viernes, 11 de noviembre de 2011

Domingo XXXIII Tiempo Ordinario - Ciclo A (13 de Noviembre)

En el evangelio de este domingo, colocada en el interior del capítulo 25 de san Mateo, la parábola tan conocida de los talentos se convierte en una llamada muy clara: nuestras posibilidades, sean las que sean, debemos hacerlas fructificar al servicio de los intereses del amo, es decir, al servicio del Reino. Si no, quedaremos excluidos de él. La exigencia básica es, pues, evitar que todo lo que tenemos y podemos hacer quede parado, y el Reino no avance en lo que nosotros podríamos hacerlo avanzar. Y una exigencia paralela es que el uso que hacemos de los talentos esté verdaderamente al servicio del dueño, y no para nuestro beneficio personal.
Quizá no tenemos mucho la costumbre de reflexionarlo ni de predicarlo, pero quizá hoy estaría bien invitar a nuestros oyentes a hacerse conscientes de los talentos que cada uno tiene. Hay de todo, en nuestras asambleas cristianas, y todos tienen una posibilidad u otra: desde el abogado o el político prestigioso que se ha de plantear cómo pone su trabajo al servicio de los más queridos por Dios (los pobres), hasta el anciano achacoso que quizá su gran aportación sea la oración y las ganas de hacer la vida más amable a los que tiene a su alrededor. Todo esto son talentos. Muy distintos, valorados de maneras muy diversas según los criterios del mundo, pero todos talentos valiosos dados por Dios y que somos llamados a hacer que den fruto. Tendremos, pues, que ser capaces de examinarnos a nosotros mismos con honestidad y sencillez y desear y proponernos de verdad hacer de nuestras posibilidades -de nuestra vida entera- un fruto para el Señor y su Reino.

Es bien sabido que la parábola de hoy ha dado pie, a veces, a defender la acumulación de riquezas y otros bienes materiales: como si Jesús dijera que el dinero que tenemos es para que produzca más dinero. Es claro que eso es un disparate. Y, por si no fuera suficientemente claro, sólo hay que leer lo que viene a continuación de la parábola de hoy, el texto del juicio final que leeremos el domingo próximo, para ver cuáles son los talentos que hay que acumular para que el Señor nos reciba con él: es todo lo que construya el Reino, y eso se nota básicamente en todo lo que favorezca a los pobres y a los débiles.
La colecta de hoy es una llamada a comprender correctamente qué significa esta fructificación de los talentos: "En servirte a ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero". La felicidad plena, que es el Reino de Dios (que es oír que Dios nos diga: "Pasa al banquete de tu Señor"), se encuentra cuando servimos a Dios. Y servir a Dios quiere decir seguir el Evangelio. Y se encuentra cuando reconocemos, también, que él es el "creador de todo bien", es decir, cuando reconocemos que ni tan sólo lo que hemos conseguido con nuestro esfuerzo es nuestro, sino que también es de Dios y debe estar al servicio de su Reino.
El pecado del administrador gandul no es que hiciera nada mal hecho: es que no hizo nada. Este es un buen punto de reflexión, porque estamos muy acostumbrados a entender el pecado como algo malo que hacemos, mientras que aquí lo que Jesús condena es la pasividad, el no ponerse en acción. No es sólo aquello de "yo no mato ni robo" lo que Jesús no acepta: Jesús no acepta tampoco aquello otro de "yo no hago nada malo". En definitiva, Jesús nos pide que seamos trabajadores de su Reino. Es decir, gente que dedica su vida a hacer que sea realidad lo que Jesús ama, lo que Jesús valora, lo que Jesús quiere. Y sólo hay que leer el evangelio para saber en qué consisten estos deseos de Jesús. El domingo próximo tendremos, por otro lado, un buen resumen de esos deseos.
El domingo pasado era un fiesta de bodas, hoy es "el banquete de tu Señor". Es ésta una de las imágenes más habituales y explícitas del Reino de Dios. Y este tipo de imagen hace que, tanto el domingo pasado como hoy, sea fácil hablar de la celebración de la Eucaristía como un banquete que es signo y anticipación del Reino. En la Eucaristía entramos ya en comunión con el Señor. Entramos sacramentalmente y no en la plenitud de la realidad, pero este hecho ya cumple para nosotros todo tipo de funciones: nos lo recuerda, nos lo empieza a hacer vivir, nos empuja a caminar hacia él. El domingo próximo, Jesús ya no hablará del banquete: no hablará el lenguaje de los signos sino el de la realidad. Será "el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".

Para la revisión de vida
En distintas ocasiones nos llama el Evangelio a que estemos atentos, alertas. No se trata de una invitación a prepararnos a bien morir, sino de un llamado a «bien vivir»... ¿Vivo «alerta», viviendo siempre bien? ¿Soy de los que viven obsesionados por la muerte, o más bien de los que viven ocupados en transformar esta vida?

(Fuente: lecturadeldia.com)

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