domingo, 4 de octubre de 2015

La Contemplación y el Carmelo I


La Contemplación en las raíces del Carmelo
Podríamos atrevernos a decir que la contemplación en el Carmelo es tan propia como su nombre porque está absolutamente inmersa en sus raíces desde el mismo momento en que los ermitaños del Monte Carmelo decidieron abrazar este estilo de vida, que ha traspasado las fronteras de los siglos y sobrevivido a todos los cambios de los tiempos por la fidelidad con que hombres y mujeres, desde el principio han asumido esta forma de vivir en plena configuración con Cristo y al servicio de su Iglesia.
Desde las constituciones más antiguas la Orden ha vivido la dimensión contemplativa como un rasgo fundamental de su carisma y lo ha mantenido así a través de todos los cambios y actualizaciones que dichas reglas han tenido.
La vocación de todo carmelita es en su fundamento una gracia otorgada por Dios que lo impulsa “en
una comunión fraterna de vida, a la misteriosa unión con Dios por el camino de la contemplación…” (Cf. Const. Parte 1, cp. 1. N. 3). Por tal razón, sería imposible disociar la vocación carmelitana de la dimensión contemplativa en que debe vivirse para que permanezca fiel y auténtica.

Dos Modelos: Elías y María
Esta dimensión se vive desde el mismo profeta Elías, a quien consideramos patriarca de la Orden porque su estilo de vida es inspirador para los comienzos de los primeros ermitaños del Monte Carmelo. De él existe en las Sagradas Escrituras, y más exactamente en el I Libro de los Reyes un pasaje absolutamente memorable por cuanto el contenido del mismo nos da una prueba fehaciente de lo que significa la contemplación en el Carmelo. Y nos atrevemos a citarlo textualmente, por más que lo conozcamos para poder situarlo en el contexto de nuestras pretensiones a través de este subsidio: “Y el Señor le dijo: ´Sal fuera y quédate de pie ante mí, sobre la montaña´. En aquel momento pasó el Señor, y un viento fuerte y poderoso desgajó la montaña y partió las rocas ante el Señor; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto; pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Y tras el terremoto hubo un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Pero después del fuego se oyó un susurro suave y delicado. Al escucharlo, Elías se cubrió la cara con su capa, y salió y se quedó a la entrada de la cueva. En esto llegó a él una voz que le decía: ´¿Qué haces ahí Elías?´ Él contestó: ´Me consume el celo por el Señor, Dios de los Ejércitos…´” (I Re Cp. 19, 11 – 14).
La respuesta de Elías a la pregunta de Dios se ha convertido en el lema que acompaña el escudo de la Orden por generaciones. Y es una respuesta que brota inmediatamente después de haber contemplado la manifestación de la presencia de Dios a través de lo más sutil como es el “susurro suave y delicado”. Y continúa el texto bíblico narrando que luego de esto el Señor lo puso en camino nuevamente a seguir con el cumplimiento de su misión. A través de esta comunicación divina Dios mismo le dio la fuerza para seguir a pesar del miedo que lo atenazaba y que lo había hecho huir del Monte Carmelo cuando magistralmente defendió el culto al único Dios Verdadero y vio en peligro su vida hasta el punto de sentir deseos de morirse.
Y, como pasar por alto el otro modelo inspirador del estilo de vida de los carmelitas. La misma Madre de Dios, a quien los primeros padres tomaron por hermana y espejo de las virtudes que ellos mismos deberían alcanzar. Ella, después de contemplar el más profundo Misterio Divino por el anuncio del ángel, aceptó la iniciativa de Dios de escogerla a pesar de no sentirse digna para ser la Madre del Verbo. Y no quedándose en el deleite de su experiencia, nos cuenta el Evangelio que se puso en pie y fue a través de las montañas a donde estaba su prima Isabel para compartir con ella la comunicación de la Buena Nueva de Dios y para asistirla en el parto del Precursor. María también, después de experimentar la más honda experiencia de contemplación tuvo la fuerza para cumplir su misión.
María y Elías son los grandes modelos de vida contemplativa para los Carmelitas desde sus inicios. Y en ellos se nos muestra que esta dimensión de nuestro Carisma no nos saca del mundo sino que por el contrario nos sitúa con claridad en él y nos da fuerza para seguir.

De regreso al Monte:

Así lo entendió y lo vivió perfectamente Santa Teresa de Jesús, quien, como ya sabemos, con su obra penetrada de profundo amor por esta Familia, hizo en medio de un siglo difícil desde todos los puntos de vista, que la Orden volviera la mirada y el corazón a lo esencial de su Carisma, profesado desde sus inicios en el Monte Carmelo. Y con un puñado de personas invadidas del celo teresiano iniciaron el camino en el cual a través de la contemplación de los misterios divinos se podría realizar un gran servicio a la construcción del Reino de Dios. Una contemplación entendida, no como una forma de oración tendiente a la evasión o de escape a las realidades del mundo sino como experiencia que debe dejarnos dispuestos a afrontar las necesidades de éste con un sentido mucho más amplio ya que el contemplativo cuenta con la gracia absoluta de tener la óptica de Dios. Engolfado así del Amor Divino entrará en el mundo a entregar Amor Divino. Así el Carmelo cumple una misión de doble dimensión: la contemplativa que le da fuerza y fundamento para llevar a cabo el compromiso con la segunda, la cual es el servicio apostólico.
Ambas dimensiones (contemplativa y apostólica) son las que le dan todo el sentido al carmelita para dejarse consumir en “celo por el Señor, Dios de los ejércitos”.

(Fuente: portalcarmelitano.org)

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