“Un anciano muy pobre se dedicaba a sembrar árboles de
mango. Un día se encontró con un joven que le dijo: ¿Cómo es que a su edad se
dedica a plantar mangos? ¡Tenga por seguro que no vivirá lo suficiente para
consumir sus frutos!
El anciano respondió apaciblemente: Toda mi vida he comido
mangos de árboles plantados por otros. ¡Que los míos rindan frutos para quienes
me sobrevivan!
Continuando con su explicación el sembrador sentenció:
Habitamos en un universo en el que todo y todos tienen algo que ofrecer: lo
árboles dan, los ríos dan, la tierra, el sol, la luna y las estrellas dan. ¿De
dónde, pues, esa ansiedad por tomar, recibir, amasar, juntar, acumular sin dar
nada a cambio? Todos podemos dar algo, por pobres que seamos. Podemos ofrecer pensamientos
agradables, dulces palabras, sonrisas radiantes, conmovedoras canciones, una
mano firme y tantas otras cosas que alivien a un corazón herido. Yo he decidido
dar mangos, para que otros, que vengan después que yo, los disfruten.
Y tú jovencito, preguntó el anciano, ¿has pensado en lo
que quieres dar?”
(Autor desconocido)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO