En este sentido,
San Bernardo en su Sermón 5 en el Adviento del Señor —propuesto en el Oficio de
Lectura para el miércoles de la primera semana de Adviento1— habla de las tres
venidas de Cristo:
• «En la primera
Dios se manifestó en la tierra y convivió con los hombres»; en ella «vino en
carne y debilidad» y por ella «fue nuestra redención»; no hay que olvidar que ya,
por Cristo, estamos salvados.
• «En la última,
todos verán la salvación de Dios y mirarán al que traspasaron» […] «en gloria y
majestad» y, en ella, Cristo «aparecerá como nuestra vida».
• «La intermedia,
en cambio, es oculta, y en ella sólo los elegidos ven al Señor en lo más íntimo
de sí mismos, y así sus almas se salvan». En esta venida el Señor viene «en
espíritu y poder», donde
se nos presenta como «nuestro descanso y nuestro
consuelo».
Si bien, la
primera es la que rememoramos en la Navidad y la última es la que esperamos en
la Consumación final, la venida intermedia es la que expresa la venida
constante de Jesús, que se traduce en la tensión entre la alegría de la primera
y la esperanza de la última. Esta venida intermedia es la que es objeto de atención
especial en todos los Advientos.
Si sólo
hiciésemos memoria de la primera, no pasaría de ser un mero recuerdo; si sólo
esperásemos la tercera, tan sólo sería futurología. En cambio, la segunda
venida es expresión de que el Señor no
se ha ido. Él no tiene que volver, sino que viene continuamente a nuestro
encuentro. Esto es la señal auténtica de la experiencia de fe. No son ideas ni
recuerdos, sino experiencia viva en nuestra carne de un encuentro. Por eso es
importante que nos detengamos en ella y que sepamos dar razón, ahora y aquí, de
nuestra esperanza (cf. 1 Pe 3, 15).
Para intentar
profundizar en esta venida intermedia debemos detenernos en tres aspectos:
• En primer lugar
deberemos auscultar dónde se da Dios, cuáles son sus loci o topoi —como dirían
los clásicos— ¿cuáles son sus lugares? ¿En dónde acampa? Para ello miremos los
lugares de la primera venida; los lugares donde vivió Jesús, en los que se
encontró con la gente, tratando de descifrar qué significado pueden tener para
nosotros.
• En segundo
lugar, después de ver y recordar los lugares dónde Dios se dio, debemos mirar y
escuchar cómo Dios se sigue encontrando con nosotros tratando de responder a la
pregunta ¿qué entendemos por experiencia de Dios? ¿Cómo identificarla y tomar
conciencia de ella?
• Por último,
tratemos de sugerir algunos ámbitos para comunicar tal experiencia de
salvación. Cómo renovar nuestro encuentro con Dios y cómo ser testigos de ello.
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