Ciclo A – Textos: Jr 20, 7-9; Rm 12, 1-2; Mt 16, 21-27
Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor
en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del
apostolado Logos.
Idea principal: O pensamos como Dios o pensamos como
el mundo y los hombres. No hay otra opción.
Resumen del mensaje: Cuando Jesús anuncia por primera
vez que va a Jerusalén a padecer y que allí será entregado a muerte, y
resucitará al tercer día, se encuentra con la reacción, de buena fe pero
exagerada, de Pedro que quiere impedir ese fracaso a Cristo. La respuesta de
Jesús hoy no es ciertamente de alabanza, como en el domingo pasado, sino una de
las más duras palabras que salieron de su boca: “Apártate de mí,
Satanás”. Cristo le invita –nos invita- a pensar como Dios y no como
los hombres.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, los hombres pensamos de
ordinario en clave de éxito, y no de fracaso. Y cuando no viene ese
éxito, nos invade la depresión, el desaliento y la tristeza. Preguntemos, si
no, al profeta Jeremías en la primera lectura. Profeta del tiempo final del
destierro y figura de Jesús en su camino
de pasión, y de todo cristiano que
quiera ser consecuente con su fe. Era joven y el ministerio que le tocó no era
nada fácil: anunciar desgracias, si no cambiaban de conducta y de planes
incluso políticos de alianzas. Nadie le hizo caso. Le persiguieron, le
ridiculizaron. Ni en su familia ni en la sociedad encontró apoyo. Jeremías
sufrió angustia, crisis personal y pensó en abandonar su misión profética. ¡Qué
fácil es acomodarse a las palabras de los gobernantes y del pueblo para granjearnos
el éxito y el aplauso! Los profetas verdaderos, los cristianos verdaderos, no
suelen ser populares y a menudo acaban mal por denunciar injusticias. En esos
momentos, miremos a Cristo en Getsemaní.
En segundo lugar, los hombres pensamos de
ordinario en clave de poder y ambición, y no de humildad y
desprendimiento. A Pedro no le cabe en la cabeza la idea de la humillación, del
despojo, del último lugar. No había entendido que toda autoridad se debe
ejercerla como servicio, y no como dominio. ¡Le quedaba tanto por madurar! Nos
queda tanto por madurar. Pensamos como los hombres y no como Dios. A esto lo
llama el Papa Francisco “mundanidad” (Evangelii gaudium, nn. 93-97). Y
cuando Pedro entendió, afrontó todo tipo de persecuciones, hasta la muerte final
en Roma, en tiempos de Nerón, como testigo de Cristo. Los proyectos humanos van
por otros caminos, de ventajas materiales y manipulaciones para poder prosperar
y ser más que los demás y dominar a cuantos más mejor. Pero los proyectos de
Dios son otros.
Finalmente, los hombres pensamos de
ordinario en clave de comodidad, y no de cruz. Ni a Pedro ni a
nosotros nos gusta la cruz, ya sea física –enfermedades-, moral –abandono,
calumnia, incomprensión- o espiritual –noches oscuras del alma que nada ve ni
siente; sólo hay un túnel oscuro. ¿A quién le gusta la cruz? Ya nos avisó
Jesús. No nos prometió que su seguimiento sería fácil y cómodo. “Carga
con la cruz y sígueme”. Preferimos un cristianismo “a la carta”,
aceptando algunas cosas del evangelio y omitiendo otras. Queremos Tabor, no
Calvario. Queremos consuelo y euforia, no renuncia ni sacrificio. La cruz la
tenemos, tal vez, como adorno en las paredes o colgada del cuello. Pero que esa
cruz se hunda en nuestras carnes y en nuestro corazón, de ninguna manera. La
clave para cuando nos visita la cruz de Cristo nos la da san Pablo en la
segunda lectura de hoy a los romanos: ofrecernos a Dios como ofrenda viva,
santa y agradable a Dios. Sólo así pensaremos como Dios.
Para reflexionar: ¿Pensamos como Dios en materia de
negocios, de moral sexual, de política, de relaciones humanas? Dice el papa
Francisco: “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de
apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar
de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal…Si invadiera
la Iglesia (esta mundanidad) sería infinitamente más desastrosa que cualquier
otra mundanidad simplemente moral”(Evangelii gaudium, n. 93).
Para rezar: Señor, aquí tienes mi mente. Sabes que a
veces pienso como el mundo, con las categorías del mundo. Hoy quiero convertir
mi mente a Ti, para que piense como Tú, tenga tus mismos criterios. No quiero
escuchar de tus labios lo que dijiste a Pedro: “Aléjate de mí, Satanás;
piensas como los hombres, no como Dios”. Me encantaría poder decir
como san Pablo: “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que
vive, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20), quien piensa en mí, quien
ama en mí, quien decide en mí”. Amén.
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