martes, 9 de febrero de 2010

El siervo de Dios no se inquieta

¿Qué puede hacer quien ama a Dios? Nada. Sentado yo y seguro sobre las altas y encrespadas y firmísimas peñas del Vedrá yo veo estrellarse y convertirse en espumas todas las furias del mar, y me río de sus vanos esfuerzos porque estoy seguro. El se inquieta, se turba, se conmueve, se alborota, levanta sus bramidos, furioso, encrespa sus olas, se estremece y erguido en orgullo, se lanza sobre las peñas durísimas pero toda su malicia se convierte en espuma. El siervo de Dios duerme tranquilo, no se conmueve, no se inquieta, no se turba y mientras el mar se estremece a su alrededor, él continúa su labor y sus tareas n paz. Guarda hija, de perder tu corazón, quiero decir, la paz interior, el reposo y la tranquilidad en vista del mundo que te circuye, sigue tus tareas y ocupaciones interiores. El mundo y sus cosas es indigno de ocupar lugar y sitio en el templo de tu alma. Mírale de lo alto de tu meditación y mírale nada más que para ordenar según Dios tus relaciones y comunicaciones indispensables con él. En esa cuestión no te alterques con él, no te defiendas, calla, ora y medita y ten de él compasión. Ahí, tienes, hija mía, trazada la conducta que has de observar en medio del mundo.
Francisco Palau
Carta 40
a Juana Gratias (Primera Carmelitas Misionera)

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