A veces entendemos muy mal la
espiritualidad y creemos que se trata de estar solos en silencio,
escondiéndonos de los demás y pensando únicamente en Dios. Pero, en realidad,
eso es sólo encerrarse en la propia mente, y entonces ya no podemos
encontrarnos verdaderamente con Dios. Esa espiritualidad nos vuelve seres
aislados, cómodos, egoístas, cerrados. Por eso, hay espiritualidades que no nos
estimulan a ser misioneros. El Documento
de Aparecida, cuando habla de la espiritualidad, destaca “una espiritualidad
de la acción misionera” (DA, 273-274), aclarando que “no es una experiencia que
se limita a los espacios privados de la devoción” (DA, 273). Hoy tenemos que
desarrollar una espiritualidad que nos estimule a servir, a dar la vida, a
encontrarnos con los demás, a transformar el mundo. Sólo así podremos lograr un
encuentro profundo con el Señor.
Cuando el corazón está
verdaderamente abierto a Dios al mismo tiempo se abre a los hermanos. Y si
realmente abrimos el corazón a los hermanos. Y si realmente abrimos el corazón
a los hermanos, eso nos prepara para crecer en el amor al Señor. Por eso, si
queremos alcanzar las más preciosas experiencias místicas, no podemos
apartarnos del camino del amor fraterno. Buscando el bien de los demás y
dedicándonos a hacer el bien, vamos ampliando nuestro interior para recibir los
más preciosos regalos del Señor. Entonces, si queremos crecer en la vida
espiritual no podemos dejar de ser misioneros. La tarea misionera nos amplia la
mente y el corazón, nos abre horizontes espirituales, nos hace más sensibles
para reconocer la acción del Espíritu, nos saca de nuestros esquemas limitados
y cerrados, ensancha nuestro interior para que el Espíritu tenga más espacio.
(Fuente: “Quince
motivaciones para ser misioneros” V.M. Fernández)
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