La esperanza sigue de las manos
del pueblo de Israel, que meditó sobre la acción de Dios en los pequeños
detalles de la vida cotidiana y no en los grandes acontecimientos históricos
como lo hicieron los profetas. Por eso fue tan importante tener siempre a mano
un poema, una canción, un himno, una lamentación, que tradujesen el
sentimiento del creyente que choca con las
crueldades diarias, y que experimenta la fuerza del pecado de la injusticia, en
la maldad de los adversarios, en la iniquidad de los tribunales o en las
arbitrariedades de los reyes y gobernantes. Por eso los sabios recopilaron
todos los dichos que utilizaba el pueblo para meditar las pequeñas grandes
verdades del día a día para alcanzar la sabiduría y el temor de Dios.
El Pueblos de Israel avizoraba
anhelante el horizonte de la historia y esperaba que Dios se revelara de manera
singular y definitiva, como lo había hecho en los grandes acontecimientos del
pasado y
en las pequeñas luchas cotidianas.
En el Nuevo Testamento las
historias de sus principales personajes, como Isabel, Zacarías, María de
Nazaret, José, e incluso de los mismos discípulos de Jesús, son las historias
de aquellos que esperan la intervención efectiva e imprevisible del Señor.
Nosotros vivimos igualmente en
este tiempo de espera, de irrupción de Dios en la Historia, en la que las
realidades humanas se habrán de transformar de manera tal que se haga posible
la justicia.
En el ciclo litúrgico del
Adviento se convierte en un llamado periódico para que la memoria y la
esperanza cristiana no se adormezcan, sino que se mantengan despiertas, porque
confían en la intervención efectiva de Dios.
(Fuente: “Diario
Bíblico 2012”)
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