domingo, 2 de junio de 2013

¿Creer en la presencia real de Cristo en la Eucaristía se transparenta en nuestra vida?

Ensayemos un cuestionamiento que podrían lanzar los que no creen en la presencia de Cristo en la Eucaristía a los católicos de hoy: “si ustedes afirman y sostienen que ese pan consagrado que adoran es Cristo, Dios que hace dos mil años se encarnó de una Virgen, nació de parto virginal, anunció la salvación a todos los hombres y por amor se dejó clavar como un malhechor en una Cruz; si sostienen y afirman que Él resucitó al tercer día y subió a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y que lo que ahora adoran es ese mismo Dios-hecho-hombre que murió y resucitó, en su Cuerpo y en su Sangre, entonces ¿por qué su vida refleja tan pobremente eso que dicen creer? ¿Cuántos de ustedes viven como nosotros? Aunque van a Misa los Domingos y comulgan cuando y cuanto pueden aun sin confesarse, en la vida cotidiana olvidan a su Dios y se hincan ante nuestros ídolos del dinero y riquezas, de los placeres y vanidades, del poder y dominio, se impacientan con tanta facilidad y maltratan a sus semejantes, se dejan llevar por odios y se niegan a perdonar a quienes los ofenden, se oponen a las enseñanzas de la Iglesia que no les acomodan, incluso le hacen la vida imposible a sus hijos cuando —cuestionando vuestra mediocridad con su generosidad— quieren seguir al Señor con “demasiado fanatismo”. ¿Viven así y afirman que Dios está en la Hostia? ¿Por qué creer lo que afirman, si con su conducta niegan lo que con sus labios enseñan? Bien se podría decir lo que Dios reprochaba a Israel, por medio de su profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto” (Mt 15,8-9)”.

Este duro cuestionamiento es también una invitación a preguntarme yo mismo: ¿Dejo que el encuentro con el Señor, verdaderamente presente en la Eucaristía, toque y transforme mi existencia? Nutrido del Señor, de su
amor y de su gracia, ¿procuro que mi vida entera, pensamientos, sentimientos y actitudes, sea un fiel reflejo de la Presencia de Cristo en mí? ¿Encuentro en cada Comunión o visita al Señor en el Santísimo Sacramento un impulso para reflejar al Señor Jesús con una conducta virtuosa, para vivir más la caridad, para rechazar con más firmeza y radicalidad el mal y la tentación, para anunciar al Señor y su Evangelio?

Si de verdad creo que el Señor está presente en la Eucaristía y que se da a mí en su propio Cuerpo y Sangre para ser mi alimento, ¿puedo después de comulgar seguir siendo el mismo, la misma? ¿No tengo que cambiar, y fortalecido por tu presencia en mí, procurar asemejarme más a Él en toda mi conducta? El auténtico encuentro con el Señor necesariamente produce un cambio, una transformación interior, un crecimiento en el amor, lleva a asemejarnos cada vez más a Él en todos nuestros pensamientos, sentimientos y actitudes. Si eso no sucede, mi Comunión más que un verdadero Encuentro con Cristo, es una mentira, una burla, un desprecio a Aquel que nuevamente se entrega a mí totalmente en el sacramento de la Comunión.

¿Experimento esa fuerte necesidad e impulso de la gracia que me invita a reflejar al Señor Jesús con toda mi conducta cada vez que lo recibo en la Comunión, cada vez que me encuentro con Él y lo adoro en el Santísimo Sacramento? Si reconozco al Señor realmente presente en la Eucaristía, debo reflejar en mi conducta diaria al Señor a quien adoro, a quien recibo, a quien llevo dentro. Sólo así muchos más creerán en este Milagro de Amor que nos ha regalado el Señor.


Conscientes de que es el mismo Señor Jesús el que está allí en el Tabernáculo por nosotros, no dejemos de salir al encuentro, renovadamente maravillados, del dulce Jesús que nos espera en el Santísimo. Las visitas al Santísimo son una singular ocasión para estar junto al Señor Jesús, realmente presente en el Sagrario, dejándonos ver y abriendo los ojos del corazón a Él, escuchándolo en el susurro silencioso de su hablar y haciéndole saber cuanto vivimos, y necesitamos, y agradecemos.

(Fuente: multimedios)

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