domingo, 27 de noviembre de 2011

LA ESPERANZA HUMANA


Somos pura añoranza. Anhelos de justicia, de paz, amor. Y por encima de todo, necesitamos de Dios. Somos un abismo de plenitud. “inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti”, fue la expresión exacta de San Agustín. 
Hombres y mujeres, somos esperanza. Así como los animales son criaturas cerradas por el instinto (las abejas construyen sus colmenas hoy como hace 20 siglos, las golondrinas fabrican su nido lo mismo que en el siglo primero) los seres humanos son personas en clave de futuro.
La esperanza es la respuesta a la situación caótica en la que vivimos, porque sabemos que el caos no es nuestro origen ni nuestro destino. La esperanza está inscrita en nuestra estructura: en la consciencia, en la libertad, en nuestra condición histórica…Sin esperanza dejaríamos de ser humanos.
Hay una diferencia entre el hombre realista y el hombre de esperanza. El realista se limita a hacer inventario de lo que existe. El hombre de esperanza llama y hace posible lo que no existe. (R: Alves)
La esperanza no puede deducirse de experiencia alguna. La experiencia se refiere solamente al pasado y al presente. En cambio la esperanza es anticipación militante del porvenir (R. Garaudy)

Esto es lo que hacen los poetas y los profetas, no solamente ven el porvenir sino que en algún modo lo construyen. Y eso es lo que nos pide el Espíritu, desde la aurora de los tiempos: no debemos limitarnos a ser celadores de un museo, sino co-creadores con Él.
Recuerdo haber leído en alguna parte que el pecado es esencialmente miedo al futuro, negación del adviento. Y la liberación del pecado consistirá en tener el coraje de la esperanza.
El filósofo Ernst Bloch, despojándolo de su horizonte intrahumano, tiene sugerencias fundamentales para comprender nuestro constitutivo de esperanza. Escribe, por ejemplo:
La vida en todos los hombres se halla cruzada por sueños soñados despierto; una parte de ellos es simplemente una fuga banal, también enervante, pero por otra parte incita. Esta  otra parte tiene en su núcleo la esperanza, y es transmisible. No hay hombre que viva sin soñar despierto; de lo que se trata es de conocer cada vez más estos sueños, a fin de mantenerlos dirigidos a su diana eficazmente. ( El principio esperanza)
Tenemos que soñar despiertos, para no confundir  la vida con el dormir inconsciente e irresponsable. La función utópica debe moverse al menos en una dimensión crítica y en una capacidad creadora. A través de la dimensión crítica, abrimos los ojos a la realidad y rechazamos la negatividad de lo que nos rodea. No pactamos con la corrupción, con la violencia, la contaminación, con la violación de los derechos humanos. En una palabra, nos enfrentamos con el pecado, y con María proclamamos categóricamente: “No conozco varón” (Lc 1,34) nadie que oprima,  que suplante a Dios y que se erija en ídolo, pisoteando a sus hermanos. Esa es la mujer de la esperanza en su función crítica.
Después de la capacidad creadora: no basta denunciar. Hay que proclamar el anuncio evangélico, porque la creación del Espíritu continúa en la historia. Las metas se hacen posibles desde que nos atrevemos a formularlas. También María fue una mujer profética: “Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha hecho en mi favor maravillas” (Lc 1, 47-49)
…La esperanza nos constituye, es parte de nuestro ser, pero el objeto de la esperanza está más allá de nuestros límites, y porque nos trasciende, pone en marcha nuestro dinamismo y nos hace crecer. La esperanza es como el imán que atrae al hierro desde fuera y lo mueve hacia sí. Por eso la esperanza es humana, pero sobre todo deberíamos decir que es divina, o teológica, porque su fundamento está sólo en Dios.
Cuando ponemos el motivo de esperar en nuestra fuerza o en nuestra riqueza o en nuestra inteligencia, ya no es la virtud de la esperanza sino la autosuficiencia que Dios desprecia: “dispersó a los que son soberbios en su propio corazón” (Lc 1,51). En rigor, sólo se puede esperar desde la pobreza. Sólo los pobres de espíritu son gente de esperanza.

Nuestra esperanza tiene sus cimientos en Dios, aunque estuvo en el pasado viene del futuro. Es más lo que ignoramos de Dios que lo que hasta ahora se nos ha revelado. Dios está inédito todavía. Es impredecible y desconcertante, y eso nos llena de alegría, porque su misericordia tiene siempre la última palabra
Un hombre sin esperanza es una ruina, una piltrafa, a pesar de sus oropeles y baratijas. Alguien escribió “A un iluso vividor”:
Se ha parado tu vida,
Pero el reloj sigue andando.
El viejo sofá,
Las pantuflas y el batín
Encierran tus sueños
En gracia y barriga.
Alta vuela la cometa
Compitiendo con el ave.
Tú nunca surcarás estrellas
Hundido en la medianía
De tus largas digestiones.
Aunque el reloj siga andando,
Has perdido la esperanza
Y eres un muerto aburrido.
Vives esperando el tren,
Pero tu tren ha partido
Silbando por la llanura.
Crees que sigues viviendo
Porque escuchas el tic-tac
De tu reloj de chaleco.
Desengáñate, si puedes,
Viejo amigo.

Hace tiempo que estás muerto
Aunque el reloj siga andando.

Soy un hombre de esperanza y confío en las sorpresas del Espíritu Santo. Lo has dicho y no lo dudo: “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5). La esperanza nos llevará a la plenitud escatológica de la resurrección.
(Carlos Barraza Sánchez, OFM CaP)


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