AL FINAL DE LA VIDA SE NOS EXAMINARA DEL AMOR
Por José María Martín OSA
1.- "¿Cuál es el mandamiento principal de la
Ley?". En el evangelio del domingo pasado observamos cómo los
fariseos quieren comprometer a Jesús para que responda si hay que obedecer a
Dios o al Estado. Jesús aclara que la obediencia a Dios no impide los derechos
de los ciudadanos. En esta misma línea, los fariseos vuelven al ataque, "para
ponerlo a prueba" con esta pregunta: "¿cuál es el mandamiento
principal de la Ley?". Ellos eran celosos cumplidores, al menos
aparentemente, de las 613 leyes prescritas para todo buen judío. Jesús responde
con las palabras del Deuteronomio: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con todo tu ser" (Dt. 6,5), es decir con las
tres facultades que definen la persona humana. Todo judío, según este texto,
debía poner estas palabras en la frente, atarlas en su mano, escribirlas en las
jambas de su casa.
La novedad de Jesús es asemejar este mandamiento primero al
segundo: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estas palabras
aparecen ya en el capítulo 19 del libro del Levítico para evitar la venganza y
el rencor contra "los hijos de tu pueblo". Jesús amplia este amor
también hacia el extranjero, e incluso al enemigo. No por casualidad en el
evangelio paralelo de Lucas viene a continuación la explicación de qué entiende
Jesús como prójimo en la parábola del Buen Samaritano.
Jesús no invita a ir en
contra de la Ley, sino a situarnos más allá de ella, por encima de ella.
2.- El amor de Dios es gratuito y universal. Los
fariseos habían deformado el espíritu inicial de la Ley. En el Código de la
Alianza de la lectura del Éxodo, semejante a otros códigos procedentes de
Oriente, se especifica la protección hacia los más débiles: los forasteros, las
viudas, los huérfanos, los pobres que reciben dinero en préstamo. Está
formulado en un sentido negativo: "no oprimirás, no explotarás..."
Pero todo esto se cumple si hay amor. El amor nace de Dios porque "Dios es
amor". En el salmo 17 se pone de manifiesto la bondad de Dios: "mi
roca, mi alcázar, mi libertador, mi salvador". El amor de Dios es gratuito
y universal. Ya no hay distinción entre razas, lenguas o culturas porque Dios
es Padre de todos.
3.- "El que dice que ama a Dios y odia a su hermano
es un mentiroso". En una sociedad donde abunda el anonimato, la
soledad, el vacío de cariño, es necesario anunciar que "Dios es
compasivo". No basta con la justicia, con lo debido, hay que amar, porque
el hombre de hoy necesita ser amado. Podemos gritar la respuesta del salmo:
"Yo te amo, Señor, Tú eres mi fortaleza". Pero el amor de Dios se
hace visible y concreto en el amor al prójimo. Ya lo dice San Juan: "el que
dice que ama a Dios y odia a su hermano es un mentiroso" (1 Jn 4,20). Al
final de nuestra vida se nos examinará del amor, no de si hemos cumplido muchas
leyes, o hemos ido mucho al templo, o si sabemos mucho de religión o de vidas
de santos. Hemos de entender el amor como Cristo lo entendió: como auto
donación, como entrega de uno mismo. Un amor que es "ágape",
fraternidad. Vivir como hermanos supone asumir un nuevo estilo de vida, unos
valores nuevos que nos llevan a vivir en comunión con los excluidos, los
marginados, los preferidos de Dios. Quizá nos hace falta despojarnos de todo el
ropaje legalista y rutilante con que hemos cubierto nuestra fe. En la
Eucaristía celebramos el amor de Dios. Cada vez que nos reunimos para partir el
pan debe avivarse en nosotros el amor a los necesitados. Esta es la esencia de
nuestra fe.
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