domingo, 23 de abril de 2017

Comentario del Evangelio del II Domingo de Pascua (23 abril 2017)

El Evangelio de hoy no es un relato pascual más. No se trata sólo de contarnos cómo Jesús se apareció, después de muerto, a los discípulos de diversas maneras. El Evangelio de hoy nos muestra una forma diferente de encontrarnos con Jesús resucitado, de llegar a sentir la esperanza y la vida nueva que su Resurrección representa para nosotros. 

Tomás es el personaje que nos permite conocer ese camino nuevo. Es precisamente la incredulidad de Tomás la que nos permite descubrir ese camino nuevo, con una luz diferente que nos permite descubrir el verdadero ser de Dios, manifestado en Jesús de Nazaret. Es un camino que nos saca de las veredas habituales y rutinarias para deslumbrarnos con otra posibilidad de vivir de otra manera: al modo de Dios.

Las palabras de Tomás –“Si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en el costado, no creo”– le dan pie a Jesús en el Evangelio para lanzarnos un desafío: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado”. Es el Resucitado el que habla así. Pero se refiere a su cuerpo dolorido, torturado, sangrante. Se refiere a sus heridas abiertas. Una vez más la cruz y el sufrimiento se cruzan en el camino del cristiano que lleva a la resurrección. Jesús Resucitado se manifiesta precisamente al meter la mano en las heridas del Jesús muerto, del Jesús que ha recogido en su cuerpo torturado todo el dolor del mundo y de la historia, de aquellos a los que les ha tocado siempre la peor parte de esta historia nuestra.

Tocar las heridas de nuestros hermanos

Quizá éste sea el mensaje central del Evangelio de este segundo domingo de Pascua. Al Jesús Resucitado no le encontramos en la paz de las iglesias. Hay que salir a lo hondo de este mundo. Hay
que meter la mano en las heridas de la historia. Hay que acercarse a los que les ha tocado la peor parte, a los pobres, a los marginados de todo tipo, a los que sufren por cualquier razón. Ahí, tocando la cruz, controlando la repulsión que podemos sentir, es como nos encontramos con el Señor Resucitado, con el Jesús al que el Padre ha devuelto la vida. Acercándonos a los lugares oscuros de la historia, donde el pecado, el dolor y la muerte están demasiado presentes, donde aparentemente no cabe la esperanza, es como encontraremos al que es la fuente de toda esperanza, al que nos hace mirar más allá de la muerte, con una perspectiva que no es la de los hombres sino la perspectiva de Dios.

Tocando las heridas de nuestros hermanos y hermanas, será como podremos escuchar de los labios del mismo Jesús la palabra que sanará nuestro corazón: “Paz a vosotros”. En medio del dolor de nuestros hermanos, asumido como nuestro, podremos escuchar la palabra de Pedro en la segunda lectura. Sabremos que hemos nacido de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible y nos sentiremos capaces de vivir con alegría, aunque nos toque sufrir en pruebas diversas.

Escuchar a Jesús, allá donde nos habla

Sintiendo a todos los hombres y mujeres como hermanos y hermanas en el corazón, seremos capaces de recrear aquella comunidad primera en la que todos vivían unidos y lo tenían todo en común. Como nos decía la Gaudium et Spes en su primer párrafo: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.” Y ahí precisamente es donde experimentamos a Jesús Resucitado y escuchamos una vez más su voz, que nos llena de esperanza: “Paz a vosotros”.

(ciudadredonda.org)

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