“¿Qué amo yo cuando te amo a ti? No amo la hermosura
corporal, ni las glorias de este mundo, ni la claridad de la luz, tan amiga de
estos ojos míos; ni las dulces melodías de las canciones variadas; ni el
suave aroma de las flores o de los perfumes; ni el sabor del maná o de la
miel; ni los cuerpos humanos, tan agradables a los abrazos de la carne.
Nada de eso amo cuando amo a mi Dios. Y sin embargo, amo una luz, una voz, un perfume, un alimento y un abrazo cuando amo a mi Dios.
Luz, voz, perfume, deleite y contacto en mi ser interior; allí donde brilla para mi alma una luz que ningún espacio contiene, donde resuena una voz que el tiempo no arrebata, donde se exhala un perfume que el tiempo no disipa… Todo eso amo cuando amo a mi Dios”. (Confesiones X, 6; San Agustín)
Nada de eso amo cuando amo a mi Dios. Y sin embargo, amo una luz, una voz, un perfume, un alimento y un abrazo cuando amo a mi Dios.
Luz, voz, perfume, deleite y contacto en mi ser interior; allí donde brilla para mi alma una luz que ningún espacio contiene, donde resuena una voz que el tiempo no arrebata, donde se exhala un perfume que el tiempo no disipa… Todo eso amo cuando amo a mi Dios”. (Confesiones X, 6; San Agustín)
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