1 EL CICLO DE ELÍAS (1RE 17 - 2RE 2)
La Sagrada Escritura afirma que el profeta nació en la
Transjordania (la Jordania actual), hacia el año 900 a.C. Por entonces los
hebreos estaban divididos entre sí y formaban dos pueblos independientes e
incluso enfrentados entre sí. El reino de Israel, que reunía 9 tribus y media y
tenía la capital en Samaría, era mucho más importante que el de Judá, que
reunía solo 2 tribus y media y tenía la capital en Jerusalén. El rey Omrí
construyó un suntuoso palacio en Samaría y estableció alianzas comerciales,
militares y matrimoniales con los pueblos vecinos, especialmente con los
fenicios y los asirios. Casó a Ajab, su hijo y heredero, con Jezabel, hija del
rey-sacerdote de Tiro y Sidón, Itobaal. Jezabel llevó a su nueva casa las
costumbres y las divinidades de sus antepasados.
La reina quería que su esposo gobernara en Israel como
hacía su padre en Tiro. Por eso animó a Ajab a manifestar su autoridad sobre el
pueblo, adornando su palacio con marfiles, fortificando ciudades (1Re 22,39) y
adquiriendo para sí los mejores terrenos del reino. Un acontecimiento ilustra
perfectamente las distintas mentalidades que caracterizaban a los fenicios y a
los israelitas de la
época. Con el fin de ampliar su palacio, Ajab quería
comprar a Nabot una viña que este último había heredado de sus antepasados.
Cuando el rey fracasa en su intento, Jezabel levanta una calumnia contra Nabot
y lo condena a muerte en un juicio amañado, confiscando sus bienes y
entregándoselos a su marido (1Re 21). Entre los fenicios, el rey podía disponer
de las tierras y de los edificios de sus súbditos; pero en Israel la tierra se
consideraba un don de Dios, que pasaba de padres a hijos y permanecía siempre
en la familia. Además, los profetas fenicios estaban al servicio del rey, del
que recibían un sueldo. Sus oráculos tenían que dirigirse a ayudarle en sus
tareas de gobierno. Por el contrario, los profetas de Israel estaban al
servicio de Dios y siempre denunciaban los pecados del pueblo y condenaban sus
injusticias, recordándoles que la Ley de Dios está por encima de las leyes
humanas y de los intereses de los poderosos. Los profetas de Israel recuerdan
continuamente a los reyes que no son dueños de sus súbditos, y mucho menos de
Dios, sino meros servidores. Para evitar la oposición de los profetas de Yhwh,
Jezabel se decide a matarlos. Solo se salvan algunos, porque el mayordomo del
rey, Abdías, los esconde en cuevas y los alimenta.
Mientras tanto, en Samaría Jezabel construye altares en
honor de los dioses de su patria, especialmente de Baal Melkart, patrón de Tiro
(que era invocado con distintos nombres en los varios santuarios en su honor,
por eso a veces se habla al plural de «los Baales») y de Azar Yam (Asera,
antigua divinidad cananea de la fecundidad, que también recibía nombres
distintos en cada santuario, por lo que a veces se habla de «las Astartés»).
También hace llegar sacerdotes y profetas desde su tierra para que atiendan el
culto y la ayuden como consejeros. Pronto se extiende entre los nobles y el
pueblo la atracción por los dioses fenicios. Baal era el dios de la fertilidad,
del sexo, de la muerte y de la sangre, con hermosos templos llenos de
esculturas y atractivas prostitutas sagradas, con las que los fieles se
acostaban en los santuarios para pedir la lluvia y la fecundidad para sus
esposas, campos y ganados (era la práctica de la hierogamia, muy común en
varios pueblos primitivos). Mucho más atractivo que el Dios de Moisés y la
austera religión yahvista, basada en el cumplimiento del decálogo y de los
demás preceptos de la Alianza, con unos principios morales muchos más
exigentes.
En cierto momento, Elías entra en escena. No se habla de
su familia ni de su infancia; como salido de la nada, se presenta ante el rey y
le anuncia una gran sequía, que demostrará que los cultos a Baal son
ineficaces, ya que Yhwh es el único que puede enviar la lluvia: «Elías dijo a
Ajab: ¡Vive el Señor, Dios de Israel, en cuya presencia estoy! En estos años no
caerá lluvia ni rocío hasta que yo lo mande» (1Re 17,1).
Su nombre es muy significativo, ya que ’Èl-iYahu
significa «Yhwh es mi Dios». Posiblemente ese no fuera su nombre original, sino
el que él se puso a sí mismo o recibió de Dios para realizar su misión. Elías
no adora a Baal ni cree en su poder. Solo reconoce a Yhwh, al que confiesa
poderoso para dar la lluvia y para retirarla. Sin padre ni madre, sin esposa ni
hijos, sin morada fija, vive totalmente consagrado al servicio de Yhwh. Viste
una túnica de pieles ceñida con un cinturón de cuero y se alimenta de los
frutos del bosque, como los «nazireos» (como hará Juan Bautista más tarde). De
momento, Elías denuncia los pecados del rey, de los nobles y del pueblo,
anuncia una gran sequía como castigo y huye, para esconderse en su región
natal, junto al torrente Carit (o Querit), adonde un cuervo le lleva cada día
la comida. Elías vive mucho tiempo escondido en una cueva, en soledad y
silencio, mientras el rey y sus lacayos lo buscan para matarlo. Más tarde
marchó a Sarepta, ciudad fenicia, patria de Baal (y de la reina Jezabel),
adonde nadie se le ocurrirá buscarlo. Una mujer se fía de él y lo acoge en su
casa, poniéndose a su servicio. No deja de ser significativo que una pobre
viuda fenicia lo reciba con fe, mientras que los poderosos de Israel, guiados
por una reina también fenicia, lo persiguen. Durante su estancia en Sarepta, se
multiplica cada día el aceite y la harina, para que no pasen hambre. Cuando
fallece el hijo de la viuda, Elías ora a Yhwh y lo resucita.
2 EL SACRIFICIO EN EL MONTE CARMELO
Pasados tres años y medio de sequía, Elías se presenta de
nuevo ante el rey, obedeciendo una orden de Yhwh. Al verle, Ajab exclama:
«¿Eres tú, ruina de Israel?». Elías no se deja intimidar y responde con
autoridad, despreciando al rey y dándole órdenes: «No arruino yo a Israel, sino
tú y tu familia, porque habéis abandonado la ley de Yhwh y servís a los Baales.
Pero ahora congrégame todo Israel en el Monte Carmelo, y también a los 450
profetas de Baal y a los 400 profetas de Asera que comen a la mesa de Jezabel».
Posiblemente, Elías se hizo presente sobre el Monte Carmelo en un día de fiesta
en honor de los Baales, cuando los varones miembros de la corte y del pueblo
peregrinaban a los santuarios para ofrecer sus sacrificios y acostarse con las
sacerdotisas de las Astartés, que practicaban la prostitución sagrada. Esto
explica que rápidamente se reúnan todos en torno al profeta y que no esté
presente la reina en el encuentro. Elías está dispuesto a enfrentarse al rey, a
sus nobles, a su ejército y a los profetas de los dioses falsos, en un duelo
que será decisivo para toda la historia posterior del pueblo de Dios.
En el lugar indicado, en la cima del monte (lugar que la
tradición posterior ha llamado Mu-Hra-Ka, «el sacrificio») se reúnen los
sacerdotes de Baal y los representantes de Israel (el rey y los nobles), así
como la gente sencilla. Hasta entonces, los israelitas (como los otros pueblos)
habían creído en la existencia de muchos dioses. Para ellos el Dios familiar
era Yhwh, el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, el que se manifestó a Moisés e
hizo salir a sus antepasados de la esclavitud de Egipto. Por la Alianza del
Sinaí se habían comprometido a dar culto únicamente a Yhwh y a no adorar a los
otros dioses. Pero Elías no intenta demostrar que Yhwh es más fuerte que los
otros dioses, tal como interpretaron los judíos al salir de Egipto. Ahora
estamos ante un paso gigante en la historia de la conciencia religiosa de la
humanidad. Por primera vez, Elías afirma que Yhwh es el único Dios, que los
otros dioses no son nada, no tienen ningún poder porque no existen, son
invenciones humanas. Si tenemos esto en cuenta, la importancia de este episodio
sobre el Carmelo es absolutamente excepcional.
Cuando el pueblo está reunido, Elías expone la situación:
los santuarios de Yhwh han sido destruidos y en su lugar se han erigido lugares
de culto en honor de los dioses extranjeros. Los profetas de Yhwh han sido
asesinados, por lo que él está solo para defender a Yhwh, mientras que los
sacerdotes de los Baales son muchos y cuentan con la protección de la reina y
la simpatía del pueblo: «¿Hasta cuándo cojearéis de los dos pies? Si Yhwh es
Dios, seguidle; si lo es Baal, seguidle a él. El pueblo no respondió palabra.
Dijo Elías: Soy el único profeta de Yhwh que queda, mientras que los profetas
de Baal son 450». A pesar de su situación de clara inferioridad, no se asusta y
lanza un reto: «Que nos traigan dos novillos: que escojan ellos uno, lo
despedacen, lo coloquen sobre la leña sin aplicar fuego; yo prepararé el otro
sobre la leña sin aplicar fuego. Invocad después el nombre de vuestro dios, yo
invocaré el nombre de Yhwh. Y el dios que conteste con fuego, ese es Dios. El
pueblo respondió: Está bien». Los profetas de Baal prepararon el novillo y
oraron a su dios, pero no consiguieron hacer descender fuego del cielo. Elías
se burla de ellos: «Gritad con fuerza. Quizás vuestro dios esté ocupado en otra
cosa, o de viaje, o durmiendo…». Posteriormente, reconstruye el altar de Yhwh,
que había sido destruido, prepara el novillo, ora con plena confianza y hace
bajar un rayo del cielo que consume la víctima y el altar. «El pueblo lo vio y
cayó rostro a tierra diciendo: Yhwh es el Dios verdadero, Yhwh es el Dios
verdadero. Y dijo Elías: Prended a los profetas de Baal, que no se salve ni
uno; y los prendieron. Elías los bajó al torrente Quijón y los mató allí». Hoy
nos puede parecer una acción demasiado violenta, pero no olvidemos que aún
faltaban 850 años para el nacimiento de Jesucristo y que la ley de Talión
exigía acabar con los asesinos de los profetas de Yhwh. Más aún, estos hombres
empujaban al pueblo a la infidelidad y a la idolatría. Para este delito
religioso, la ley de Moisés también pedía la muerte. En aquellos momentos,
Elías no podía hacer otra cosa.
3 LA NUBECILLA Y LA LLUVIA
Una vez que el pueblo se convirtió y los falsos profetas
fueron eliminados, Elías oró a Yhwh para que descendiera la lluvia sobre la
tierra reseca. Para ello, se aparta de la muchedumbre y se retira con su criado
a una cueva junto al mar (que la tradición musulmana ha llamado el-Khader –«el
verdeante»– y la cristiana «escuela de los profetas»): «Elías se encorvó a
tierra, la cabeza entre las rodillas, y dijo a su criado: “Sube, observa en
dirección al mar”. Subió, observó y dijo: “No hay nada”. Elías añadió: “Vuelve
siete veces”. A la séptima retornó diciendo: “Una nube pequeña como la palma de
la mano se levanta del mar”. Dijo Elías: “Avisa a Ajab para que se vaya antes
de que se lo impida la lluvia”. Y en esto se oscureció el cielo de nubes y
viento, y cayó un aguacero». Elías oró con insistencia y confianza. El número 7
significa plenitud e indica la perseverancia y la pureza de la fe de Elías al
orar. Al final, Dios envió un signo: una simple nubecilla, de la que brotó la
lluvia que acabó con la sequía. Los Padres de la Iglesia y la tradición
carmelitana vieron en la nubecilla una imagen de la Virgen María, pequeña y
débil, pero que trajo la fecundidad a la tierra. Hasta hoy se lee este episodio
en la misa del día de la Virgen del Carmen. Más adelante profundizaremos en el
tema.
4 ELÍAS EN EL SINAÍ
La reina Jezabel no se convierte ante los prodigios de
Elías. Por el contrario, cuando se entera de la muerte de sus servidores, se
decide a acabar con el profeta, le cueste lo que le cueste. Ajab y el pueblo no
salen en su defensa y el profeta de fuego se siente desolado. Aparentemente, ni
sus ayunos y oraciones en el desierto, ni su predicación, ni sus milagros han
servido para nada. El pueblo que ayer lo aclamó, hoy se calla para no caer en
desgracia ante la reina. En cierto momento la tristeza lo invade y cede a la
depresión. Elías necesita una última purificación antes de alcanzar la
plenitud. Sus esfuerzos heroicos y sus victorias podrían causarle vanidad,
haciéndole creerse mejor que los otros, fiándose de sí mismo. La experiencia de
su debilidad será para él la última y verdadera purificación, que lo dispondrá
para encontrarse personalmente con Dios (san Juan de la Cruz hablará de la
noche pasiva del espíritu, como purificación de nuestras ideas sobre Dios,
siempre mayor de todo lo que podemos imaginar y experimentar). De momento, huye
al desierto y se tumba bajo un arbusto, deseándose la muerte: «Elías deseó
morir y dijo: Basta, Yhwh; toma mi alma, que no soy mejor que mis padres».
Quizás sintió cansancio después de tanta tensión, quizás se avergonzó de haber
huido ante las amenazas de la reina y de no haberse enfrentado a ella, quizás
perdió la confianza en su pueblo, incapaz de mantenerse fiel, que se deja
arrastrar por quien más grita en cada momento o quizás perdió la confianza en
sí mismo, cansado de luchar él solo contra todos… El caso es que se sintió derrotado
y se deseó la muerte.
Encontrándose en esta situación, un ángel del Señor
despertó al profeta, lo confortó en su abatimiento, le ofreció pan y agua y le
invitó a continuar caminando. ¿Hacia dónde? Hacia el Sinaí (llamado también el
Horeb), el monte de la Alianza, el lugar donde Dios entregó a Moisés las tablas
de la Ley. «Elías se alzó, comió y bebió, y con la fuerza de esa comida caminó
cuarenta días y cuarenta noches, hasta el monte de Dios». ¿Cómo no recordar al
pueblo de Israel, que anduvo cuarenta años por el desierto y Dios lo alimentó
con pan del cielo (maná) y agua que brotó de la roca? Elías regresa al lugar de
los orígenes, a las fuentes de la Alianza, a la experiencia primigenia de
Israel. Su huida se convierte en una peregrinación.
En la cima del Monte Sinaí se introdujo en la misma cueva
que habitó Moisés, donde Dios se reveló en la fuerza del huracán, del terremoto
y del fuego. Elías confiaba en que se repitiera el acontecimiento, pero se
equivocaba: «Vino un viento potente, impetuoso, que rompía montes y quebraba
peñascos, y no estaba Yhwh en el viento. Tras el viento un terremoto, y no
estaba Yhwh en el terremoto. Tras el terremoto un fuego, y no estaba Yhwh en el
fuego». Dios no se revela a Elías en las fuerzas de la naturaleza, como él esperaba.
Lo que en otro tiempo sirvió para Moisés ya no sirve para Elías, que se
encuentra cada vez más desconcertado. Finalmente, «Se escuchó el rumor de una
brisa suave». Elías descubrió la presencia de Yhwh en esta soledad escondida y
silenciosa, en el silencio de la oración humilde y confiada (en «el silbo de
los aires amorosos» y «la soledad sonora» de san Juan de la Cruz).
Elías se cubrió el rostro con el manto, salió y se puso a
la entrada de la gruta. La voz le dijo: “¿Qué haces aquí, Elías?”. Respondió:
“Me consumo de celo por la causa del Señor, Dios Todopoderoso, porque los hijos
de Israel te han abandonado, han derribado tus altares y han pasado a cuchillo
a tus profetas; he quedado yo solo, y buscan mi vida para quitármela”. Dijo
Yhwh: “Vete, regresa por tu camino y unge a Hazael como rey de Siria, a Yehú
como rey de Israel, a Eliseo como profeta y sucesor tuyo. Al que escape de la
espada de Hazael lo matará Yehú; al que escape de la mano de Yehú lo matará
Eliseo; y perdonaré en Israel a siete mil que no doblaron sus rodillas ante
Baal ni lo adoraron con sus bocas”.
Tal como él mismo confiesa, a Elías le consume el celo
por la causa de Yhwh. Mucho más tarde, también Jesús dirá: «El celo de tu casa
me devora» (Jn 2,17). Elías quiere defender la fe de Israel, salvar la Alianza,
pero se siente solo, débil y confundido. No sabe qué hacer. Ya ha intentado
todo lo que sabía y, aparentemente, no ha obtenido resultados. La respuesta de
Dios lo conforta y le invita a mirar la realidad con otros ojos. No es Elías el
que debe realizar la obra de Dios; él es solo un colaborador. Cuando él falte,
Dios suscitará a otros que continúen su obra. Por eso le pide que unja un
heredero suyo y nuevos reyes en Israel y Siria. Además, hay siete mil personas
que no han sido infieles a Dios ni han adorado a los dioses falsos, aunque no
hagan ruido ni Elías los conozca. 7 y 1.000 son números perfectos, que hacen
referencia a un grupo significativo, aunque no se pueda especificar a cuántos y
permanezcan desconocidos para la mayoría. La Alianza sobrevivirá en este
«resto» fiel, que es el verdadero Israel. Después del encuentro personal con
Dios, que le revela los secretos de su corazón, a Elías solo le queda cumplir
lo que Dios le ordena, traspasar sus poderes a su sucesor y desaparecer. Está
maduro para el rapto final.
Elías, en el monte Carmelo, había tratado de combatir el
alejamiento de Dios con el fuego y con la espada, matando a los profetas de
Baal. Pero, de ese modo no había podido restablecer la fe. En el Horeb debe
aprender que Dios no está ni en el huracán, ni en el temblor de tierra ni en el
fuego; Elías debe aprender a percibir el susurro de Dios y, así, a reconocer
anticipadamente a aquel que ha vencido el pecado no con la fuerza, sino con su
Pasión; a aquel que, con su sufrimiento, nos ha dado el poder del perdón. Este
es el modo como Dios vence (Benedicto XVI, Homilía 15-05-2005).
5 EL CARRO DE FUEGO
Se ha corrido una voz entre los hijos de los profetas
(aquellos que se salvaron de la persecución de Jezabel) y se lo comunican al
discípulo predilecto y sucesor: «Eliseo, ¿sabes que hoy se llevará Yhwh a tu
señor?». Elías es consciente de que su misión termina e intenta despachar a su
discípulo, pero este no lo consiente y responde: «Por Yhwh y por tu vida, que
no te abandonaré». Un grupo de profetas los vio acercarse al Jordán, golpear
las aguas con el manto enrollado y pasar a pie enjuto (como hizo Moisés en el
Mar Rojo o como hizo Josué, cuando golpeó el Jordán con el bastón de Moisés).
Quedaron solos, al otro lado, prontos para las últimas confidencias. «Eliseo,
¿qué quieres que haga por ti, antes de ser arrebatado?», dijo Elías. A lo que
el discípulo respondió: «Dame dos tercios de tu espíritu». En aquella época, el
heredero recibía dos tercios de las propiedades del padre. El resto se repartía
entre la viuda y los demás hijos. Si Eliseo pide a Elías dos tercios de su
espíritu, le está pidiendo ser su heredero, su sucesor. Eso no lo puede
conceder Elías, sino Dios mismo, por lo que Elías le dice: «Si me ves en el rapto,
lo obtendrás». Mientras iban caminando, un carro de fuego con caballos de fuego
los separó, y Elías subió en un torbellino al cielo, ante la mirada atónita de
Eliseo. Desde lo alto, Elías tiró su manto a Eliseo, que lo guardó como su
mejor reliquia.
La ascensión de Elías es una escena misteriosa. Algunos
(con consideraciones totalmente absurdas) querrían ver un ovni en el carro de
fuego y un extraterrestre en Elías. Es mejor aceptar que no entendemos todas
las imágenes de la Biblia, que su simbolismo es distinto del nuestro, que
algunas páginas nos desbordan. De Moisés se dice que nadie conoce el lugar de
su tumba (Dt 34,6). Si no conservamos sus restos es porque está vivo. De Elías
se dice que fue arrebatado al cielo, como Enoc (Gn 5,24). Su final no es como
el del resto de los mortales, porque su misión también es única e irrepetible.
La tradición bíblica ha unido a estos dos personajes, y la meditación sobre su
destino ha servido a los fieles para esperar en un destino glorioso (como el de
ellos) después de la muerte.
6 ELÍAS EN LOS ESCRITOS POSTERIORES
La figura de Elías, su personalidad portentosa y la
grandeza de su misión se hicieron tan populares, que impregnaron toda la
conciencia de Israel, que lo venera como el más grande de los profetas y el prototipo
de todos ellos. El profeta Elías no ha dejado de provocar la admiración y la
reflexión de los miembros del pueblo de Israel, que lo invocan como salvador en
las situaciones desesperadas, que esperan que volverá en el momento final para
preparar la llegada del Mesías, que lo tienen presente en los distintos
elementos de su folklore (tiene un trono en las sinagogas, donde se sienta a
los niños recién circuncidados, se le prepara una copa con vino en la cena
pascual, se le nombra en los cantos y tradiciones, en la oración conclusiva de
cada sábado se pide a Dios que lo envíe pronto, etc.).
El libro de las Crónicas, centrado en torno al reino de
Judá y al templo de Jerusalén, recoge una carta de Elías al rey Jorán, en la
que denuncia sus pecados (2Crono 21,12-15). Malaquías anuncia la llegada del
Mensajero que se manifestará el día de Yhwh y cuya revelación debe ser
precedida por un regreso de Elías: «Recordad la ley de Moisés, mi siervo, los
preceptos y mandatos para todo Israel que yo le encomendé en el monte Horeb. Y
yo os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y
terrible: reconciliará a los padres con sus hijos y volverá el corazón de los
hijos hacia sus padres» (Mal 3,22ss). Es interesante que el último de los
profetas menores, que cierra la sección de la Biblia dedicada a los profetas,
indica que la misión de estos es recordar perennemente las exigencias de la
Alianza, recogida en la Torá de Moisés, tal como hizo Elías, el más grande de
los profetas, y que los engloba a todos. Como Elías fue el gran defensor de la
Alianza con Yhwh y de la pureza de la fe sobre el Carmelo, lo seguirá siendo
hasta el final. En la lista de los antepasados, con que se cierra el libro del
Eclesiástico (Sirácide), el apartado dedicado a Elías pone de relieve la gran
veneración que gozaba en la época en que se redactan los libros sapienciales:
Apareció como un fuego el profeta Elías, cuya palabra
quemaba como antorcha. Él atrajo el hambre sobre ellos y con su celo los
diezmó. Por la palabra del Señor, cerró el cielo, y también hizo caer tres
veces fuego de lo alto. ¡Qué glorioso te hiciste, Elías, con tus prodigios!
¿Quién puede compararse contigo? Tú despertaste a un hombre de la muerte y de
la morada de los muertos, por la palabra de Altísimo. Tú precipitaste a reyes
en la ruina y arrojaste de su lecho a hombres insignes; tú escuchaste un
reproche en el Sinaí y en el Horeb una sentencia de condenación; tú ungiste
reyes para ejercer la venganza y profetas para ser tus sucesores; tú fuiste
arrebatado en un torbellino de fuego por un carro con caballos de fuego. De ti
está escrito que en los castigos futuros aplacarás la ira antes que estalle,
para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos y restablecer las
tribus de Jacob. ¡Felices los que te vean antes de morir, pues tú los
devolverás a la vida y volverán a vivir! Cuando Elías fue llevado en un
torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu… (Eclo 48,1-12).
En los tiempos inmediatamente anteriores a la
manifestación de Jesús, Elías es propuesto como ejemplo a seguir en la
fidelidad a Yhwh: «Recordad las hazañas que hicieron nuestros antepasados en su
tiempo […]. Elías fue arrebatado al cielo por su gran celo por la Ley» (1Mac
2,51ss).
La importancia de Elías fue creciendo en la literatura extrabíblica,
que incluso recoge apócrifos suyos. Un texto de Qumrán (4QarP) presenta a Elías
como el precursor del Mesías, cuyo camino debe preparar. En el s. II, san
Justino recoge la mentalidad judía de la época: «Nosotros esperamos a un
Cristo, que será un hombre entre los hombres, y a Elías, que tiene que ungirlo
cuando venga. […] Pero como Elías no ha venido, pienso que tampoco él (Jesús)
es el Cristo…» (Diálogo con Trifón, 49,1). En el Apocalipsis de Elías, Enoc y
Elías entablan la lucha final contra el Anticristo y acaban con él. En el
misticismo judío, él es quien introduce a los neófitos en la experiencia
mística. En las escuelas talmúdicas, es el patrono de los estudiantes, guía en
el conocimiento de la Torá y en la oración y, cuando surge una controversia
insalvable, que no puede superarse con el recurso a una autoridad clara, se
dice: «Se conservará así todo esto hasta la venida del profeta Elías» (Bekoroth
24a).
7 ELÍAS EN TIEMPOS DE JESÚS
El aprecio de Israel hacia Elías se recoge también en los
textos del Nuevo Testamento. Los personajes del Antiguo más citados son Abrahán
(80 veces), Moisés (73), David (59) y Elías (30). Varias veces se afirma que su
espíritu se manifestó en Juan Bautista, el cual actuó: «con el espíritu y el
poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos» (Lc
1,17). A Jesús le preguntan si Él es Elías, a lo que responde que Elías ya ha
venido en la persona de Juan. Pero el momento más importante de su
manifestación es sobre el Monte Tabor, en el momento de la Transfiguración,
cuando dialoga con Cristo junto a Moisés (Mt 17,1-8; Mc 9,2-8; Lc 9,28-36).
Moisés y Elías representan «la Ley y los Profetas», que era la manera de
nombrar la Biblia entera. Ambos dan un testimonio unánime de Cristo, lo que
significa que todo el Antiguo Testamento habla de Él. Dios firmó su Alianza con
Moisés sobre el Monte Sinaí. Elías estableció su validez y reveló su
significado pleno sobre el Monte Carmelo. Cuando Cristo comienza su último
camino hacia Jerusalén, para entregar su vida en el Monte Calvario, los dos se
aparecen sobre el Monte Tabor, para dar testimonio de Cristo, el mediador de la
definitiva Alianza, de la que la primera era solo anuncio y promesa. En el libro
del Apocalipsis (11,3-12) se habla de los dos testigos, con poder de cerrar el
cielo para que no llueva y de hacer bajar fuego del cielo, que sufrirán
martirio en los tiempos últimos y serán glorificados después de tres días y
medio. Las referencias al ciclo de Elías son innegables. Aunque no se dicen sus
nombres, la tradición los identifica con Elías y Enoc.
Hay dos lemas que Elías repite en varias ocasiones y que,
en el futuro, se van a convertir en la norma de vida de los carmelitas: «Vive
Dios, en cuya presencia estoy» (1Re 17,1; 18,15) y «Me consumo de celo por la
causa del Señor Dios Todopoderoso» (1Re 19,10.14). A lo largo de los siglos, el
primero iluminará la vida espiritual de los carmelitas, deseosos de mantener
siempre la presencia de Dios. El segundo será el motor de su actividad
apostólica y se conserva hasta hoy en su escudo, en su versión latina (Zelo
zelatus sum pro Domino Deo exercituum). De hecho, la Vulgata traducía la
petición de Eliseo a Elías: «Dame dos tercios de tu espíritu» como: «Dame tu
doble espíritu», el orante y el apostólico, que se veía reflejado en los dos
lemas citados.
8 LAS «HAGADOT»
Son el método que usaron ordinariamente los judíos para
explicar los textos bíblicos más importantes. Una hagadá es una narración
compuesta a partir de un pasaje de la Biblia, que amplía los datos de la
Escritura con otros de la tradición oral para ayudar a la comprensión del
texto. Conservamos hermosas hagadot sobre Elías y sus gestas. Veamos una,
recogida en el Talmud de Jerusalén y en el Talmud de Babilonia, que explica a
su modo el motivo por el que el profeta hizo que no lloviera sobre Israel:
Cuando Jiel de Betel reconstruyó Jericó (1Re 16,34),
perdió a sus tres hijos, cumpliendo así el anatema de Josué (Jos 6,26).
Entonces, mientras guardaba aún el duelo, lo visitó el rey Ajab, su amigo. Dios
dijo a Elías: “Vete a consolar a Jiel en su aflicción”. Elías contestó: “No me
siento con fuerzas para ir, porque Jiel o el que está con él pueden irritarme”.
El Señor le respondió: “Vete a ver a Jiel, y si alguien pronuncia una palabra
contra mí, te prometo que haré lo que me pidas”. Elías fue a ver a Jiel y al
llegar, Ajab le preguntó para burlarse de él: “¿Quién es más grande, Moisés o
Josué?” Elías contesto: “Moisés”. Ajab le replicó: “Si es así, ¿por qué no
cumplió Dios la amenaza hecha por Moisés, en la que dijo que si adoramos a
dioses extranjeros Él cerrará el cielo y no habrá más lluvia? (Dt 11,16-17). Yo
he adorado a muchos dioses y no ha faltado la lluvia. Si la palabra de Moisés
no se ha realizado, ¿por qué tiene que realizarse la de Josué?” Entonces Elías
exclamó: “Vive Yhwh, que no habrá más lluvia ni rocío hasta que yo lo ordene”
(1Re 17,1).
(Fuente: ocarm.org)
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