porque hiciste la amistad
y la cociste con el calor de tus manos.
Gracias porque pusiste a mi lado
la presencia afable del amigo.
Están junto a mí
haciendo de ribera a mis risas
y a mis amarguras.
Ellos aprietan entre sus manos
mis cinco dedos, varios de abundancia
y llenos de necesidad.
Con mis amigos vienes tú,
convertido en vagabundo, en soñador,
en hombre dolorido.
Sus párpados palmotean mis triunfos
y se cierra a mis pecados.
Su voz arrulla mis lágrimas
y conmina mis descuidos.
Sin ellos tú te vas
como quien no ha venido,
y el tiempo se queda sin agujas,
y las madres sin corazón
y las flores descoloridas.
Gracias, Dios del beso y de la carta;
del abrazo y de la presencia;
del secreto y de la confianza.
Porque tú eres así
tenemos agua para nuestra sed,
pan para el hambre de todos,
pies para nuestros deseos.
Gracias, Señor,
porque creaste el aliento
de nuestros amigos
que da vida a nuestro barro
de hombres sobre la tierra.
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