La celebración de la Pascua, como todo “tiempo fuerte” de la liturgia, va precedida por una preparación
intensa de conversión, llamada CUARESMA.
La palabra
Cuaresma (Quadragésima) quiere decir cuarenta días. A lo largo de este período
revivimos los cuarenta días de Cristo en el desierto y los cuarenta años de
peregrinación de los israelitas por el desierto hasta llegar a la tierra
prometida.
En efecto,
durante cuarenta días Jesús se prepara en el desierto para su inminente
ministerio público, enfrentando las tentaciones y renovando su íntima relación
con el Padre. Durante cuarenta años el pueblo conducido por Moisés, después de
salir de Egipto, la tierra de la esclavitud, padeció hambre y sed; a veces
sucumbió al desaliento pero, ante todo, vivió la experiencia única de la
ternura de Dios para con Él (Ex 12-40)
Es esa misma
experiencia de intimidad con Dios la que debe revivir toda la comunidad de los creyentes, bautizados y catecúmenos, al
aproximarse la Pascua, para llegar con el “gozo de un corazón purificado” a
renovar las promesas realizadas en el Bautismo, que es la alianza personal de
cada cristiano, y encontrarse profundamente con Cristo muerto y resucitado en
la Eucaristía.
El pueblo de Dios
se enfrenta a un desafío exigente, sí, pero que lo sensibilizará para escuchar
mejor la llamada del Señor y la de sus hermanos.
Antiguamente, la
comienzo de la Cuaresma la Iglesia insistía más sobre las diversas modalidades
de la
penitencia; hoy, ante todo, nos señala su objetivo y significado.
penitencia; hoy, ante todo, nos señala su objetivo y significado.
Más que el cómo
hacer penitencia, es importante saber el por qué, para que esta no se
transforme en una práctica superficial y no produzca los frutos de conversión
deseados.
La penitencia de
Cuaresma se orienta hacia Dios, a quien honra, y a los hermanos, a los que
consuela. En ella se expresa con gran fuerza la opción personal del discípulo
de Jesús por el doble mandamiento del amor: amor a los hermanos porque amamos
al Padre misericordioso y lleno de ternura.
El Prefacio III
de este tiempo sintetiza muy bien esta idea: “Con nuestras privaciones
voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro
afán de suficiencia y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando
así tu misericordia” (Prefacio III)
La Cuaresma,
entonces, comienza con un acto de humillación y de entrega en las manos del
Padre. Por ello, al recibir la ceniza en nuestra frente, al antiguo: “Acuérdate
que eres polvo y en polvo te convertirás”, la Iglesia privilegia el:”Conviértete
y cree en el Evangelio”. La primera frase está inspirada en Gn3,19; la segunda
en Mc 1, 15: pero ambas se complementan: una recuerda la caducidad humana,
simbolizada en el polvo y la ceniza; la otra apunta a la actitud interior de
conversión a Cristo y a su Evangelio, la actitud propia de la Cuaresma.
En realidad, la
Cuaresma presenta una visión optimista del mundo. A los todavía no convertidos,
les propone la entrada a la Iglesia mediante el Bautismo; a los bautizados, una
revisión de vida, un paso adelante en la vida espiritual que les ha sido
otorgada en principio pero que siempre deben profundizar más conscientemente.
(Fuente: “Celebremos la Cuaresma y la Pascua”, págs. 9-10, Stella Maris Wiaggio ocv, Ed. Claretiana, 6ª reimp. 2010)
(Fuente: “Celebremos la Cuaresma y la Pascua”, págs. 9-10, Stella Maris Wiaggio ocv, Ed. Claretiana, 6ª reimp. 2010)
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