martes, 4 de marzo de 2014

El camino de la Cuaresma







La celebración de la Pascua, como todo “tiempo fuerte” de la liturgia, va precedida por una preparación
intensa de conversión, llamada CUARESMA.

La palabra Cuaresma (Quadragésima) quiere decir cuarenta días. A lo largo de este período revivimos los cuarenta días de Cristo en el desierto y los cuarenta años de peregrinación de los israelitas por el desierto hasta llegar a la tierra prometida.

En efecto, durante cuarenta días Jesús se prepara en el desierto para su inminente ministerio público, enfrentando las tentaciones y renovando su íntima relación con el Padre. Durante cuarenta años el pueblo conducido por Moisés, después de salir de Egipto, la tierra de la esclavitud, padeció hambre y sed; a veces sucumbió al desaliento pero, ante todo, vivió la experiencia única de la ternura de Dios para con Él (Ex 12-40)

Es esa misma experiencia de intimidad con Dios la que debe revivir toda la comunidad  de los creyentes, bautizados y catecúmenos, al aproximarse la Pascua, para llegar con el “gozo de un corazón purificado” a renovar las promesas realizadas en el Bautismo, que es la alianza personal de cada cristiano, y encontrarse profundamente con Cristo muerto y resucitado en la Eucaristía.

El pueblo de Dios se enfrenta a un desafío exigente, sí, pero que lo sensibilizará para escuchar mejor la llamada del Señor y la de sus hermanos.

Antiguamente, la comienzo de la Cuaresma la Iglesia insistía más sobre las diversas modalidades de la
penitencia; hoy, ante todo, nos señala su objetivo y significado.

Más que el cómo hacer penitencia, es importante saber el por qué, para que esta no se transforme en una práctica superficial y no produzca los frutos de conversión deseados.

La penitencia de Cuaresma se orienta hacia Dios, a quien honra, y a los hermanos, a los que consuela. En ella se expresa con gran fuerza la opción personal del discípulo de Jesús por el doble mandamiento del amor: amor a los hermanos porque amamos al Padre misericordioso y lleno de ternura.

El Prefacio III de este tiempo sintetiza muy bien esta idea: “Con nuestras privaciones voluntarias nos enseñas a reconocer y agradecer tus dones, a dominar nuestro afán de suficiencia y a repartir nuestros bienes con los necesitados, imitando así tu misericordia” (Prefacio III)

La Cuaresma, entonces, comienza con un acto de humillación y de entrega en las manos del Padre. Por ello, al recibir la ceniza en nuestra frente, al antiguo: “Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás”, la Iglesia privilegia el:”Conviértete y cree en el Evangelio”. La primera frase está inspirada en Gn3,19; la segunda en Mc 1, 15: pero ambas se complementan: una recuerda la caducidad humana, simbolizada en el polvo y la ceniza; la otra apunta a la actitud interior de conversión a Cristo y a su Evangelio, la actitud propia de la Cuaresma.

En realidad, la Cuaresma presenta una visión optimista del mundo. A los todavía no convertidos, les propone la entrada a la Iglesia mediante el Bautismo; a los bautizados, una revisión de vida, un paso adelante en la vida espiritual que les ha sido otorgada en principio pero que siempre deben profundizar más conscientemente. 

(Fuente: “Celebremos la Cuaresma y la Pascua”, págs. 9-10, Stella Maris Wiaggio ocv, Ed. Claretiana, 6ª reimp. 2010)

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