Zacarías 9, 9-10: “Mira a tu rey que viene humilde hacia ti”
Salmo 144: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia”
Romanos 8, 9. 11-13: “Si con la ayuda del Espíritu dan muerte a los bajos deseos del cuerpo, vivirán”
San Mateo 11, 25-30: “Soy manso y humilde de corazón”
Salmo 144: “Acuérdate, Señor, de tu misericordia”
Romanos 8, 9. 11-13: “Si con la ayuda del Espíritu dan muerte a los bajos deseos del cuerpo, vivirán”
San Mateo 11, 25-30: “Soy manso y humilde de corazón”
El pequeño Rosendo, sentado en la orilla de la banqueta,
contempla con tristeza la parvada de chiquillos alocados que corren tras un
balón que se les escapa. A fuerza de golpes y burlas ha aprendido que no es
igual que los demás niños y se ha resignado a ser aceptado a medias, cuando hay
alguna necesidad grave, que no se completa el equipo, que alguien ya se cansó o
simplemente porque alguien se compadeció de él. “El gordito” es objeto del
bullying de niños y niñas por igual. A nadie le ha preocupado cuál es la causa
de su debilidad escondida en un cuerpecito deforme. A más aislamiento, más
compulsión, menos ejercicio, más tristeza y más problemas. La sociedad es
implacable: destruye y aísla. Al débil y pequeño lo hunde en su debilidad y se
va creciendo con resentimientos, con complejos y con tristeza.
“En este mundo no hay lugar para los débiles”, es una máxima
aprendida a sangre y fuego, a dolor y experiencia por muchos de los niños y
jóvenes de nuestros tiempos. Estamos en la ley de la selva o del asfalto: el
grande se come al pequeño, el fuerte somete al débil y todos buscan sacar
provecho del otro. ¿No es cierto que las naciones poderosas explotan los
recursos de las naciones pobres? ¿No es verdad que las grandes empresas se van
comiendo a las pequeñas hasta dejarlas en la ruina? Lo mismo sucede en los
barrios y en las familias. El hombre fuerte, el
insensible, el que aplasta,
aparece como modelo de juventud. Jesús, en su Evangelio, va contra corriente y
parece descontrolarnos con sus frases profundas y cuestionantes: “gracias… por
la gente sencilla… aprendan de Mí que soy manso y humilde de corazón”. ¿Quién
sostendría estas frases en la actualidad?
Jesús habla en serio y no con falsa humildad. Se hace eco de
la primera lectura de este domingo donde Zacarías nos presenta la alegría de
Jerusalén a quien invita a regocijarse: “mira a tu rey que viene hacia ti,
justo y victorioso, humilde y montado en un burrito. Hace desaparecer… los
carros de guerra, los caballos de combate. Rompe el arco del guerrero y anuncia
la paz a las naciones…” Aparece Jesús como el portador de paz, pero rompiendo
los instrumentos de la guerra. ¿Es posible construir la paz con humildad y
sencillez? Es lo que afirma hoy Jesús. Propone vencer la guerra con amor. Es
también lo que la experiencia nos enseña desde la casa hasta la situación de
las naciones: nunca se ha ganado una guerra con violencia, la paz no se logra
con la derrota del enemigo, sino cuando hay la reconciliación y el acuerdo, y
todavía se tiene que trabajar mucho después. Cuando alguien grita, otro busca
gritar más fuerte; cuando se quiere controlar la violencia con violencia, se
suscita una cadena interminable de agravios. Si se siembran vientos se
cosecharán tempestades.
El Papa Francisco causa admiración, y también cierta
irritación en algunos ambientes, cuando afirma que el Reino de Dios se
construye desde los pequeños. La mansedumbre y la humildad no son, como alguien
quisiera confundir, una característica de personas pasivas, sin nervio, sin
ánimo, sin pasiones, indiferentes y sin emociones. Basta contemplar a Jesús:
cuando es proclamado rey en su entrada a Jerusalén, va en un burrito, pero no
duda en bajarse del burro, empuñar el látigo y descargarlo contra quienes se
han atrevido a profanar el templo. Reprocha fuertemente a quienes lucran con la
fe y el culto. Arde en su corazón el celo por la casa del Señor, “el templo y
el sagrado recinto que es cada persona”. Así Cristo nos dice que el manso no es
un resignado, un incapaz de afrontar los problemas más arduos y tomar
decisiones frente a la injusticia. Si uno no está dispuesto a afrontar los
retos y luchar con pasión por la justicia, no puede llamarse manso ni humilde:
será irresponsable e indiferente. La oración de agradecimiento de Jesús va en
este profundo sentido: los más sencillos, los más humildes son los que se
comprometen con la verdad. Los sabios y entendidos, según el mundo, juegan con
los sentimientos, buscan ventajas y abusan de su fortaleza. Precisamente Cristo
ha elegido siempre a los pobres y sencillos; no es difícil descubrirlo en su
Evangelio. Y no es que no anuncie su Evangelio a los poderosos y entendidos,
sino que si éstos tienen su corazón lleno de orgullo, no pueden aceptar la
novedad del Evangelio.
Cristo sabe que no es fácil construir el mundo desde abajo y
entiende que hay dolor y sufrimiento cuando se opta por los pobres y sencillos,
por eso pone su corazón como guarida y por eso ofrece su ejemplo como
aliciente: “Vengan a Mí, todos los que están fatigados y agobiados por la
carga, y Yo los aliviaré”. Quien siente el peso de la vida encontrará en Jesús
un alivio profundo. Cuando Jesús propone: “Tomen mi yugo sobre ustedes”, está
ofreciendo salvación, pero no ofrece las curaciones milagrosas o la ausencia de
dolor o compromiso. Hay que cambiar de yugo. Abandonar el de los “sabios y
entendidos” pues no es llevadero, y cargar con el de Jesús, que hace la vida
más llevadera. No porque Jesús exija menos. Exige más, pero de otra manera.
Exige lo esencial: el amor que libera de lo que hace daño a las personas. “Aprendan
de Mí” es la invitación final que en este día nos hace Jesús. Imitarlo, como Él
construye, con sus preferencias, con su estilo, como Él busca la paz.
¿Qué lugar ocupan los pequeños en nuestra comunidad? ¿Cómo
resolvemos nosotros nuestras diferencias y a quién le damos la razón: al que
grita más, al poderoso o a quién? ¿Cómo podemos acercarnos a Jesús para
soportar nuestros yugos de cada día?
Señor Jesús, que has escogido a los pequeños y sencillos
para construir tu Reino, concédenos valentía para arriesgarnos en tu aventura y
generosidad para descubrir tu rostro en los despreciados y olvidados. Amén.
(Fuente: zenit.org)
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