LA
REALEZA DE CRISTO
Ha sido costumbre muy general y
antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo
grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas.
Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el
sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque Él es la Verdad y porque
los hombres necesitan beber de Él y recibir obedientemente la verdad. Se dice
también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la
voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad
divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra
libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con
verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres
porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y
benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos
los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús. Mas, entrando
ahora de lleno en el asunto, es evidente que también en sentido propio y
estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey;
pues sólo en cuanto hombre se dice de Él que recibió del Padre la
potestad, el honor y el reino; porque como Verbo de Dios, cuya sustancia es
idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio
de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio
supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas. (Fuente: Carta Encíclica “QUAS
PRIMAS” de Pío XI)
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