martes, 11 de diciembre de 2012

Adviento: tiempo de retomar la inquietud del corazón



«Nos creaste, Señor, para Ti,
Y nuestro corazón está inquieto
Hasta que no descanse en Ti»
San Agustín, Las Confesiones, Libro I, Cap. I, n. I

El Adviento es un tiempo litúrgico. Esto, aunque es algo evidente, nos dice mucho. La Liturgia, lejos de ser una secuenciación sacral del tiempo —como hacían las religiones primitivas con las estaciones del año—, es la misma vida de Cristo que se desenvuelve hasta la consumación de la historia, para nuestra progresiva conformación con el Hijo ya en esta tierra.

Si el Adviento es tiempo de avivar la esperanza en «unos cielos nuevos y una tierra nueva según su promesa» (cf. 2 Pe 3, 13), es porque rememoramos en la Navidad el acontecimiento de la encarnación. Lo que esperamos —la salvación del único Salvador—, por tanto, ya lo hemos
recibido en prenda y constatamos su progresivo despliegue hasta que llegue a plenitud.
Ahora bien, en el correr de los días, en ocasiones, se hace complicado constatar que el Señor de nuestra vida viene a nuestro encuentro. Entre las muchas o pocas cosas que habitan nuestras horas se nos hace difícil encontrarlo, experimentarlo y, a veces, más todavía, expresarlo. Para agudizar nuestros sentidos, para calmar la sed y retomar nuestro corazón inquieto (S. Agustín), la Iglesia nos propone este tiempo de Adviento, donde tomamos conciencia de que el Señor viene
continuamente.

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