Sof 3, 14-18ª: El Señor se alegra con
júbilo en ti
Interleccional Is 12: Griten jubilosos:
"¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel!"
Fil 4,4-7: El Señor está cerca
Lc 3,10-18: ¿Qué hacemos nosotros?
El texto del
profeta Sofonías nos habla de un tiempo poco antes del reinado de Josías. El
país se hallaba sumido en la mayor miseria moral y hacía tiempo se dejaba
sentir la amenaza de Asiria. Sofonías, testigo de los grandes pecados de Israel
y del duro castigo con que Dios va a purificar a su pueblo, preanuncia la
restauración y redención que Dios va a obrar. A los beneficiarios de ella los
llama el “resto”. Con este “resto” creará Dios un pueblo nuevo.
Al final de su
libro Sofonías vislumbra algunas luces de esperanza: el rey Josías se presenta
como un gran reformador y Asiria parece aflojar por el momento su cerco. Es la
ocasión para anunciar días mejores para Jerusalén e invitar a la alegría a
través de una gran fiesta en la que todo serán danzas, alegría y regocijo.
Israel rebosa
gozo porque el Señor ha cancelado todas sus deudas o el castigo de sus pecados
(la cautividad). El Señor establece su trono en Sión. Con Rey tan poderoso y
Padre tan misericordioso nada tiene que temer nunca más (v.14-15). Ahora ya no
es Israel el que se goza en el Señor; es el mismo Señor quien se goza con su
nuevo pueblo. Es como el “esposo” que se goza en la “esposa”. Muchas veces en
los profetas la “Alianza” es presentada como “Desposorio”: “Yahvé, tu Dios,
está en medio de ti; exulta de gozo por ti y se complace en ti; te ama y se
alegra con júbilo; hace fiesta por ti” (v.16-17).
Los textos de la
liturgia de hoy nos invitan a la alegría. Ese es el modo de esperar al Señor:
la auténtica alegría del pueblo de Dios es Cristo, el Mesías largo tiempo
esperado. A los filipenses Pablo les recomienda: “Alegraos siempre en el señor.
Otra vez os digo, alegraos”.
El pasaje de
Lucas nos habla del testimonio de Juan Bautista, el precursor. Su predicación
impresiona al pueblo, la gente se acerca para preguntarle: “¿Qué debemos
hacer?” (v.10), es una prueba de que han comprendido el mensaje, perciben que
el bautismo de Juan exige un comportamiento. La respuesta llega enseguida:
compartan lo que tengan: vestido, comida, etc. (vv. 10-11).
No se pregunta lo
que hay que pensar, ni siquiera lo que hay que creer. El Evangelio pretende que
el oyente de la Palabra de Dios se convierta, es decir, que su conducta y su
comportamiento estén de acuerdo con la justicia que exige el Reino. La buena
noticia entraña una exigencia nítida: los que tienen bienes o poder deben
compartirlos con los que no tienen nada o son más débiles. Gracias a esta
conversión, los pobres y menesterosos son iguales a los otros. En realidad, los
pobres no preguntan, sino que están en “expectación”. El “¿qué debemos hacer?”
lo deberían preguntar quienes tienen el dinero, la cultura, el poder... porque
la exigencia básica, según la Biblia, es compartir.
La conversión es
un cambio de conducta más que un cambio de ideas; es la transformación de una
situación vieja en una situación nueva. Convertirse es actuar de manera
evangélica. El evangelio nos invita a una “conversión al futuro” que se
despliega en el Reino. No es mirar y volverse atrás. El futuro (que es Dios y
su reinado) es la meta de la llamada a la conversión.
La tentación para
no convertirse es quedarse en una búsqueda permanente o contentarse con
preguntar sin escuchar respuestas verdaderas. Según el Bautista, la conversión
exige “aventar la parva” (saber seleccionar o elegir), “reunir el trigo” (ir a
lo más importante y no quedarse en las ramas) y “quemar la paja” (echar por la
borda lo inservible o lo que nos inmoviliza); acoger la Buena Nueva de la
venida del Señor requiere esa conversión. Con nuestros gestos discernimos lo
que nos acerca de aquello que nos aleja de la llegada del Señor. Este día Dios
discernirá entre el trigo y la paja que haya en nuestra conducta.
Este domingo se
denominó tradicionalmente domingo “gaudete”, o de alegría. Por dos veces nos
dice Pablo que estemos alegres, alegres por la venida del Señor, por la
celebración próxima de la Navidad, por mantener la esperanza, por situarnos en
proceso de conversión y por compartir con los hermanos la cena del Señor.
En la Biblia, la
alegría acompaña todo cumplimiento de las promesas de Dios. Esta vez el gozo
será particularmente profundo: “El Señor está cerca” (Flp 4,5). Toda petición a
Dios debe estar apoyada en la acción de gracias (v. 6). La práctica de la
justicia y la vivencia de la alegría nos llevarán a la paz auténtica, al Shalom
(vida, integridad) de Dios.
¿Qué debemos
hacer? Es la pregunta que muchos nos podemos formular hoy. La respuesta de Juan
Bautista no es teoría vacía. Es a través de gestos y acciones concretas de
justicia, respeto, solidaridad, y coherencia cristiana, como demostramos
nuestra voluntad de paz, vamos construyendo un tejido social más digno de hijos
de Dios, vamos conquistando los cambios radicales y profundos que nuestra vida
y nuestra sociedad necesitan. Pero para eso, es necesario purificar el corazón,
dejarnos invadir por el Espíritu de Dios, liberarnos de las ataduras del
egoísmo y el acomodamiento, no temer al cambio y disponernos con alegría, con
esperanza y entusiasmo a contribuir en la construcción de un futuro no remoto
más humano, que sea verdadera expresión del Reino de Dios que Jesús nos trae, y
así poder exclamar con alegría: ¡venga a nosotros tu Reino, Señor!
Para la revisión de vida
- Buen tiempo,
éste de adviento, para hacerse la pregunta que se hacía la gente al escuchar a
Juan: "y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Pregunta de conversión que
también yo debo hacerme. A la luz de este evangelio, ¿qué respuesta creo que me
daría el radical profeta Juan?, ¿qué debo hacer?
(fuente: lecturadeldia.org)
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