lunes, 14 de diciembre de 2020

"Meditación sobre la noche oscura en San Juan de la Cruz"

La noche oscura es un símbolo, porque evoca muchas cosas: silencio, oscuridad, encuentro, luz, dolor, belleza, descanso, soledad, abandono, gozo, opción… Creación original de san Juan de la Cruz, ha pasado a formar parte de la cultura espiritual, y hoy son muchos los que la utilizan.

«En una noche oscura, con ansias,  en amores inflamada,  ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada» (San Juan de la Cruz).

La noche oscura es experiencia. La pasan, con diferentes matices, todas las personas y también las diferentes épocas de la historia. Son situaciones de alto riesgo que desafían a la existencia humana: la pandemia, la persecución , la calumnia, el cáncer, la opción por valores que no se llevan, los caminos desde el caos interior a la fe, la opresión de los poderosos, el sida, la situación de los que no tienen techo ni papeles, la oscuridad de la vida cotidiana, el paro, incapacidad de muchos pueblos para ver la aurora…

 

La noche oscura es recuerdo de Jesús, que vivió la noche («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?») como una noche oscura personal y como la noche oscura de todos sus hermanos y hermanas de todos los tiempos, a la espera del día de Dios.

«¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche!» (San Juan de la Cruz).

 Cuando llega la noche oscura alcanza al ser humano por entero; se oscurece nuestra capacidad de comprender lo que estamos viviendo, nos vemos torpes para amar, no recordamos los momentos de luz; nuestra vida parece un callejón sin salida.

 La experiencia más dolorosa es pensar que Dios nos ha abandonado, que se ha ido de nuestra vida su

luz y su calor. «¿Qué respuesta dar a tantos interrogantes como se le presentan a uno? Una vez el maligno me susurró: ‘No existe Jesús, te has engañado, no le importas’. Me quedé estremecido de miedo, de temor, de espanto. Era lo último que me podía pasar» (F. Bellido).

 

Lo que en realidad sucede es que Dios interviene en nuestra vida para hacer de nosotros mujeres y hombres nuevos. Si nos oscurece es para darnos más luz, si nos abaja es para ensalzarnos, si nos empobrece es para hacernos gozar de todas las cosas en libertad. «Sé tú mismo y yo seré tuyo» (Nicolás de Cusa).

 La meta de la noche es la unión con Dios, o la renovación de la persona. Todas las experiencias de la noche pueden ser plenificantes y humanizadoras, en la medida que se produzca una respuesta de fe, de amor y esperanza. La vida es un hermoso don, en el que se esconde la realidad de la noche; pero en la noche se esconde el amor de Dios. «El silencio de Dios no es la ausencia de la Palabra; sino su profundidad» (Elie Wiesel).

 


Como el gusano que se encierra en el capullo y de él nace una mariposa blanca, así en la angustia y el desconcierto de la noche se produce un nuevo nacimiento. Y surge una persona con más capacidad de esperanza, con una libertad que ninguna fuerza terrena puede arrebatar, con una serenidad ante el dolor y la muerte a la espera de una promesa eterna, con una entrega confiada al Señor de nuestras preguntas. Las necesidades fundamentales del ser humano, amar y ser amado, brotan con nueva frescura.

«En la noche dichosa,

 en secreto, que nadie me veía,

 ni yo miraba cosa,

 sin otra luz y guía

 sino la que en el corazón ardía» (San Juan de la Cruz).

 Es la experiencia de todo orante, que en la plenitud de su ser y de su vida, siente la presencia y compañía de Dios, fuente de alegría, descanso y serenidad. «Esta noche oscura es una influencia de Dios en el alma…, en la que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender cómo» (San Juan de la Cruz).


Tiempo de revelación. Dios no nos oculta su rostro. «Salí al camino de los que me buscaban para prenderme… y ¿voy ahora a ocultarme de ti que me buscas para amarme? No di la vuelta a mi rostro cuando me lo abofetearon… y ¿voy a darle la vuelta ahora que tú lo buscas para adorarlo, mirarlo y amarlo? No oculté mi cuerpo a los azotes… y ¿voy a ocultártelo a ti, ahora que lo buscas para abrazarlo?» (San Juan de Avila).

 Tiempo de salvación. Incluso cuando el hombre no trabaja, continúa la actividad silenciosa de Dios, empujando la fecundidad misteriosa de la tierra (cf Sal 126,2). La tradición bíblica y patrística nos habla de oscuridad y tiniebla cuando se realiza la máxima comunicación de Dios.«La noche no interrumpe tu historia con el hombre; la noche es tiempo de salvación… La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección».


Tiempo de perseverancia. «Los que de esta manera se vieren, conviéneles que se consuelen perseverando en paciencia, no teniendo pena; confíen en Dios, que no deja a los que con sencillo y recto corazón le buscan, ni les dejará de dar lo necesario para el camino, hasta llevarlos a la clara y pura luz de amor» (San Juan de la Cruz).

«Quedéme y olvidéme,

 el rostro recliné sobre el Amado,

 cesó todo y dejéme,

 dejando mi cuidado

 entre las azucenas olvidado» (San Juan de la Cruz).


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