Francisco nació en el castillo de Javier, en Navarra, España, en 1506. A los diecinueve años, tras una serie de estudios preliminares en su país, marchó a la Universidad de París a continuar su aprendizaje. Una vez allí, trabó amistad con un compañero de estudios, Pedro Faber, a través del cual conocería a San Ignacio de Loyola. San Ignacio, tras una larga insistencia, logró que Francisco realizara los Ejercicios Espirituales, que provocaron en el una gran transformación.
Francisco y Faber se ofrecieron para ser miembros de lo que luego sería la Compañía de Jesús (más conocidos como los jesuitas). Y así, en 1534, San Ignacio, Francisco, Faber y otros cuatro compañeros tomaron votos en una capilla de Montmartre.
Una vez integrada la compañía, partieron a Venecia, donde se dedicaron al apostolado, particularmente atendiendo enfermos en los hospitales. En 1537, Francisco se ordenaba sacerdote junto con San Ignacio. Luego, la Compañía se dirigió a Roma, en búsqueda de la aprobación papal de la orden, La obtuvieron, y el papa encargó a Francisco ir a evangelizar a Oriente.
En 1542 llegaba a la India. Se dedicaba a enseñar el catecismo a los niños, y prestaba especial atención a los enfermos y moribundos, consolándolos y dándoles los sacramentos. Encontró muchas dificultades, en parte por las persecuciones que los reyes del país realizaban en contra de los bautizados, y en parte por el mal ejemplo de los soldados portugueses que lo acompañaban. Francisco avanzaba hacia el Este, consiguiendo abundantes conversiones. En algunas ocasiones eran tantos los que iban a bautizarse que se le acalambraban los brazos. Estableció misiones en los principales centros de la India.
En 1549, deseoso de introducir el Cristianismo en Japón, llega a este país acompañado de dos jesuitas y un japonés que había conocido en sus viajes, y al cual había bautizado, Pablo de Santa Fe. En agosto de ese mismo año llegaba a la ciudad de Kagoshima. Durante todo un año, Francisco se dedicó a traducir los principales artículos de la fe y pequeños tratados de catequesis, y a aprender el idioma, con mucha dificultad. Una vez alcanzado su objetivo, con la ayuda de Pablo de Santa Fe, se lanzó a misionar, y, aunque logró algunas conversiones, los bonzos, una secta religiosa japonesa, lograron que Francisco fuera expulsado de la ciudad. Marchó entonces hacia el centro del Japón, predicando el Evangelio. Logró la formación de varias comunidades cristianas, que crecieron rápidamente.
San Pío X lo nombró patrono de la obra de Propagación de la fe, y en 1937 Pío XI lo proclamó patrono universal de las misiones católicas, junto con santa Teresita del Niño Jesús. Pablo VI declaró el 3 de diciembre día mundial de las misiones.
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