No te acostumbres
a decir Padre nuestro. Recíbelo cada día como un don que el Espíritu pone en
tus labios. Estrénalo; estas palabras son las más bonitas que puedas decir.
Sorpréndete de
relacionarte con un Dios, que es Padre de todos. Mira a tu alrededor y aprende a
relacionarte con los que, por ser hijos del Padre, son tus hermanos.
Dí Padre nuestro
con las manos abiertas para acostumbrarte a recibir lo que hace falta.
Fíate de tu Padre Dios y una alegría misteriosa hará fuerte tu debilidad y te conducirá a intuir
que la misericordia y el amor llenan la tierra de hermosas posibilidades.
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