Cuando un pequeño se está
gestando en el seno de su madre, no es consciente de todo lo que vive. Pero
Vive. Y quizás en su futura vida recordará más de lo que imaginamos. Son nueve
meses en los que hora a hora siente cómo adquiere una plenitud.
Sus órganos se diferencian, su
sensibilidad se afirma. Los grandes sistemas de su organismo comienzan a
cumplir sus funciones. Aunque no lo sepa y no lo pueda expresar, sin embargo
percibe que algo se acerca. La plenitud siempre estalla en una nueva manera de
existir.
No hay plenitud que se cristalice
permaneciendo estática. Esto nunca sucede con la vida. Y todo ser vivo guarda
en su memoria ancestral la experiencia de los pasos a esas nuevas etapas, mucho
más plenas.
Allí donde la vida comienza un
nuevo ciclo, se hace necesario que el anterior muera, se rompa para dar salida
a un nuevo comienzo.
(Fuente: “Cuentos
rodados”-Mamerto Menapace)
Este es un nuevo ciclo, una nueva
etapa, que nos exige cerrar la anterior para abrirnos a un tiempo más pleno, y
requiere de renuncias, de abrirse a lo desconocido, de confiarse a la
Providencia de un Dios que es Providencia…
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