miércoles, 7 de octubre de 2015

La Contemplación y el Carmelo II


Teresa de Jesús y la Contemplación: Estar dispuestos por si Dios llama

Para Santa Teresa de Jesús, nuestra madre y maestra, la contemplación es una forma de oración superior a la meditación y distinta de ésta en su estructura, ya que la meditación es discursiva mientras la contemplación es más intuitiva. La meditación es racional, obra del entendimiento orientado hacia la voluntad y la acción. La contemplación afecta directamente a la voluntad, cautivando y envolviendo al orante en una especial relación con Dios, preparándolo para la unión mística. Y ya sensibilizado y connaturalizado con la presencia y la acción de Dios en él, se mantiene en los altos grados de dicha unión.

Teresa quiere y ansía unos hijos plenos en la andadura del camino de la oración, y entiende que la contemplación es estado supremo de ésta. Pero sabe por experiencia que no todos podemos llegar a estos altos grados de la contemplación y que no depende de nosotros el juzgar si somos aptos o no
para experimentarla. Sabe muy bien ella, y así nos lo enseña que el presupuesto inicial no está en hablar mucho sino “en amar mucho”. Que lo fundamental es que Dios encuentre un alma totalmente dispuesta en amor y que la principal forma de conquistarle es con la humildad. Ésta es la dama que le da jaque mate al Rey. Con ella se hace “sucumbir” a Dios ante los encantos del alma, tal cual lo hizo la esposa del Cantar de los Cantares, quien con lo más frágil de sí misma, un cabello de la cabeza, logró conquistar a su amado. O mejor aún, como lo hizo la Virgen María en el momento de la Anunciación.

Humildad para Teresa es aceptar la iniciativa de Dios. Y la contemplación no es otra cosa que Dios comunicándose en infinita gratuidad sin ningún merecimiento de nuestra parte. Es Él quien llama. A nosotros lo único que nos toca es estar dispuestos por si lo hace. Y la profunda humildad es la mejor gala para ello. Humildad si llama y nos lleva por la senda de la contemplación. Humildad si no llama y decide llevarnos por otros caminos por los cuales, como dice la misma Teresa también habremos de servirle.

Sin profunda humildad y sin virtudes no hay que hacerse ilusiones, pero ella nos muestra como Dios puede levantar un alma a estado de contemplación aunque no la encuentre dispuesta sino en mal estado “para sacarla por este medio de las manos del demonio” (Camino 16, 6). Concede la contemplación sin estar el alma dispuesta precisamente como instrumento para disponer.
Dios se entrega por profundo amor y “nunca se cansa de dar” (Camino 16, 9). Pero necesita almas abiertas totalmente para otorgar gracias como la de la contemplación, porque al final y a pesar de todo “no se da este Rey sino a quien se le da del todo”. Y en la gracia mística de la contemplación se requiere arrojarse del todo al Todo.

Con un problema entre manos: Teresa necesita resolver una cuestión para todos los que desean seguir el camino de la oración: los que se ejercitan en ella, ¿llegan normalmente a ser contemplativos? ¿Cuándo y cómo? Cuando nos preparamos, ¿cómo responde Dios? Teresa zanja la cuestión: “Dispóngase para si Dios le quisiere llevar por ese camino” (Camino 17, 1).

Para la santa Madre oración, oración vocal, oración mental, meditación… expresan las diversas modulaciones de nuestro trato de amistad con Dios. Pero por contemplación entiende la experiencia y comunicación de Dios, de Cristo, de sus misterios. Es Él actuando, dándose al alma mientras ella reposa en el silencio de discurso y en la quietud de su dinámica. Es Él dándose y ella recibiendo.

Pero, en todo esto lo que interesa es descubrir el amor gratuito de Dios, sin imposiciones, sin importar el camino por el cual nos conduce. “Si después de muchos años de oración, el Señor quiere a cada uno para su oficio – a unas para contemplación y a otras para el servicio y la cruz – pues… juicios son suyos, no hay que meterse en ellos” (Camino 17, 7). Llegar a la experiencia de Dios a través de la contemplación no es premio a nuestros méritos ni resultado de nuestros esfuerzos humanos. Tampoco se da por el resultado de nuestras técnicas y cálculos ni es una comisión por el amor y el servicio. Es puro don, pura gratuidad. “Es cosa que lo da Dios” (Camino 17, 2). Nuevamente la humildad. Quien es verdadero humilde irá por donde el Señor lo lleve (Cf. Camino 17, 1), y eso es lo que vale. La humildad nos enseña a recibir y nada mejor que ella para prepararnos porque coloca al orante en la verdad de sí mismo y de su vida; en la verdad de sus relaciones con Dios.

Teresa defiende la pluralidad de caminos. Siendo una absoluta contemplativa no se aferra a ella como único medio de experiencia divina. Por eso en ocasiones se le va la pluma a favor de Marta (de los orantes activos). Porque quiere consolar y alentar a los no contemplativos, de los cuales, al final habrá también en su Carmelo.

Somos un mismo ejército: los contemplativos suelen ser los peor comprendidos. Sobre todo por aquellos que piensan que éstos lo único que hacen es evadirse de la realidad. Por eso para Teresa la contemplación es un alto servicio a la Iglesia, y a quienes Dios introduce en ella les da “trabajos incomparables” (Camino 18, 1). Lo primero que hace el Señor es darles fuerza porque enseguida va a darles cruz. La montaña de la contemplación es Tabor y Calvario, bienaventuranza y cruz. Él les da “vino, para que emborrachados, no entiendan lo que pasa y los puedan sufrir” (Camino 18, 2).

Teresa enseña que los contemplativos son alféreces a lo divino. “En las batallas, el alférez no pelea… pero trabaja más que todos… como lleva la bandera no se puede defender… aunque le hagan pedazos, no la ha de dejar de las manos” (Camino 18, 5). Y ese estandarte es la cruz de Cristo y su oficio es padecer por Él. Los demás van adelante en la batalla de cada día por el Reino. Por eso el Carmelo que en sus raíces lleva recia la dimensión contemplativa y desde ella la apostólica necesita de los unos y de los otros. Los que conformamos la gran familia de Teresa hacemos parte de las filas de un solo ejercito que, desde la contemplación de los misterios divinos toman fuerza para batallar en el camino hacia la fuente y meta que es Aquel por quien batallamos. Por último…

La contemplación excava en el orante una extraña sed de Dios: en medio de todo, Teresa nos enseña como maestra absoluta que para llegar a la contemplación, y si es voluntad de Dios que así sea, el orante no debe de dejar de perseverar en la meditación (determinada determinación) si se quiere llegar a beber de la fuente. Porque, para ella la contemplación es algo así como una fuente de agua viva que espera al orante en pleno recorrido de la senda y que sacia la sed de quien la transita. Excava en el alma una extraña sed de Dios: “¡Con qué sed se desea tener esta sed!” (Camino 19, 2). El Señor hace como si acercara el alma hacia Sí, y “muéstrale más verdades y dala más claro conocimiento de lo que es todo” (Camino 19, 7). Le da a conocer su bondad y misericordia por experiencia para que así, fortalecida el alma pueda vivir con la fidelidad de los enamorados de verdad.

Teresa encuentra en la Biblia grandes prototipos del orante contemplativo: La Samaritana que, en hablando con Jesús, se percata de esa sed del agua viva que Él promete. San Pablo, acosado por el deseo de ver a Dios, se encuentra ante la disyuntiva de seguir viviendo para anunciar el Evangelio. Esa tensión forma parte también de los contemplativos. Uno verdadero, que ha saboreado las muestras del Amor Divino, desea poseerlo en plenitud. Por eso desea la muerte que le llevará a la verdadera vida y a la posesión definitiva de Dios. Y al mismo tiempo quisiera seguirle sirviendo en lo que Él disponga…

Lógicamente no logramos abarcar toda la experiencia y la doctrina de la Santa en estas líneas pero nos muestran grandes rasgos de lo que significa la dimensión contemplativa en nuestro carisma.

(Fuente: portalcarmelitano.org)

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