,
más por la caída que por la infidelidad.

Todo; entrégamelo todo; lo convertiremos
 en lugar de encuentro y de salvación.

Te echaré aceite, curaré tus heridas,
te perfumaré con aromas de ternura
 y serás todo nuevo, todo mío.

Sabes que tú no eres la razón de tu vivir.
No busques en ti la fuente de tu alegría,
ni la paz en tus fracasos, ni la fuerza para tu andar.

Yo soy tu fuerza y tu pan,
 tu abrazo y tu perdón;
 luz para tu noche, calor para tu frío,
bálsamo para el corazón.

Me duele tu soledad;
que busques donde no hay;
 que bebas y que tengas sed,
que para tu hambre no tengas pan.
                                                                                                            
No te importen las caídas pasadas
 ni las que puedan llegar.
Quiero que sepas que
 cuanto más abajo estés tú
más abajo estaré yo.

Si mañana, cuando vuelva,
tienes frío y soledad,
 no pasaré de largo;
 haremos lumbre y otra vez de nuevo,
 habrá calor en tu hogar.
(Fuente: “Revista Orar”)

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