Éx 16,2-4.12-15: Yo les haré llover pan del cielo
Salmo responsorial 77: El Señor les dio pan del cielo
Ef 4,17.20-24: Revístanse del hombre nuevo, creado
a imagen de Dios
Jn 6,24-35: El que viene a mí no pasará hambre,
y el que cree en mí no pasará nunca sed
La primera lectura, del Éxodo, nos recuerda cómo el desierto
es la carencia de todo. A toda persona le llega de vez en cuando su desierto:
la situación crítica en la que parece que no se encuentran soluciones de ayuda
para sobrevivir a tan crítica situación. Al pueblo de Israel le era muy
provechoso el tener que estar en el desierto donde todo falta, para que pudiera
experimentar el portentoso modo que Dios tiene para ayudar a los que en Él
confían. En el desierto el Pueblo de dios aprende a experimentar la condición
de “pobre”, de “necesitado de todo” del auxilio de Dios. Esto le será útil para
el crecimiento de su fe y de su esperanza en las ayudas milagrosas. En la
península del Sinaí hay un
arbusto llamado “tamarisco”. Produce una secreción
dulce que gotea desde las hojas hasta el suelo. Por el frío de la noche se
solidifica y hay que recogerla de madrugada antes de que el sol la derrita.
¿Sería esto lo que Dios le proporcionó a su pueblo, multiplicándolo claro está,
de manera prodigiosa? Lo cierto es que los israelitas consideraron siempre la
aparición de este alimento como una demostración de la intervención milagrosa a
favor de su pueblo. Lo llamaron “maná”, porque los niños al comerlo
preguntaban: “¿qué es esto?, “lo que en su idioma se dice: “Man-ah?”. También
es llamado por los salmos “pan del cielo” (Sal 78) y el libro de la Sabiduría
dice que, “sabía a lo que cada uno deseaba que supiera” (Sab16,20). Jesús dirá
que el Verdadero Pan bajado del cielo será su cuerpo y su sangre. O sea que
este maná milagroso del desierto era un símbolo y aviso de lo que iba a hacer
Dios más tarde con sus elegidos, dándoles como alimento el cuerpo de su propio
Hijo divino.
La segunda lectura continuada de la carta a los Efesios pide
a los creyentes que se dejen renovar por el Espíritu Santo y pasen de un modo
de obrar no digno del ser humano, a un modo de obrar digno de quien tiene fe en
Cristo. Pide que abandonemos nuestro estilo anterior de vida pecaminosa y
marchemos en adelante por un nuevo camino de vida cristiana. Se nos invita a no
dejarnos guiar por esta “vaciedad de criterios”. En estos pocos versículos
continúa la exhortación a buscar la unidad y a vivir dignamente la propia vida
cristiana, guiada y fundamentada en un verdadero conocimiento de Cristo. Pablo
desarrolla este argumento jugando con la antítesis del ser humano viejo y el
ser humano nuevo (Col 3,9-10; 1Cor 5,7-8). Elegir la novedad, lo nuevo, es
elegir a Cristo. Esto significa romper con el viejo ser humano pecaminoso, con
el pecado del mundo, para estar dispuestos a una continua renovación en el
Espíritu, a vivir en la justicia y santidad y ser justos y rectos. Este texto
es una clara respuesta a quienes piensan que el cristianismo simplemente es una
cosa del pasado.
El evangelio de hoy, de Juan, el discurso del pan de vida, se
desenvuelve en tres afirmaciones lógicamente sucesivas, y la primera que
presenta este texto es: el real o verdadero “pan del cielo” no es el maná dado
una vez por Moisés, contrariamente a lo que la gente pensaba (v.31). Es
literalmente el pan que ha bajado del cielo. Dios, no Moisés, es quien da este
pan (v.32). Jesús ha realizado signos para revelar el sentido de su persona
(domingo anterior), pero la gente sólo lo han entendido en la línea de sus
necesidades materiales (6,26.12). Jesús ha querido llevarnos a la comprensión
de su persona, porque sólo a través de la fe pueden entender quien es él y sólo
así podrá donarse a ellos como comida: pero para hacer esto es necesario
trabajar o procurar por un alimento y una vida que no tienen término y que son
dones del Hijo del hombre (v.27). Los judíos piensan de inmediato en las obras
(v.28; Rm 9,31-32), pero Jesús replica que sólo una obra deben cumplir: creer
en él (v.29; Rm 3,28), reconocer que tienen necesidad de él, como se tiene
necesidad del alimento material. Al considerar la exigencia de Jesús muy grande
es por lo que piden una demostración de los que afirma realizando una señal que
al menos se compare con aquellas realizadas por Moisés (vv. 30-31), pues
aquellas que acaba de realizar (6,2) no se consideran suficientes. Jesús
responde afirmando que es más que Moisés, pues en él (Cristo) se realiza el don
de Dios que no perece. Su pan se puede recoger (6,13), el maná se pudrió (Ex
16,20).
“Yo soy el pan de vida” es una fórmula de fuerza
extraordinaria, parecida a aquellas otras que sólo a Jesús se podría atribuir:
“Yo soy la luz del mundo”, “Yo soy el buen pastor” el que viene a Jesús no
tendrá hambre ni sed, no necesita de otras fuentes de gozo para saciar sus
anhelos y aspiraciones. Jesús es fuente de equilibrio y de gozo, fuente de
sosiego y de paz. Jesús es el lugar y fundamento de la donación de la vida que
Dios hace al ser humano. En Jesucristo, Dios está por completo a favor del ser
humano, de tal modo que en él se le abre su comunión vital, su salvación y su
amor, y en tal grado que Dios quiere estar al lado del ser humano como quien se
da y comunica sin reservas. En la comunión con el revelador –Cristo- se calma
tanto el hambre como la sed de vida que agitan al ser humano.
Para la revisión de
vida
- ¿Es capaz nuestra fe de descubrir la presencia de Dios en
los acontecimientos pequeños y grandes de nuestra existencia?.
- Nuestro corazón busca la felicidad pero ¿dónde solemos
hacerlo: en las migajas pasajeras que ofrece el mundo o en el pan de vida
eterna?.
- ¿Soy de los que buscan más el pan material que el pan que
lleva a la eterna?
(Fuente: lecturadeldia.org)
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